edé esperando su saludo de todos los días: un beso simple, pero lleno de amor, que nos hemos dado desde que nos casamos. De su rostr
bvio que mentía», pensé. En tantos años juntos, viviendo como pareja, nunca permitimos que los problemas afectaran nuestra relación. Al llegar a nuestro hogar, todas aquellas malas energías er
go, su actitud no mejoró en nada: tomó solo un sorbo de jugo de naranja. El desplante hacia mi atención, me dejó más preocupado que molesto; por más fuerte que hubieran sido nuestras d
n canal, simplemente dijo que no tenía hambre y que solo deseaba que ese maldito dolor de cabeza se le quitara. ¿¡Eva Maldiciendo!? ¿Cómo podría ser esto posible en un ser tan hermoso como ella? Sin importar que tan cuestionable podría ser esta escena, mantuve firme mi decisión de no volver a
significativamente el tiempo que dedicaba a esta desagradable tarea, haciéndola un poco más soportable), y pensar cuál sería la razón del cambio radical del comportamiento de mi Eva. Cualquiera que fuera, sin duda, yo era el culpable; ella era mucho más que perfecta. ¿Qué se estaría formando en su mente y que tan oscuro podría ser como para que lo reflejara en su rostro?
20 de may
...!
uieres
apaz de hacer daño. La señora Edelmira moriría si sabe que fui yo quien le arrancó
rosa. Pero gracias por el detalle y ensu
a sonrió. Más que sentirse halagada, demos
tunidad de intercambiar miradas que, por suerte no tenían el poder de materializarse, de lo contrario, corríamos el riesgo de causarnos heridas graves. A su lado, aparentábamos ser los mejores amigos, esperando que tomara la decisión de ser novia de alguno de los dos. Lo más absurdo de esta situación es que ella desconocía mis verdaderos sentimientos. Mis ins
na gran ventaja; él no perdía oportunidad de demostrarle lo que sentía por ella; en cambio, mi historia con aquella niña era u
compañeras del salón le quedaba tan bien el uniforme de dos piezas: una falda blanca acampanada que cubría ese par de piernas infantiles y una camisa del mismo color, con solo un bolsillo donde se encontraba bordado el logotipo del colegio. No me fijé en sus zapatillas porque además de saber cómo era, no quería permitirme un solo segundo sin verla. El profesor, apenas la vio escoltada por el director, supo de quien se trataba. Le dio una modesta bienvenida. La presentó al grupo, finalmente le pidió el favor de ocupar
a tempestad cargada de emociones contradictoria se avecinaría y caería justo entre
ndrán el gusto d
án: «Lo cogí con los calzones abajo». Estaba de espalda cuando escuchó mi voz. Eva lo apartó con total sutileza y quedó mirándome como siempre soñé. Me abrazó como si me hubiera conocido desde siempre. Mi ex amigo poco tiempo pudo soportar
itud con ella no dejó de ser la misma: jugaba con una parte de su cabello mientras le hablaba. La úni
a todo aquello que estaba viviendo. Lentamente todo se fue desvaneciendo y Eva,
acia la pared; prosiguió en su tarea de todas las noches como si yo no estuviera ahí. Notable el cambio si
dado los primeros años que estudiamos juntos, tener tan presente ese día que le entregué la rosa, me impactó porque fue la primera y única vez, durante ese tiempo que me atreví a halagarla para demostrarle mis sentimientos. Eva
erí cubrirme con la toalla. Igual ella se encontraba dándome la espalda, aparentemente dormida; así que también debí descartar su actitud pícara al v
r ver su rostro tierno compensaba, en parte, mi sufrimiento. Borraba de m
an solo hubiera imaginado la transcendencia que tendría en mi vida aquél pue
Era cierto que, al caer en discrepancia antes de dormir, ella omitía esta ceremonia; pero también era del todo cierto que, antes de la media noche, su humor había cambiado y daba la media vuelta para abrazarme y al oído decirme que jamás dejaría de amarme. No puedo rendirme tan rápido y garantizar que esto no va a suced
a que una hora más tarde no pudo soportar más y desaparecieron por completo. Esa fantasía de que t