mos
e una vez!-gritó Epifanio, ha
rcarte tú, pendejo!-susur
nazó Epifanio, con el machete en alt
, ¿recuerdas? -las voces en la
ora van a saber!- y Epifanio dio un salto hacia las
jano, desdibujado por años de prisión, el destello incoherente de un cuerpo
as cabrón? Acércate.-las voces se tornaron en risas apagadas,
nero, qué me pueden quitar?-Epifan
ahora, pero ¿y antes? -inda
to para cortar en dos al que saliera y sopesando una posible huida. Pero en la madruga
s a joder- pronunció
bronado...-bufó Epifanio, y al fin logró divisar las
dos, como alumbrados por luz fatua de cementerios, mientras Epifanio se cubría la cara con una mano para no ver y con la otra lanzaba machetazos al azar, ha
cal
y a escudriñar con recelo cada rincón, en busca del ser amenazante que le acechaba. Era en esa angustia cuando lo sorprendía el abrazo de una entidad invisible, muy fuerte, que le tomaba de súbito por los hombros, lo levantaban en vilo como a un pelele y le arrastraba fuera del cuarto y de la casa, ignorando sus gritos a voz en cuello pidiendo socorro y sus pataleos. Nada de lo que hacía podía impedir que el ente incorpóreo lo sac
recordó que, según la teoría de los sueños, el suyo podía significar miedo al destino, a la fatalidad. Las puertas de la calle abriéndose, significarían ruptura del hogar. La salida hacia la noche, inseguridad de propósito. El ruido de los cláx
se asentó sobre su cabeza y escuchó el estallido de su propio cráneo. Un ruido sordo, demasiado real, se
estaba soñando esta vez. Y