ién lo iba a decir?, pensaba Generoso, mientras esperaba que pasara espontáneo aquel dolor al que ya estaba acostumbrado. Después de tantos años, execrado por todos y por t
trataba de moverse ágil como si fuese un muchachito. Ella le recordaba a menudo, que era necesario que le hiciera caso. Diversas magulladuras se presentaban en los más diversos sitios d
epentinamente se marchaba sin aviso previo también. Una visita de ese tipo era mejor, si se le podía decir así, que las toneladas de destierro que sobre sí; sentía de manera despiadada. Esa charla se colaba sin la anuencia del viejo espectador. De haber sido por él, nunca hubiese intercambiado una sola palabra con ese aparecido; pero resultaba tan tediosa esa enorme y extravagante soledad, que con quien fuera, hablaría cualquier cosa. Era Ignacio, su padre. El espíritu del viejo "Nacho",
pero la maldad de esa época era tan desmesurada, que aún dejaba esos rastros. Ella se presentaba muy sumisa tras aquella maligna aparición, pero esa sumisión no le importaba; la soportaba con mucho estoicismo. Lo hacía con la única intención de pernoctar con su bebé, mismo que la vida le había arrancado de su lado. O más bien, la arrancó a ella del lado de él. Obedecían aquellas presencias inauditas, a una premonición. Dios le permitía a ella acercarse a su hijo, con la finalidad de prepararlo para la vida eterna y a él, a Nacho, el diablo no hab
entaba. En ocasiones, era su propio fantasma quien se quedaba horas eternas sentado frente a él, suspendido en el aire a falta de otra silla; pero donde igualmente se sentía cómodo. Jugaban interminables partidas de algún juego legendario. No hablaban, no se miraban a los ojos y mucho menos, trataban de tocarse el uno al otro.
do desde donde se le viere. Era algo nunca pensado lo que sucedía con aquel noble anciano, a quienes lo miraban hablando en solitario y ya ni le hacían caso. Todos decían que era tan viejo, que pareciera que estaba más muerto que vivo. Tal