nia
bli
nguna diferencia. El oficial alemán que él había visto antes parecía ser muy joven, repasa la lista. La nieve cae, el frío es agobiante, aunque eso pasa a un segundo plano, cuando el estómago ruge, nada más importa, solo saciar aquella hambre. El oficial i
ece, con sumo cuidado repasa los rostros de cada una y su amada Flora no se encuentra, vuelve a respirar con normalidad, todos s
jornada. Donde muchos de los compañeros no regresaran, unos muertos por inanición, otros con un bala
omer. Los alimentos que se reparten en el campo no son para nada apetecibles, pero
al horror, no fija su mente en los trenes que llegan con hombres, mujeres, jóvenes, niños ni ancianos hacinados, donde la humillación era palpable; su único delito cometido er
esos, había llegado el día de la sublevación de la que se estaba gestando meses atrás
algunos integrantes por parte de las SS y otros por el azote del tifus
aquel que tuviera una estrella amarilla en su descolorido uni
miento llegara a darse ella, lo esperara en el barracón, él la busca
Se desató el caos y el joven hizo lo que tenía en mente corrió a buscar a su esposa en lugar de escapar hacia la en
inka comenzó a arder, los prisioneros escaparon por tod
a búsqueda sanguinaria sin absoluta piedad, estaban al borde literalmente de l
ieron escuchar como sus verdugos se acercaban, con los perros, miraron al frente y vieron un lago y comprendieron que esa era su salvació
ta que lograron escapar del país, muchos de los lugareños se apiadaron d
cieron exterminadas en la cámara de gas de Treblinka, los únicos sobrevivientes eran ellos. Llegaron a una parada de tren y se sentaron tomados de la
ca había escuchado hablar, solo comprendía que quedaba en Suramérica, sintió en su corazón que ese era
e iremos! -exc
o, era la primera vez en mucho tiempo que
eñaló la deteriorada estación, no obstante, él comprendió de inmediato
damente y con lágrim
mos a Ve