¿Podrá Patricia, la joven trombonista de la banda "Los Cuarenta", lograr el objetivo que por años ha deseado, el hacer de Esteban, el baterista de la banda, que sea solo suyo, mientras trata de mantener a sus padres y hermano con sus ganancias ? Las vidas de los jóvenes músicos de la naciente agrupación en las que no faltan los celos, los rencores, los amores, los odios y las traiciones.
Patricia se miró al espejo sintiéndose orgullosa de su reflejo. A sus diez y siete años era considerada, no solamente como una de las cantantes y artistas más destacadas de la banda de Los Cuarenta, con la que llevaba cuatro años, sino también como una de las más bonitas. Su largo cabello rubio y sus grandes ojos color miel complementaban un armonioso conjunto estimado por muchos como la definición de la palabra belleza. Y para la envidia de muchas, esa perfección no se quedaba en sus bellas facciones.
Tenía la esbelta figura de aquellas personas acostumbradas a dedicar largas horas al ejercicio, además de un par de piernas que nunca pasaban desapercibidas.
Estaba de regreso a su habitación del hotel de cinco estrellas, después de haber celebrado el segundo aniversario de su relación con Andrés, apuesto muchacho apenas un año mayor, también considerado como una de las voces masculinas más destacadas de la banda, la cual estaba compuesta por cuarenta miembros, todos ellos jóvenes expertos en la ejecución de al menos dos instrumentos musicales, además de ser poseedores de destacadas voces.
Patricia, al escuchar cómo tocaban a la puerta, solo se le ocurrió mirar su reloj de pulso, lo cual era lo único que aún llevaba puesto de la indumentaria usada para la elegante cena, prendas ahora reemplazadas por la larga camiseta gris sin mangas, la cual acostumbraba a usar para irse a la cama. Las manecillas marcaban la una y treinta y cinco de la madrugada. Solo se le ocurrió pensar en lo olvidadiza que se había vuelto Mónica, su compañera en la banda, y con quien acostumbraba a compartir habitación de hotel en las noches de gira.
Otra vez se olvidó de la llave..., fueron las palabras que atravesaron su mente mientras sus pies descalzos recorrían la distancia entre el cuarto de baño y la puerta de la habitación. Pero no fue el hermoso rostro de su compañera el que se encontró al otro lado de la puerta, sino la enorme sonrisa de un chico desconocido, de alrededor de dieciocho años, vestido totalmente de negro, quien, sin mediar palabra, y sin haber sido invitado a pasar, le dio un estrecho abrazo, le dio un beso en la mejilla y dijo:
–¡No lo puedo creer! ¡Estoy abrazando a la mujer que amo!
A Patricia solo se le ocurrió gritar para luego preguntar mientras luchaba por deshacerse del abrazo:
–¿Usted quién es? ¿Quién lo dejó entrar?
–Soy el hombre que más te ama en este mundo y nada ni nadie podrá separarnos.
A pesar de los esfuerzos de Patricia, no lograba deshacerse de la forma cómo el muchacho la sujetaba.
–Ya, déjeme ir –gritó la rubia.
Pero el chico, en lugar de ceder a sus ruegos, empezó a plantarle más picos sobre sus mejillas. Nuevos gritos no dieron espera, último recurso a su disposición, para el momento en que la puerta de la habitación se abrió, y la figura de Esteban, el baterista de la banda apareció junto a la de su compañera de cuarto. La bota del recién aparecido fue a dar contra el costado derecho del muchacho, seguido por una patada que aterrizó en su rodilla, y una tercera que vino a estrellarse en su espinilla. La cuarta patada, esta vez por parte de Mónica, impactó la parte baja de su estómago, logrando que el muchacho vestido de negro quedara fuera de combate mientras se retorcía de dolor. No pasó más de un minuto antes de que Rodolfo, el mánager de la banda, acompañado de Arturo, el director de Los Cuarenta, aparecieran en la habitación. La rubia, en medio del llanto y de la angustia, corrió a refugiarse en los brazos de Mónica. Rodolfo se apresuró a marcar el teléfono de la recepción mientras Arturo no tardó en agarrar una de las toallas del cuarto de baño y amarrar por las muñecas al admirador de la trombonista y cantante.
–¿Te encuentras bien? –Rodolfo, a pesar de haber visto mucho mundo a sus treinta y siete años, mostraba genuina preocupación.
–Creo que sí... –respondió Patricia, su cuerpo temblando como si estuviera parada sobre las nieves de la Antártida.
–¿Quién es este sujeto? –preguntó el mánager, una vez se aseguró de que los hombres de seguridad no tardarían en llegar a la habitación.
–No lo sé –dijo Patricia entre sollozos–, se abalanzó a abrazarme y darme besos apenas abrí la puerta, pensé que era Mónica...
–Menos mal que escuchamos tus gritos... –Mónica no paraba de consolar a la que se había convertido en su mejor amiga. Sin embargo, su nerviosismo era evidente.
–¿En dónde está mi novio? –preguntó Patricia al notar la ausencia de Andrés.
–Yo soy tu novio y estoy aquí –dijo el muchacho de negro y de mirada resplandeciente –y nunca te voy a abandonar.
–Este tipo está loco –dijo Esteban.
–Sí, pero loco de amor por ella, Patricia es la mujer perfecta.
–Pati, sí tú no sabes dónde está Andrés... –dijo Esteban, ignorando lo dicho por el extraño hombre mientras levantaba los hombros y llevaba su mirada desde el sometido sujeto a los ojos de Patricia.
Las palabras de Esteban fueron interrumpidas por la entrada en la habitación de los agentes de seguridad del hotel. Los acompañaban dos policías, quienes se encargaron de aprehender al inesperado visitante.
–Que me lleven preso no impedirá que te conviertas en mi mujer –dijo el muchacho, una enorme sonrisa atravesando su rostro.
Una vez los agentes del hotel y uno de los policías se lo llevaron, el agente restante se dirigió a Patricia.
–Señorita, ¿le alcanzó a hacer daño? –su preocupación era evidente.
–Creo que no..., no me alcanzó a hacer nada, solo me abrazó y me dio algunos besos en las mejillas –su cuerpo seguía temblando.
–Entramos justo a tiempo y no tuvimos más opción que cogerlo a patadas –fue el comentario de Esteban.
–¡Excelente trabajo! –adhirió Arturo adjuntando una pequeña sonrisa.
–¿Desea presentar cargos? –fue la pregunta que siguió por parte del policía.
Patricia no supo qué responder. Se limitó a mirar a Rodolfo esperando que el mánager le insinuara el tipo de respuesta que debía dar.
–No sé si sirva de algo –dijo el manager mirando al policía–, creo que ella no tendría el tiempo de testificar, salimos de aquí en un par de días...
–Podría dejar una declaración firmada, al menos serviría para que a ese hombre lo encierren hasta su día en la corte... Algo así como una semana.
–Creo que es lo mínimo que se merece, y que al menos no tengamos el riesgo de que vuelva por aquí –Mónica estaba convencida que esa clase de hombres debían pagar por su forma de proceder; no era justo que salieran libres después de haber causado inmensos traumas a sus víctimas. Después de un poco más de dos años, aún no estaba segura de haberse repuesto totalmente de la horrible experiencia que había vivido: el secuestro del cual había sido víctima, y que la había alejado de su familia y de su adorado Esteban por un poco más de un mes. La música, su brillante desempeño en el piano, en el arpa, su inigualable voz, sumado al amor de su novio, habían logrado alejarla de sus amargos recuerdos, pero en el fondo sabía que era algo que siempre la acompañaría.
–¿Tendría que firmarla hoy? Son casi las dos de la mañana–preguntó Arturo, muchacho que a sus veintiún años, y como director musical del grupo, se sentía responsable de todo lo que pudiera suceder con la banda de Los Cuarenta y todos sus miembros.
–Puede hacerlo mañana antes del mediodía, de lo contrario nos veríamos obligados a dejarlo ir.
–Yo no quiero volver a ver a ese hombre –intervino una temblorosa Patricia.
–No tendrá que verlo, señorita, solo tiene que firmar una declaración, algo que no le llevará más de unos minutos el hacerla.
–Bueno..., supongo que es lo mejor... –Patricia nunca se sintió tan insegura ni tan nerviosa, ni siquiera en el día que tuvo que cantar por primera vez en un club de su ciudad ante unas doscientas personas, ni cuando lo tuvo que hacer dos años más tarde abriendo la presentación de Los Cuarenta ante cincuenta mil personas en el estadio de los Delfines de Miami.
El policía se retiró dejando en las manos de Rodolfo el papel con la dirección de la estación de policía a la que Patricia se debía presentar, no sin antes dejar en claro que hablaría con las directivas del hotel para que la seguridad de la reconocida agrupación musical fuese mejorada. El mánager se ausentó por un par de minutos de la habitación, y a su regreso llevaba una pastilla que entregó a la niña ofendida, junto con un vaso de agua.
–Esto te servirá para dormir mejor, y mañana Arturo y yo te acompañaremos a la estación, será algo breve...
–Gracias, Rodolfo –la rubia no tardó más de cinco segundos en desocupar el vaso.
–¿Ya estás mejor, monita? –preguntó Arturo mirándola a los ojos.
–Creo que sí... Nunca me había pasado algo así.
–Si quieres, te acompaño mañana a la estación –dijo Mónica poniendo su mano sobre el hombro de su amiga.
–Gracias, Barbie Mediterránea, creo que ahora entiendo un poco más la situación por la que tú pasaste...
Mónica, en medio del nerviosismo que compartía con su amiga, pensó que nunca nadie lograría entender lo que ella había vivido durante su mes de secuestro, pero supuso que lo que acababa de pasarle a Patricia podría acercarse levemente a lo que había sido su experiencia.
–La vida no es fácil, pero este tipo de situaciones no deberían... existir –dijo Esteban mirando a sus dos compañeras de trabajo.
–Rodolfo, ¿tú qué me diste? –preguntó Patricia sentándose en el borde de su cama.
–¿Por qué? ¿Ya tienes sueño? –preguntó a su vez el sonriente manager.
–Sí, en serio que siento que los ojos se me cierran...
–Es uno de los mejores tranquilizantes, te ayudará a soñar con los angelitos... Y mañana estarás como nueva.
–Eso espero... Barbie Mediterránea, ¿vas a estar aquí? –preguntó Patricia dirigiendo su mirada a los ojos azules de su hermosa compañera de habitación.
–No lo dudes, de aquí no me muevo hasta que salgamos mañana hacia la estación de policía.
–Me quedaría a acompañarlas, pero no creo que a nuestro director le guste que rompamos los protocolos –dijo Esteban, el apuesto baterista, próximo a cumplir dos años y medio de relación con Mónica.
–Ya no somos unos niños, por lo que creo que es preferible tratar de mantener el orden –Arturo, quien estaba al frente de la agrupación desde que su antiguo director había marchado a Europa, se sentía orgulloso de llevar, por más de tres años, las riendas de la banda juvenil que estaba convirtiéndose en un fenómeno mundial. Recordaba las épocas en que se limitaban a tocar covers en pequeñas presentaciones en colegios, universidades, bares y eventos empresariales. El presente era totalmente diferente: sus conciertos, en lugares con capacidad para más de veinte mil espectadores, se vendían como pan caliente, y varios de sus miembros empezaban a ser vistos como figuras de reconocimiento internacional.
–Creo que Paticas Lindas no podría ser parte de ningún desorden, esa pastilla que le diste parece estar surtiendo efecto –el comentario de Esteban correspondía al estado en que Patricia se encontraba: con sus ojos cerrados, sus llamativas pestañas no hacían más que adherirse a las múltiples cualidades que adornaban su precioso rostro.
–Ese sobrenombre se me hace un poquito ordinario –le dijo Mónica a su novio.
–No me lo inventé yo –tuvo que defenderse el apuesto baterista–, es simplemente la manera como todos los hombres del grupo la llaman...
–Al menos la podrían llamar piernitas lindas, pues las patas son de los animales –Rodolfo siempre tenía una opinión. Había crecido con el grupo, y como empresario y promotor no dejaba de cumplir un excelente trabajo. Gracias a su actitud positiva, bonachona y sonriente, había logrado que los cuarenta miembros de la banda lo vieran, a sus treinta y siete años, como el hombre mayor que reemplazaba a sus padres durante las giras por diferentes países del planeta.
–Bueno, sean patas o piernas o lo que quieran, no cabe duda de que son muy lindas, pero creo que es hora de que todos volvamos a la cama –Arturo no se olvidó de mostrar su eterna sonrisa antes de encaminarse hacia la salida de la habitación.
–Buenas noches dama y caballero –Rodolfo se dirigió a la pareja de novios–, y de Pati no me despido porque es más que obvio que ya está en los brazos de Morfeo... Y por la seguridad no se preocupen, cuando fui por la pastilla vi que había un agente a la salida de los ascensores y otro en la puerta de las escaleras...
Quedaron solos Esteban y Mónica observando cómo Patricia parecía descansar plácidamente.
–Increíble esa pastilla que le dieron, no parce que hubiera sido víctima de las pretensiones de un tipo tan extraño –Mónica no dejaba de mirar a su mejor amiga.
–Lo que más me llama la atención es que todos lo tomaron con mucha tranquilidad, como si fuese algo de todos los días.
–Creo que yo no... –dijo Mónica mordiéndose el labio inferior.
–¿Estás bien, Monina? –preguntó Esteban al abrazarla, sintiendo su largo cabello castaño rodar por debajo de sus brazos.
–¿Qué hubiera pasado si hubiera sido yo la que le abre la puerta a ese tipo?
–Venía detrás de Pati, y sabía que estaba sola, no creo que ese tipo estuviera detrás de ti...
–¿Pero entonces cómo sabía que ella estaba sola?
–No lo sé..., lo único que se me ocurre es que de pronto vino antes y en vista de que nadie le abrió, se quedó esperando en el hall de los ascensores a que ella llegara...
–¿Pero si yo hubiera llegado primero que Pati?
–Estabas conmigo, creo que no se hubiera atrevido... –dijo Esteban abrazándola fuertemente.
–Entonces todo fue un factor de suerte...
–Monina, no sé mucho de eso, pero en un caso así, creo que el tipo tenía seleccionada a su víctima desde mucho antes... No es el caso de la mujer indefensa que se encuentra en una calle oscura a las diez de la noche...
–Nene, tú sabes como soy yo, pero..., pero a ese tipo le servíamos cualquiera de las dos... –aunque Mónica siempre había sido consciente de su belleza, jamás había actuado de manera orgullosa o prepotente. Muy al contrario, a pesar de su gran éxito como cantante estelar de Los Cuarenta y de ser una niña de familia bastante adinerada, era reconocida por su extrema sencillez.
–Eso no lo dudo, pero insisto en que ese hombre ya debía tener a Patricia entre ojos.
–Bueno, no sé... Solo me imagino que Arturo y Rodolfo no sacaban nada poniéndose igual de histéricos a como el público lo hace cuando mira a Pati cantando <
–O cuando te mira a ti cantando <
–O <
Esteban, al igual que todos los miembros del grupo, siempre había estado convencido de que su novia poseía el rostro más bello de toda la banda. Esa cualidad había logrado que le pusieran sobrenombres tales como <
–O también a ti cantando <
–Puede ser, pero supongo que se necesitaba que al menos Arturo y Rodolfo estuvieran lo suficientemente frescos como para manejar la situación.
–Sí nene, y como ahora somos figuras públicas, pues estamos expuestos a toda esa clase de cosas, sobre todo cuando eres una niña tan atractiva como Pati –dijo ella volviendo a mirar a su compañera.
–Entonces tú no estás expuesta... –la sonrisa de Esteban dejaba ver algo de sarcasmo.
–Creo que yo ya pagué mi cuota en esta clase de asuntos –aunque torciera la boca, la Monina de Esteban no dejaba de ser una niña preciosa.
–El todo es que los malhechores estén enterados y de acuerdo con lo que dices.
–¿Si te conté que ese siempre fue mi temor? –Mónica prefirió continuar la conversación sentada en el borde de su cama.
–¿Cuál? ¿El de un ataque como este?
–Exacto...
–Yo creo que te salvó el hecho de que solo tenías catorce años...
–Casi quince, y todos decían que parecía de diez y seis –lo interrumpió ella.
–Pero eras una niña...
–Una niña que logró llamarte la atención –la picardía en la sonrisa de su Monina era una de las cualidades preferidas por el joven baterista.
–Más que lógico que le llamaras la atención a alguien que en ese momento tenía diez y seis años, pero afortunadamente no a secuestradores muchos años mayores.
–Pero Rodolfo podía tener treinta y cuatro o treinta y cinco en esa época, y apenas me vio me bautizó como <
–Es que nadie duda de tu belleza, pero eso está muy lejos de provocar un pensamiento criminal en unos tipos que lo único que querían era el dinero de tu familia.
–No te olvides de los pederastas –comentó Mónica arrugando la mejilla derecha.
–Lo sé..., pero es algo del pasado... Y el presente lo único que me dice es que eres demasiado buena para dar patadas.
–Yo solo terminé con lo que tú empezaste, creo que fuiste el que verdaderamente salvó a Pati.
–No sé cómo lo hice... En el colegio nunca he tenido una pelea –dijo un pensativo Esteban.
–Supongo que era un momento extremo...
–Sí... Pero definitivamente el mundo está lleno de gente enferma...
–Pero bueno, siempre que existan niños lindos que nos puedan proteger... –fue lo que alcanzó a decir Mónica antes de que sus labios se juntaran con los del joven baterista en un largo y dulce beso.
–Lástima que Pati está aquí... –la mirada de Esteban se posó en el cuerpo de la linda rubia.
–Como para que apareciera Andrés y se la llevara... –Mónica volvía a mostrar su pícara sonrisa.
–Muy raro que no haya aparecido, con todo esto que sucedió... –Esteban mostró en su rostro una expresión pensativa.
–Estaban celebrando los dos años... Creo que fueron a ese restaurante bonito que está como a dos cuadras de aquí.
– Seguramente ya está en el cuarto... –dijo Esteban.
–Es posible... De pronto quedó empalagado con tanta belleza y decidió irse a dormir rapidito... Como esta niña cada día se pone más linda –Mónica miró a Esteban directo a los ojos.
–Me miras como si yo estuviera detrás de ella...
–¿No me digas que no se te hace divina? –preguntó Mónica volteando a mirar a su compañera de habitación.
–Sí, pero más linda eres tú, y eso no solo lo digo yo...
–Eso era antes, cuando teníamos quince años, ahora Pati se ha puesto muy atractiva...
–Pero tú sigues siendo la mejor –dijo Esteban instantes antes de volverla a besar.
–Solo espero que sigas pensando eso toda la vida...
–Y yo solo espero que sigas a mi lado toda la vida...
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