de febre
lo que veía mis ojos. Lejos de creer que podía ser real el hecho de estar fuera de mi casa, fuera de mi cama... Lo
eridad, el dinamismo entre las personas que transitaban los alrededores; inclusive podías percibir el estrés que imperaba en cada una de ellas. En cambio, ahora podría asegurar que los pocos seres que se veían transitar, las únicas esperanzas que aguardaban en sus corazones, era poder llegar s
Dispuestos a disparar cuando lo creyeran necesario, caminaban de un lado a otros exponiéndose a sí mismo como verdugos camuflados dentro de aquellos uniformes que les permitían en
der: que ocurrencia intentar comercializar en un lugar poblado de mera desolación, sin embargo, el demos
e alzan contra medidas dictadas por el gobierno! ¡Arde
to cuesta? -Lo detu
vares! -re
e dije arrugando instintivamente mi entrecejo- ¡Eso no a
de cuándo un niño se preocupa por los problemas de un país...!? Lo
han enseñado a respetar a los mayores? -percibí el cam
adres estaría intentando
talmente impresionado por lo último que escuché. ¿¡Niños abandonados!? ¿las
amento
n su frente, mientras inclinaba la cara hacia el lado derecho
e tus p
-dejo escapar de su boca una estrambótica car
rece nada
minutos, solo que esta vez abrió la
o! -dijo, decepcionado al no sacarme por lo menos una sonrisa, ante su actitud, según él, graciosa-. ¡Te acordaras de mí! Suelo ser más gracioso de lo que te imaginas, y cuando sea famoso lamentar
hé la actitud de aquel extraño niño, lo únic
a y cuál fue mi sorpresa al confirmar, después de todo, que era cierto lo que me había dicho el periodiquero. Sorprendido retrocedí al ver mi reflejo. Tropecé, y no pude
, solo era cuestión de esperar algunos años para que declinara por completo: estoy seguro que en su lugar recuerdo un almacén de ropa que suele visitar Eva (mi mu
a y conservaba los dulces. Lo raro era ver aquellas personas, incluyendo al que parecía dueño del establecimiento, prestar toda su atención a la pequeña pantalla sostenida por un soporte tan a
es porque nadie estaba interesado en endulzarse por lo menos el gusto, debido a que el alma abatida por la tristeza, prefería mantener ese sabor amargo que causa los eventos desafortunados, demostr
e sus hombros, tendría no más de veinte dos años de edad. A pesar de su piel morena, mostraba c
la siguiente media hora les estaré informando sobre la ola de disturbio que desde el día de ayer empezaro
es en algunos estados del país. Sim embargo, el panorama es totalmente di
nocer por el presidente hace unos días. A pesar que las recientes medidas no causaron ningún efecto inmediato, fue solo cuestión de tiempo para gen
éndose en la obligación moral de bajar masivamente de los cerros de la capital, con la intención de defender sus derechos por medio de protestas en contra de cada una de las medidas arbitraria, según sus propias palabras, adoptó
de una cadena de radio y televisión. Dará sus declaraciones con respecto a la situación crítica que se viv
informativos le han dado la importancia que amerita la situación. En todo el mundo, Venezuela se ha convertido en tema de interé
s por parte de los organismos públicos encargados de velar por la seguridad de su población. Con resp
rgüenza por aquel dicho o refrán que argumenta que los hombres no debían llorar, vociferó el señor q
isma información en aquel aparato sacado de otra época, pero en sí, no fue el contenido de aquella noticia que me causó una tota
onaría. Estaba en lo cierto... ¡Funcionó! Pensé, al ver que dirigía el periódico hacia mí. El anciano desorganizó suavemente mi peinado, de tal manera que tendría que
ro de 1989! -volví a leer en letras más pequeña negrita, en la parte s
órico del país cuando tenía la edad que represento en este momento. Es más... lo poco que sé sobre este estallido social se lo debo a mi padre. Y por razones mera
s permanecían de espalda. ¡Carajo! ¡Párenme bolas! -Todos voltearon al u
renderme de esta realidad, en consecuencia, todo lo percibía de una manera distinta, muy parecida a la vez que desper
entonces, que eran las de mi pequeña hija así que me vi en la necesidad de abrir mis ojos. Por fin todo vuelve a ser como siempre, pensé. Aún tenía la vista borrosa, pero poco
olesta, pero a pesar de su estado emoci
sin haberme recuperado del todo de la pereza
vidó. -Abigail, no pudo o no quiso
an ideas mías. Puedo aceptar su actitud conmigo... ¿Pero con la niña...? ¡Obviamente que no! Sobre cu
mi prioridad era mi hija y Eva. Por ninguna razón pasaría por al
amente a su oficina, respondió su asistente, la cual me dijo que aún no había llegado. Miré el reloj fijado en una de las paredes de la sala, marcaba las ocho de la mañana en punto. Si no había llevado la niña a la escuela de danc
evarla a la academia; estaba inmerso en mis pensamientos, sin e
la academia. Coloqué el bolso en el asiento delantero del auto: un Mazda blanco último modelo que tenía pocos días de uso. Le abrí la puerta de atrás. La manera d
.? ¿Está enferma?
a ¿Por qué
enas noches, papá; nun
mío no lo
olvida papá! -sonre
rostro del anciano que me prestó el periódic
pap
rmado creyendo que podía
ón correcta, te desvia
bas mejillas y le di un beso en la frente. La dejé acompañada de sus compañeros de clases y de la prof
unca me había costado tanto tomar la decisión de volver a casa o por el contrario cruzar hacia la izquierda en la siguiente cuadra y seguir dirección al est