ría "L
ban el gran polígono industrial que se divisaba en lontananza, acudiesen a su sagrada cita en la cafetería "Londres". El sonido del fuerte viento, penetraba en los oídos y se entremezclaba con los juramentos de los que veían como este
opia de quién sabe que nada puede contra el infortunio. Pero la vida que siempre resulta ser rara absurda y caprichosa, iba a sorprenderle con la presencia inesperada, de seres de un mundo de sobra c
res, la lluvia me las chafa. John, ponme un café con leche carga
to Antonio. La mesa en que tomaba su cerveza, mientras leía su periódico, se situaba como todas las demás, a lo largo del ventanal, flanqueada por sendos bancos acolchados en capitoné de skay rojo, cuyos respaldos llegaban a m
en su mesa?, es que todas están ocupada
or hay mucho esp
uella naturalidad, que no rayaba en la grosería, como solía ser costumbre en las mujere
ella. Antonio la miró y observó en sus ojos esa determinación que aporta la vitalidad, inherente a quién nace con ella y lucha por abrirse camino. El ambiente dentro del local era dens
n esta cafetería...-se lamentó amargamente Ana, que se sentí
jaba como jefe de prensa de una editorial y acudía cada miércoles a desayunar como un ritual establecido. De costumbres arraigadas, prefería tener todo bajo control y solo un aspecto de su ordenada vida se escapaba a las riendas co
on ustedes...está todo lleno, solo
sin recelo, se situó frente a Antonio y esperó pacientemente a que John llegase abriéndose paso entre la gente, para anotar su pedido. El cristal había vuelto
no, no crea que me parece mal, pero es que nun
viene usted a menudo?-es todo lo q
para dos meses y luego me sueltan...así están las cosas, los
!, ya compre
observó que recorría la cafetería en busca de sitio, temió que de nuevo fuese su mesa la elegida. John, sin embargo se acercó a ella como si se tratase de una amiga íntima, para pedirle que fuese buscando sitio y decirle que su café americano estaría listo enseguida. La acompañó hasta la mesa de Antonio y les pidió q
atribulado Antonio-...es que estoy un poco llenita, ja ja ja –a Antonio se le antojaba una mujer maleducada y egoísta incapaz de pensar en nada que no fuese ella misma, p
rse y hacerse compañía. Los cuatro se quedaron mirándose uno a otro, esperando una reacción del de enfrente, que no se llegó a producir. Solo el silencio, reinó por unos interminables segundos, que dieron paso a unas risas simultáneas. Como la magia de un encantamiento, el hielo se quebró dejando paso a una relación que se iría estrechando los días siguientes. Antonio abandonó la cafetería rascándose la cabeza, pensando en qué había ocurrido en aquel local, que le ha
bía marchado unos minutos antes, sin darle tiempo a nada, y salió dejando completamente vacía la cafetería, a pesar de haber aun dos clientes...y es que su humanidad y sus modales resultaban
lo sabes?-Le preguntó Martín a Ana que
ah!, solo pienso tonterías...-dijo levantándose y despidiéndose con un beso que de
Green Raimbow, esperaba a su jefe de prensa, que generalmente no se retrasaba, cosa que aquel día estaba sucediendo por primera vez en diez años. El elegante edificio de la editorial, se distanciaba de las vulgares líneas que las enormes naves industriales poseían, elevándose como una ninfa en medio de un césped cuidado y de paredes de cristal y acero, brillantes sus cristales tintados. Sus dieciocho plantas ascondían hacia el plomizo cielo formando un per
lla mesa que no acertaban a saber discernirlo. Las estrellas salpicaron el manto nocturno como titilantes diamantes, que vibraban al son de una melodía inaudible, y derramaban su luz con eterna generosidad. Los sueños de los cuatro seres
s niños de un colegio. Desesperados por un café caliente y un bollo, o la consabida cerveza y el pincho de tortilla. Entraron a saco en el local y se sentaron, como si una invisible y estricta profesora les obligase con su sola presencia, a hacerlo en orden y quedar en silencio antes de rompe
e no se repetiría la escena que tanto le intrigaba. Ana se metió el dedo entre sus labios para calmar el dolor que aun sentía por los pinchazos de un bordado a mano que se le resistía y le había dejado el índice como un acerico. Pero el dolor dejó paso a la ilusión, cuando unas formas curvilíneas un tanto exageradas, propiedad de Marla, se acercaron a la cafetería a pasos grandes y bruscos. En realidad no es que estuviese tan gorda, era solo que no sabía como sacarle part
lgo asustada por sus modales, y no es que ella fuese una sofisticada damita, pero Marla la superaba con cre
burrido y triste, monótono y...en fin no te voy a cansar con mis penas...-b
a. –Ana digirió la información y comprendió la razón de su rudeza y modales masculinos, que le hacían honor a cualquier obrero. Se preguntaba si ella también le lanzaría piropos bur
desta modista...hago trabajos po
y nos exigen perfección, yo los mando a tomar por culo a menudo y.
adie como contigo Marla, eres terrible.
las expresiones, acostumbrada como estoy a tratar con burros...ja ja ja ja. Mira
sta! Me lo comería
empre. Martín entró con su porte distinguido y correcto como si el mundo fuese solo un decorado alzado para su deleite, y tras verlas a las dos sentadas se armó d
gó hasta ellos y les puso delante a los dos, a Ma
ondió Marla haciéndol
sa que resultó del todo imposible. Ana se tapó la boca con la mano, mientras bajaba la cabeza para evitar ser descubierta, mientras reía
la habitual cerveza por un café al rojo vivo...y claro sentó e
era lo único diferente aquel día extraño y enrarecido por ellos cuatro que se diferenciaba del anterior. Antonio hizo acto de presencia al poco y con paso cansin
jo Ana como tomándose una libert
pelotera con mi madre. Desde que vive conmigo las tengo a menudo...me separé hace tres años y
re...!!-Exclamó Ana, como si de pro
i edad es un lastre innecesario y ca
no es como esas de las películas tan buena consejera y dulce...ná de ná hijo, es una carcamal de tres al
ntable. –Añadió a las palabras anteriores Marla.-Es como llevar una maldición, que dios me pe
e tú también...-le interrogó Ana dejan
s laaaaargos años. Rompí mi última relación por culpa suya y...-apretó el puño contra la mesa, has
labrotas...-remarcó Marla sarcástica y con ges
on la madre de uno y no poder tener una vida normal...-la miró c
a que tengas carácter cariñitoooo. Aquí a lo que se ve, los cuatro andamos a cuestas con nuestras madres, sin que se nos de
uda, a ver si el destino ha dec
uieres
que estamos hoy de
cuidado de la madre, ¡los cuatro!. –Antonio acostumbrado a jugar con números exactos, lanzaba el órdago como si en él l
o que le corroía las entrañas y escupió cada palabra a gusto. Su faz se iluminó y sus ojos dijeron a las cla
e que me amaba como yo a ella. Todo iba bien, teníamos una tiendecita de flores y un p
tres. Pero era tal su intensidad al contar su historia, que pasó casi desapercibido aquel detalle, tan revelador por otra parte. Se ec
riam, una israelí que vivía en España, desde hacía tres años, llegaba con la cara ensombrecida y una carta abierta en la mano. Me pidió que me sentase y me entregó la carta. Las dos abríamos las cartas cuando bajábamos al buzón, indiferentemente de a quién fuesen dirigidas, no teníamos secretos. "Léela", me dijo con rostro circunspecto. En ella me decía mi hermana menor que mamá, había decidido vivir conmigo, porque ella iba vivir a Estados Unidos, a hacer un Master de esos que ha
sto.-le echó un cable para que continuase su relato, en e
bragas con las tijeras y al volver no encontró ninguna que ponerse...-lloró entre risas Ana, que no pud
ajadas y Marla en vez de contrariarse, hizo otro tanto, hasta que las carcajadas se contagiaron al resto y los cuatro
macho, y tortillera y encima le echaba a la basura las bragas y los sujetadores, vio la excusa perfecta para irse a velocidad de crucero
mos tenido ración de madre de sobra, mejor charlamos de algo más alegre. Com
sa y tornar a sus agónicas vidas. Antonio quedó solo sorbiendo el resto de la cerveza que había pedido tras su café y que jugaba a esconderse en el fondo de la jarra de cristal y elevó las cejas
o, sin que supieran explicar el qué. Se sentaron cada uno en el sitio que se convirtió en propio, y cuando lo
n guante de seda. Llevábamos cinco años casados y fue entonces cuando mi madre nos visitó. Ya sabéis lo maestras que son las madres en los chantajes emocionales...pero yo entonces ignoraba lo que se me echaba encima. Un día...-sonrió con cierto grado de sarcasmo ante sus propias palabras,-mi mujer que tenía
tó a introducirse en el relato Marla, que vio
le, ya me
a cabeza baja y las palabras fluyéndole de los labios,
cardíaco y yo me sentí culpable de aquel daño que mi mujer, tal y como lo veía yo, le había causado por culpa mía. Mi mujer me abandonó un mes más
uegan su mejor carta, suele ser mentira de las gordas...-añadió Marla con di
adísimo, el médico dijo que estaba como una rosa, que no acertaba a ver nada
madres son las mejores actrices del mundo, en eso estaréis
labios la historia que competiría con las dos anteriores, y
apareció con las bragas bajadas y apoyándose en la pared como una endemoniada recién poseída. Mi amigo se quedó impertérrito, si saber si echar a correr o meterse debajo del sofá, cuando mi madre empezó a llamarme hiiiiiiijoooooooo, como alargando las palabras y con los ojos vueltos como la niña del exorcista...fue terrible la experiencia, se dejó caer al suelo y m
tomar las riendas de tu vidaaaaa....-Marla esta
se adhiere y no te suelta. –Martín estrujó una servilleta que "falleció" entre sus dedos, como si en realidad fuera su madre a la que
cual es el resto de la historia? Porque yo y
e sigue os morís, pero no
o demasiado...-le dijo Ana, que estaba harta de películ
...es que me
e Petete, uno la cuenta gorda y otro más...-Marla muy en s
animo...-le sugirió Antonio a Marla con el deseo
n mucho a los trabajadores que yo gobierno en la obra y me hacía gracia, mira, era como reflejarse en un espejo. Cuando vino a casa todo se estropeó. Mi mamá le preparó un chocolate de esos asquerosos, -frunció el gesto al recordarlo-que yo creí era porque no sabía hacerlo, pero luego comprendí, era un simple y llano boicot. Mi...novio, me miró asqueado y tragó un par de sorbos antes de que mi mamá le preguntase por...las intenciones. ¡Como si
s estalló en carcajadas y le d
ia entre la bruja esa Chichipún y tú...ja j
muy digna ella. Al poco reía con Ana, llorando de la risa que le producían sus palabras y al recordar la mala leche, con que se marchó aquel hombretón de metro novent
ían hasta los ovarios. Antonio entretanto se encontraba en el séptimo cielo, al ver como se había librado de contar el triste e insign
niones? ¡Bah! se dijo que no era cosa suya, pero no dejó de pensar en qué les unía tanto. El día siguiente sería sábado y casi nadie acudiría, al estar cerradas las oficinas y empresas del entorno. Era su día de relax, algo
nio. El polígono se convertía en un laberinto de calles vacías, por las que solo pululaban los fantasmales ruidos, que doblaban las esquinas y barrían de bolsas de plástico y rastrojos, estas, envolviéndolo en una niebla de polvo y viento racheado. Solo alguna luz tenue, delataba a los obligados dueños de alguna empresa en
ratar a alguien, que se hiciese cargo del local y así conocer Londres, su anhelado Londres. El fin de semana se preguntó qué era lo que tanto les hacía reír a los de la mesa número die