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Lothar, un íncubo de belleza inquietante y poder seductor, emerge de las sombras del bosque en busca de su próxima presa. Su destino lo lleva a un pequeño pueblo donde los sueños de los habitantes están cargados de deseos y temores reprimidos. Entre ellos, una joven llamada Kiara, cuyos sueños llenos de anhelos y esperanzas lo atraen irresistiblemente.
En una noche sin luna, cuando la oscuridad reinaba absoluta y el silencio era casi tangible, una figura sombría emergió de las sombras más profundas del bosque. Era un íncubo, un ser de pesadillas y deseo, que vagaba por la tierra en busca de su próxima presa.
La noche sin luna envolvía el bosque en una oscuridad casi impenetrable, creando un paisaje de sombras densas y formas indistinguibles. Lothar emergió de una pequeña caverna oculta entre los árboles, su figura alta y esbelta moviéndose con una gracia sobrenatural. A medida que avanzaba, sus pasos eran casi inaudibles, apenas perturbando la capa de hojas secas que cubría el suelo del bosque.
A medida que se adentraba más en el bosque, la vegetación se volvía más densa y opresiva. Los árboles, altos y antiguos, se alzaban como guardianes silenciosos, sus ramas entrelazadas formando un dosel que bloqueaba cualquier atisbo de luz estelar. El aire estaba cargado con el aroma terroso de la humedad y el musgo, y una bruma ligera serpenteaba entre los troncos, añadiendo un toque de misterio al ambiente.
El silencio del bosque estaba roto solo por el ocasional crujido de una rama bajo los pies de Lothar o el suave aleteo de un búho en busca de su presa nocturna. De vez en cuando, un murmullo gutural de alguna criatura nocturna resonaba a lo lejos, un recordatorio de la vida oculta que habitaba ese reino de sombras.
El íncubo, conocido como Lothar, se movía con una gracia inquietante, sus pasos apenas hacían ruido sobre las hojas secas del suelo. Sus ojos, dos pozos de sombra profunda, brillaban con un fuego infernal, buscando señales de vida. Su piel era pálida como el mármol, en contraste con el negro azabache de su cabello que caía en cascada sobre sus hombros. Vestía con ropas oscuras, que parecían absorber la luz, haciéndolo casi invisible en la penumbra.
Lothar llegó a un pequeño arroyo que serpenteaba a través del bosque, sus aguas cristalinas reflejando la oscuridad de la noche. Un puente de madera, antiguo y cubierto de musgo, se arqueaba sobre el arroyo. Sin detenerse, Lothar cruzó el puente, sus pasos ligeros haciendo que las tablas emitieran un leve gemido en protesta.
Al otro lado del arroyo, el bosque se abrió en un claro pequeño y misterioso. En el centro del claro, un gran roble antiguo se alzaba solitario, sus ramas extendiéndose como brazos protectores. Lothar se detuvo por un momento, respirando profundamente el aire fresco y absorbiendo la energía de la naturaleza circundante. El claro estaba iluminado tenuemente por la luz espectral de luciérnagas que bailaban en el aire, añadiendo un toque de magia al entorno.
Lothar había sentido la llamada del deseo en un pequeño pueblo cercano, donde los sueños de los habitantes estaban cargados de anhelos y miedos. Estos sueños eran el sustento del íncubo, quien se alimentaba del deseo y la energía vital de los humanos. Se deslizó silenciosamente hasta la aldea, su presencia invisible y etérea, como una sombra más entre las sombras.
En una modesta cabaña al borde del pueblo, una joven llamada Kiara dormía profundamente. Sus sueños estaban llenos de esperanzas y deseos reprimidos, un festín irresistible para Lothar. El íncubo se acercó a la ventana de la cabaña, sus ojos fijos en la figura dormida de Kiara. Con un movimiento de su mano, desmaterializó el vidrio y se deslizó dentro sin hacer ruido.
Kiara comenzó a moverse inquieta en su sueño, sintiendo la presencia del ser sobrenatural aunque aún no despertaba. Lothar se inclinó sobre ella, sus labios a pocos centímetros de su oído, susurrando palabras dulces y tentadoras que se mezclaban con sus sueños, transformándolos en una mezcla de deseo y terror.
Finalmente, los ojos de Kiara se abrieron, su mirada atrapada por los ojos hipnóticos del íncubo. Intentó gritar, pero su voz se quedó atrapada en su garganta, su cuerpo paralizado por la presencia de Lothar. El íncubo sonrió, una sonrisa que era tanto seductora como peligrosa.
"¿Quién eres?" logró preguntar Kiara con un hilo de voz.
"Soy un viajero de la noche, una sombra en tus sueños", respondió Lothar, su voz un susurro sedoso que envolvía a Kiara en un manto de misterio. "He venido a ti porque tus deseos me llamaron".
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