Escocés –
erta heredera de Londres... algo que no había lo
e alzaba sobre el vestíbulo para ver al inesperado huésped. Llegaron allí con tanto apresuramiento
a Mon
-mascull
s de negocios con el padre y los hermanos de Margot. Francamente, los hombres que acababan de atravesar la puerta prin
urmuró Lynet
ezaba, de pelo oscuro en forma de una maraña de rizos que le caían sobre los hombros, como si no se hubiera molestado en arreglárselo. Sus abrigos, salpicados de barro, eran largos y ten
-susurró Lyne
-murmuró Margot, y su
to: incluso a aquella distancia pudo ver que sus ojos eran de un azul hielo, punzante. Él le sostuvo la mirada mientras, parsimoniosamente, se quitaba los guantes de montar. Ma
sto antes de que su líder desapareciera debajo de la balconada, alzó una
ofrío le recor
n de baile, decepcionadas de que la llegada de los forasteros no hubiera ap
por disimular su nerviosismo. ¿Tan evidente era su torpeza en e
do le ofreció una copa de champán. Le gustaba la sensación de cosquilleo que le subía a la nariz y bebió varios sorb
enéticamente Lynetta, d
Qu
itzge
, al tiempo que se pasaba la punta de la lengua por el
e haci
-inquirió Margot, pero antes de que su amiga pudiera cont
una reverencia al tiempo que adelantaba
jóvenes caballeros llegados de Londres
ez a Lynetta-. ¿Me permitís que os
s, pero quiero, eh... Creo que tomaré un poco de tarta -y s
l corazón aleteándole en el p
caballero-. Os merecéis
bsurda sonrisa que empezaba a dibujarse en sus
ceñida manga de su vestido, Margot pudo sentir una reverberación eléctrica allí donde su b
ecorrió por dentro. Pánico a que pudiera ro
a encan
ita Ar
con voz soñadora cuando
gerald, señalando con la cabeza al criad
ar la vista del caballer
ó con un dejo
que os reunáis con él
trañada. ¡Qué mome
siseando un poco. -¿Queréis que os guarde la copa
se sentía por dentro. Aun así, no confiaba en ninguna de la
nte a Quint-. ¿No pod
yordomo le devolvió la mi
on que os reunáis co
nrisa-. Me concederéis ese baile a la vuelta -le quitó
momento -Margot se giró en redondo y, tras fulminar con la mi
con los hombres de rudo aspecto que habían llegado poco antes a Norwood Park. Su hermano Bryce estaba allí, también, observando a los cinco visitantes como si fuer
got -dijo su padre, levantá
y suciedad, consecuencia, sin duda, de haber pasado varios días en el camino. Viendo su barba oscura y descuidada, se preguntó distraída si no habría perdido su navaja barbera.
rados, pero su indignada reacción pareció agradarle. Sus ojos azules relumbr
ran Mackenzie. Mackenzie, esta es mi ún
Sería consciente de la descortesía de aquella mirada tan fija?
estáis,
ñorita Armstr
. Era una mano enorme, y Margot sintió la callosidad de su pulgar cuando le rozó los nudillos. Pensó entonces, por contraste, en los dedos largos y fi
do a aquellos hombres. ¿Cuánto tiempo tendría que permanecer allí? Pensó de nuevo en el señor Fitzgerald, que estaría en aquel momento esperándola en el baile, con una
ronía -le informó su padre-. S
ero Margot, siempre la hija perfecta, sonri
sentiros mu
eza como buscando sus
a su boca-. Dudo mucho, sin embargo, que podáis entender
qué la estaba mirando así? ¡Era tan osado, tan insolente!
estaba segura de dónde estaba, ya que parecía incapaz de desviar
desfilar para poder verla bien. «Mirad que lana tan buena». Se sintió vejada. A veces su pa
te aquellos ojos
s. Bueno, si no podía verlo seguro que sus compañeros sí. Todos habían dejado de comer y la estaban mirando como si nunca hubie
vaz que fue como si una pluma le acariciara todo lo largo de la espa
experimentara un extraño calor. Se retiró apresurada,
l señor Fitzgerald estaba bailando con la señorita Remstock. Su copa de champán no esta
bía aceptado entregar su mano en matrimonio a aquella bestia