rnarse unos minutos cada uno. Mercedes de inmediato se trasladó a su antigua recamara, la misma aún estaba casi tal cual como la había dejado; exceptuando la cama que había trasladado a
maban de manera desmedida, sintió la pobre que podía recu
coordinación de Amaloa. Días antes de aquel memorable día, mis abuelos se habían trasladado a la residencia donde vivíamos y entre llantos y alegrías; la sensatez y la tranquilidad se impusieron ante todo. Fue mi abuelita qui
nsuetudinario adquirido de generación en generación. A mi abuela se lo había inculcado la bisabuela Nona, a ella su mamá y así. El asunto era que antes del mes de nacido, había que evitar exp
én quisieran o no, quien fuese que llegara de visita tendría que quedarse veinte minutos aproximadamente en la sala o donde fuere en el interior de la casa, antes de pasar a la recama
despedían unas fragancias delicadas. En el salón resaltaba un juego de muebles de tres piezas; uno de gran tamaño y los otros dos más chicos. Muchos cojines les agregaban a todos ellos un aire
a aquella casa que se había sentido apesadumbrada y sola, después de haberse marchado Mercedes. Tan pronto hubo realizado los saludos pertinentes, mi mami se reti
delicada pieza de cristal que pudiese romperse al menor movimiento. Tomaba una ducha cortita, no miraba televisión, no leía nada; solo eran sus atenciones para mí y ya estaba a punto del co
su cargo de educadora. Ambos transcurrían todos los santos días enclaustrados en su recámara haciendo nada. Ya ni la televisión los entretenía. Era una existencia gris. Poco se hablaban
padre. Bueno, en ese momento lo importante era que estábamos juntitos como la verdadera familia que éramos, y eso me hacía completamente feliz. Los días junto a mi mami continuaron siendo mu
ella tan desagradable especie de arcada, no hacía más que llorar con insistencia. Mi abuelita le decía a mi mami que era porque no expelía adecuadamente los gases. Pero hicieran lo que fuere, seguía ese trastorno martirizándome. Fue entonces, luego de tres días de estar presentando aquella pesadilla, cuando fui llevado al consultorio de la doctora Francelin
ás habían quedado los plañideros momentos del ayer. El presente era halagador, lo saboreábamos estupendo, debido a lo colmado que era del principal ingrediente; el amor. Siem
levantaba sin dificultad mi cabeza y miraba en todas direcciones buscándola. Si no lograba divisarla, desataba una gran alharaca hasta que ella aparecía y me tomaba entre sus brazos; solo así
tratando de mirar en derredor y no había más que oscuridad. Me dio mucho miedo. Quise tranquilizarme, pero ni tu aroma, ni tu calidez y mucho menos tu presencia, llegaban a mis sentidos. Me
cuando me colocabas en tu corpiño, cuando me arrullabas tiernamente y me amamantabas; escuchaba el bello latido de tu corazón, sentía la armonía de tus m
ía agarrar objetos de manera burda y soltarlos a mi entero antojo. Incluso, podía llevar a mi boca ese algo que agarrara. Era por eso que Mercedes siempre estaba alerta, pendiente de que eso no sucediera; de lo contrario, pudo haber ocurrido
go que era agradable. La bella pediatra, mi doctora Francelina, le explicaba a Mercedes que según los entendidos en la materia, tal como lo era ella; a eso se denominaba respuesta facial social. Igualmente podía fijar mi mirada, seguía ráp
s sanos al que mi mami me llevaba paulatinamente, según la fecha que fijara. Era muy importante, ya que se podría detectar si algo estaba mal. En las innumerables lecturas que M
erna, todos eran sanos. Los otros factores fueron el ambiente donde me desarrollé. Constantemente mi madre procuró una rigurosa limpieza, eso era indiscutible, decían mi mami y mi abuelita. Esta última se enojaba mucho cuando mi abuelito arrojaba basura donde más le provocaba, o no se lavaba las manos par
ema para desarrollarme adecuadamente. Me alimentaron convenientemente, todo lo que necesité lo recibí de manera constante; fue por ello que en un principio fui un niño sano. Todo niño debe ser tr
y nerviosa que se puso mi mami, cuando se percató de lo que me estaba pasando. Me despertó, ahora lo recuerdo más nítidamente, una tos suprema; sentí que me estaba asfixiando. El aire me faltaba, era una sensación excesivamente desagradable. Tenía que esforzarme muchísimo para
ar; atrapado en los brazos de una confusión sin parangón. En un asomo de raciocinio, decidió llamar a mis abuelos, lo hizo; pero el teléfono repicó insistentemente y no obtuvo respuesta alguna. Recordó que, desafortunadamente, el cableado del servicio telefónico había sido sustraído por los delincuentes. Situación que se pr
emo, que parecía que iba a estallar. Mi mami estuvo a punto del colapso, pero nuevamente algo despertó dentro de su raciocinio. Me cubrió con una manta y, cogiendo el bolso que tenía preparado por si alguna emergenci
pude dormir un poco. Siguiendo su instinto, Mercedes estando un poco calmada, en un sitio iluminado; limpió el caudal de moco que obstruía mis vías respiratorias y, desesperada, "chupó" el que había en el interior de mi nariz y garganta, lo que me permitió respirar con menor dificultad. La tos que me había robado la calma, se hu
ue yo estaba demasiado enfermo y necesitaba que me atendieran prioritariamente. El joven en cuestión se enalteció de tal manera, que gritó endemoniadamente a mi mami, alegando que todos
te aquel triste suceso. Casualmente, en el momento cuando el grosero elemento le gritaba los improperios inauditos a mi mami, un señor de mediana edad, ataviado de blancos ropajes en su totalidad; salió del recinto a d
zado nuevamente el episodio de tos), la tomó delicadamente de la mano, ayudándola a ponerse de pie. Con mucha paciencia y extremada ternura, se dirigió con nosotros hacia la sala donde sería atendido. En verdad mi estado era delicado. Mis vías respiratorias se congestionab
ento de mi nacimiento. Introdujo una manguera de muy poco grosor por mi nariz. Tras aquel detestable procedimiento, un sonido espantoso denotaba la espeluznante sensación de que me estaban succionando el alma. Luego de que esa endemon