medio de transporte en el que la gente del barrio se trasladaba y por ende siempre estaban a reventar. Esa vez no fue la excepción, hasta en las puerta iban colgados varios muchachos, prácticamen
e. Los gritos de las personas, el olor, los empujones y para rematar la música, un vallenato romántico de los años noventa a todo volumen hacia el viaje un calvario. Ya faltaba poco para llegar a la parada donde Mafer se quedaba y como pudo entre empujones logró llegar cerca a la puerta. Tocó el timbre y el bus se estacionó, se bajó como pudo. Piso la acera de la calle y r
s regreso a Europa. Sus hijos y hermanos si regresaron a Portugal, pero él se negó junto con su esposa. A todos los que le preguntaban por qué no se regresaba a su país, él les contestaba: "¿Para qué? Yo ya estoy viejo y Caracas es mi casa. De acá me sacan muerto". Mafer entró muy contenta se pasó p
jo Mafer sonriéndole. Ella acostumbrada a tratarl
mbre casado-le respondió risueño y pícaro-.
lleva este vejestorio y
la esposa del señor Manolo. Los tres se em
erio antes de que se me olvide.
s -le respondió manolo mientras metía los
valuada, sólo para comprar ocho panes eran alrededor de unos ochenta bill
ente-. No llego a los novecientos ¿Ser
. Esto se los anotaré, pero por favor paguen la semana que viene- Le respondió Manolo con voz seria-. E
an picara como mejor le salía. Tomó la bolsa
nocía a todo el mundo y todo el mundo la conocía o al menos sabían de vista quien era. En su barrio se robaba las miradas de todos, hombres y mujeres sin índice de edad. Su sexapil era tal que se podía confundir con una especie de magia. No importaba el lugar o las personas que estaban cerca de ella, todos sufrían un enamoramiento momentáneo y ella es
etaban las casas y las pertenencias de sus vecinos. Ley de barrio número uno: "Nunca se roba en el barrio donde se vive". Abrió la puerta y en la sala estaba s