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trescientos pasos y herirlo a cuatrocientos si el arquero que lo disparaba era bueno. Aquello representaba un largo corredor de acero para que lo cruzaran los Aiel. Por desgracia también llevaban arcos de cuerno y tendón, tan eficaces como sus arcos cortos. Lo peor sería que los Aiel no avanzaran e intercambiaran disparos de flecha; ambos bandos perderían hombres por muy rápido que llegara Emares. Lo mejor sería que
era sobre ellos y después aproximarse ambas. Una táctica sencilla pero eficaz; las tácticas más eficaces lo eran. Incluso los
ó la capa de Lan, pero éste se sumió de nuevo en el ko'di e hizo caso omiso del frío. Oía respirar a Bukama y a los otros hombres cerca de él. A lo largo de la
buen visor, de manufactura cairhienina, y cuando se llevó el tubo de bronce al ojo, los Aiel, situados todavía a una milla, parecieron aproximarse de golpe. Eran hombres altos, muchos tan altos como él y algunos más, vestidos con chaquetas y pantalones de tonos pardos y grises que resaltaban en la nieve. Todos llevaban una tela envuelta en la cabeza y un velo oscuro que les ta
. Lejos, al oeste, sonó un toque de trompeta, débil en la distancia, seguido por un segundo toque; para sonar tan apagados, debían de estar cerca del río o incluso en la otra orilla. Los Aiel siguieron avanzando. Sonó un
es que más Aiel se habían sumado al primer grupo. Ahora había alrededor de un millar fuera
us palabras. Él sólo las pensó; con eso bastaba. La muerte llegaba a buscar a todos los hombres antes o después y rara vez lo hacía
de los domani denotaba tensión. Nadie miró hacia atrás en busca de una salida para huir. Tampoco es que esperara lo contrario después de haber luchado junto a ellos dos años, per
nos serían exterminados, pero si podía aguantar hasta que Emares llegara, entonces tanto martillo como yunque a lo mejor podían asestar el golpe. Además, había dado su palabra. No obstante, su intención no era morir allí sin propósito ni arrastrar a sus hombres a la muerte sin objeto. Si Emares no había aparecido cuando los Aiel llegaran a doscientos pasos, haría qu
ando la bajó, la columna se detuvo. Los separaban sus buenos quinientos pasos de la loma, fuera del alcance de las flechas. En nombre de la
de precaución? Era más aconsejable y
tido. En el mejor de los casos, podrían distinguir siluetas oscuras recortadas en la luz del sol naciente, tal vez la cimera de un yelmo. Sólo eso. Parecía que los Aiel hablaban entre ellos. Uno de los hombres que iba a l
bra que resonó claramente a través de la distancia que los
a Era de Leyenda y en los siglos anteriores a la Guerra de los Trollocs. La traducción más aproximada
uró Bukama, y as
es y, una vez que la cabeza de la marcha se encontró bastante apartada del extremo de la loma, empezó a doblar hacia el est
cionado. Otras voces se mofaron de él. La opinión generalizada e
damente Bukama. Al cabo de un
dijo. También quería saber la razón de los toques de trompeta. El día empezaba de un m