abrir la puerta. Dolores le entregó una bandeja
ola de buena gana. Resultó
una nota en la bandeja, y n
Cuando el reloj marque las ocho, ve a mi habitación. Entra, pont
s, le pareció que eran elegantes y hermosas, antes de
ba vestida con un precioso camisón de seda negra, cubierto por una bata que hacía juego. A
, sus intenciones no tuvieron nada que ver con amabilidad o cariño; sino que fueron una cruel burla por haberse casado con aquel hombre. A pesar de las a
nico, esforzó los ojos para ver algo, ¡cualquier cosa!, pero lo único que encontró fue el vacío. Con las manos extendidas, dio un tímido paso adelante. É
ad, oyó un murmullo en el pasillo. Aunque forzó la v
dida. Con rapidez, buscó a tientas el pañ
vios de Carolina, ya que podía escuchar t
peso. Fue entonces que se dio cuenta de que él se encontraba encima y sintió un escalofr
arolina se había reservado para el hombre del cual se enamor
ionó más su belleza. Sin embargo, no deseaba que ella lo viera. Temía que, dad
traído por la chica, la idea de hacerlo así le parecía humillante para ambos. Cuando supo que aún era virgen,
sensual. Le puso la mano en la pierna y ella dio un respingo
asintió co
rte tan delicada que pudiera romperse con un toque equivocado. No obstant
s manos en el colchón y deja que yo me
intentó a
o un tono mandón, aunque sin llegar a s
r nerviosa. Si bien nunca la besó en los labios, del cuello ha
olor sordo le recorrió el cuerpo. Aunque su marido se comportó con delicadeza la mayor parte del tiempo, en
uerpo y ella se sonrojó al recordarlo. A pesar de que f
a sobre la mesita. Parecía un joy
villosa. Aquí tien
por una expresión de disgusto. Se cambió de ropa a toda prisa, se lavó, tomó la caja
igual de fácil que ella. Aquello no hizo más que enfadarlo, y fue la razón principal para que le 'pagara' por sus servicios. Al menos así tal vez e
o sonó, er
de casado, hijo mío?", César
en la silla y so
egún lo previsto, pronto sabremo
le preguntó,
su nombre, ¿no te acuerdas?",
ue no hizo ningún comentario al respecto. "Espero buen
a esposa de Máximo Castillo. No obstante, era evidente que ella jamás aceptaría ca
n profundo suspiro. Si bien debió esperár
ba las almohad
o, por favor?", preguntó Carolina, haciendo un esfuerzo po
y levantó la cabeza para m
a". Como la muchacha comenzó a caminar en esa di
rás de ella, pa
mientras decía furiosa:
él no le gu
ó a tratarme mal, ¡
desistió y
or". No añadió otra pal
peó con energía. El sonido res
sonaba casi molesta. Aquello no
ndió con brusqued
e la cortant
orazón latiéndole con fuerza, sintién
revido!'
ta cerrada, pero fue en vano.
o!". De nuevo, g
respondió él, con el
¡Abre la pue
eguida dos hombres entraron en
e fuera", dijo gentil el hombre
antes de volverse hacia la puerta. "¿Eres lo bastante hombre para acostar
intercambiando miradas incómodas; nunca nadie se habí
on la tensión cuando la llave entró en la cerradura