miso para bajar sus maletas hasta el bote que la conduciría hasta la primer World Island: Inglaterra. Sand
rte algo con lo que, pro
me de mal humor en este día que emp
aclaró la garganta antes de proseguir. – E
ente hacia Franco que, por instinto,
ere comprobar en este pequeño trayecto que esta
lió hecha una fiera del elevador. Franco suspiró
que era la muestra de cómo se transportarían de isla en isla a partir de su arribo a Inglaterra. Eduardo
Hassan no sabía qué hacer o decir. Franco llegó corriendo detrás de la rubia y le hizo una seña a Ali de que no
stas malditas islas artificiales por mes y medio! Unas ni siquiera están terImándas de construir, otras están
ro en cosas tan tontas como fiestas, vestidos para tu novia en turno, joyas, autos de carreras, apuestas en el Grand Prix de Montecarlo... Ed
se lo impedía. Cuando murió al dar a luz a Sandra, fue que empezó a intentarlo pero ahora eran sus novias en turno las que le pedían que no lo hiciera. Siempre había una e
Sandra... es
anda. No viste en mí una niña, viste un muchachito que fuera tu amigo en tus correrías... y te salió mal, Eduardo... ¡Yo no era un niño! – Sandra gritó. – Yo no era un amigo tuyo... ¡Era tu maldita hermana! Y claro, cuando c
n! – Eduardo rebatió. – Es cierto, yo no esperé tener una hermana.
mundo y los hombres, no intentes explicármelo ahora porque ya es bastante tarde, ya lo aprendí por mi cuenta... - Sandra habló con altivez. ¿P
Eduardo sonrió por primera vez en toda la conversación. – Así te llaman, entre
vemos en mes y medio en Estados Unidos y ahí retomaremos esta plática. Y por mi seguridad, no te preoc
sostenida por Franco, le dijo adiós, besó a
rra... pero aun así eres mi hermano... y
eron como el yate se alejaba de la costa de Jumeirah. Eduardo s
y fuerte que usted
o, Franco..
isla artificial la fascinó. La playa de Inglaterra era virgen y unas cabañas a todo lujo con hamacas y llenas de p
rece, señori
no me ha decepci
a comer para que goce de la vista y por la tarde puede hacer una cabalgata por Inglaterr
r fa
rtar sus maletas hacia la cabaña más lujosa. Por su propia seguridad y recomendación de Franco, Sandra tomó su bolsa, revisó que su pistola estuviese cargada y sigu
una fantástica yegua
dijo Sandra con de
importe adicional
ue la quiero y es en ella
usted
a relinchó cuando Sandra vol
o, Luna... no te dejas
de en Inglaterra? – una voz masculina con acento
gió como usted
e que ella tome el c
está depositad
de lu
harán la
iso que nadie má
de que la señorita Casablanca cab
s mejores botas de ante y en la cintura se ajustó la pistola en caso de que la necesitara. Sabía que las recomendaciones de Franco eran exageradas pero después de todo, estaba sola y por pura
duda que en verdad usted
a con altivez. – Si vine aquí fue precisamente para no estar oyen
admirar el crepúsculo y corre
o una auténtica amazona al lomo de Luna y se alejó trotan
ro el sonido se hizo más claro y Sandra volteó hacia atrás. Un caballo blanco y un jinete enmascarado al que sólo podían vérsele los ojos la estaba siguiendo y estaba acercándosele cada vez más y más. Sandra mantuvo la calma. Ella estaba armada y sabía defenderse. Sin dejar que Luna amainara la velocidad, Sandra sacó la pistola, se volteó y apuntó hacia el jinete y disparó certeramente. Pero nada. No pasó nada. Sandra maldijo su suerte. ¿Qué demonios...? Y se dio cuenta. Las balas eran de salva. ¿En qué momento había ocurrido semejante cosa si ella misma la noche anterior había verificado el arma? Mientras tanto, el jinete se acercaba a ella y de pronto,
cariño? Esto va a p
que casi la ahogó. No supo si pasaron segundos o minutos hasta que llegaron a una casa sumamente lujosa, con vidrios en lugar de paredes, de dos pisos, con muebles mode
adie va a venir... Ali Hassan se fue...
ió. Sandra gritó e intentó abrir la puerta, las enormes ventanas suntuosas e intentó en vano ver si podía encontrar una salida. Ninguna. Todo estaba bajo llave y aunque hubiera querido aventarse por una ventana, de est
o la arena. El cabello negro azabache se veía sedoso y acariciable. La mandíbula firme, la nariz recta, las cejas obscuras que enmarcaban unos ojos grandes y profundos de un color azul zafiro que brillaban como dos estre
.. qué
ía que ese hombre tan hermoso era como un animal que la estaba acorralando y ella
se me
la con los ojos y con
por q
va y comenzó a te
rque! ¿Qué q
es lo bastante muj
ó de correr y alcanzar la puerta pero los fuertes braz
Sandra suplicó. -
odar por el rostro de la rubia. – Tú sabes lo que yo quiero. Pero soy ante todo un caballero y no te
idó que ella era "la indomable", que
el hombre se acercó y en un
amás va
uerza hacia él por la cintura y con la otra l
a la indomable que hay en ti, Sandra... - y Nassim le dio un b
más y pasó toda la noche maldiciendo su