A sus 23 años, Winter Blake es una joven estudiante con solo una menta; finalizar exitosamente sus estudios. Es en su ultimo año de carrera cuando inicia su estadia profesional a su carrera en Leyes. La buena suerte le permite realizar sus practicas en el departamento de crimines sexuales y violencia familiar, al lado del brillante abogado Beth Dather. Años bajo dietas extrictas, estres escolar y familiar, Winter saber que es el dolor y la desesperacion. Cuando se dispone a ser lo mejor de su vida aquellas practicas, un caso de violencia familiar entra al despacho, es cuando conoce el horror del ser humano. "Para capturar a un depredador, no puedes permanecer como la presa; tienes que convertirte en su igual en todo sentido."
El sonido de pasos se escuchó por el pasillo, mientras algunas voces burlonas se comenzaban a reproducir. Gritos y risas femeninas en todo el lugar y golpes contra barrotes. El olor nauseabundo había comenzado a ser normal para su nariz, acostumbrarse había costado, pero incluso comenzaba a ignorar el dolor de cuello que su incomoda almohada provocaba. Y no quería hablar de la comida en aquel lugar, había comido peores cosas en libertad, pero al menos habían tenido mejor saber que el pudin de quien sabe qué cosa que les servían en ese lugar.
El sonido de la reja deslizándose a la derecha le hizo abrir los ojos, giro la cabeza para ver de quien se trataba.
Sabia que no podía ser nadie buscando problemas, recibía burlas y coqueteos obscenos, pero nadie se atrevía a meterse con ella, no desde el incidente que tuvo lugar en las dos primeras semanas de su ingreso con una reclusa que no sabia respetar el espacio personal de los demás. Blake odiaba que alguien violara su espacio personal, tanto como a las personas en sí.
-Blake, a las duchas-ordeno la guardia.
Prontamente de pie, salió de la celda a paso seguro y semblante inexpresable, con su kit de aseo personal. Cada metro recorrido, sus oídos captaban los comentarios obscenos de sus compañeras de casa, algunos silbidos asquerosos y amenazas de muerte.
Quizás todo hubiera sido diferente, si hubiera tomado una decisión diferente.
Una vez ambas llegaron a las duchas, la mujer le dio un ligero empujón al interior y le dijo:
-Tienes diez minutos, una camioneta vendrá por ti en treinta. Apresúrate.
Girándose nuevamente, colocó sus cosas sobre una de las baldosas y comenzó a desnudar su cuerpo. Sus dedos maltratados y heridos ardieron con el contacto que la ropa, pero eso era algo a lo que ella se había acostumbrado toda su vida consciente.
Abrió una de las regaderas y el agua fría pronto cayó, provocando un leve temblor en su cuerpo, poco a poco pasando a caliente y nivelando el frío en su piel.
Cerro los ojos y suspiro contra los riachuelos de agua, moviendo sus manos para lavar su cabello oscuro.
Quizás, solo quizás, si ella se hubiera internado. Quizás, solo quizás, hubiera detenido a la bestia a tiempo.
Todavía podía escuchar las súplicas, los gritos, las respiraciones entrecortadas, la sangre caliente brotando a sus manos y el sabor de la gloria a la que aquello le llevaba.
Su estómago gruño en ese momento, tan alto, incluso más alto que el agua cayendo. Su boca se secó y comenzó a marearse.
Chasqueo con la lengua y siguió con su ducha. Internamente cantando.
Una vez limpia y con una toalla alrededor, salió al pasillo, donde la misma guardia le extendió un traje envuelto en su protector, y una caja con, posiblemente, zapatos.
-Date prisa, Blake.
Pero tomó su tiempo, todavía en silencio y tratando de mantener la calma. No por miedo, sino por la constante tensión en la que su cuerpo la hacía vivir.
El traje azul parecía mandado a hacer especialmente para ella. Amoldándose perfectamente a su figura. Se colocó, por último, zapatos negros de tacón y cepillo su cabello húmedo.
No había mucho más que pudiera hacer, de todos modos, volvería a ese lugar en unas horas.
¿Para qué tanta ceremonia?
Nuevamente de pie frente a la guardia, esta le dio el paso para que fuera primero. Ambas caminando a la salida del enorme lugar, escuchaba el sonido de las rejas siendo liberadas para darles paso.
En la entrada al reclusorio, cuatro hombres armados y en uniforme ya le esperaban, uno de ellos se acercó con esposas en mano, y sin resistencia alguna ella extendió sus manos.
Fue el segundo artefacto la que hizo tensarse. Una mascarilla de plástico duro, con recelo miro el objeto y luego al oficial.
-No soy un perro, oficial-dijo sarcástica-No voy atacar a nadie.
Este, no muy convencido, asintió, alejando la mascarilla de su campo de vista. Y ahora, esposada y lista, la hicieron subir a la camioneta que la escoltarían a la corte.
Cerro sus ojos una vez se encontró sentada y con la espalda en descanso. Frunció el ceño cuando un punzante dolor atravesó su estómago, fue el ruido en su interior lo que hizo ser el centro de atención de miradas tensas.
-¿Tiene hambre, señorita Blake? -pregunto amablemente el copiloto.
Sus compañeros guardaron silencio a la espera de una respuesta, la pelinegra le miro y negó.
-Estoy bien, gracias.
Lo siguiente de recorrido fue en silencio, a excepción de la radio que estaba tocando alguna canción de moda.
Las náuseas la golpearon e intento retener las arcadas, no era momento para tener una de sus pequeñas crisis. Pero el puño que subía por su esófago a la garganta comenzaba a doler y cortar su respiración, era muy difícil ignorar el dolor intenso que atravesó su estomago y la capa de sudor frio que cubría su frente. Habían sido esas crisis las que la habían metido en este lío después de todo.
Hoy era el primer juicio al que se estaba enfrentando, hoy iniciaban las consecuencias de sus errores.
Si bien, sus años estudiando leyes habían sido exactamente para estar en los tribunales, jamás imagino que terminaría en el lado acusado.
Hoy no estaba para defender, hoy estaba para ser sentenciada.
Entrando a la ciudad, Blake no pudo evitar no ver las calles que una vez ella había recorrido con tanta libertad. Ahora tan extrañas por los cuatro meses que había estado encerrada.
El recuerdo de su madre le llegó al pasar por una calle vieja y descuidada. Bajo su verde mirada a sus manos, maltratados y ásperos dedos fue lo primero en ver.
No parecía la mano de una mujer, no una delicada. Su mano era pequeña junto a sus dedos, pero tantos años de nervios y estrés habían terminado por dañar sus falanges.
Realmente no tenía muchos recuerdos de su madre, solo borrosas imágenes y voces distorsionadas. Había bloqueado muchos de sus recuerdos.
Había sido maltratada por ella, su madre fue bipolar, según le habían dicho. Alcohólica y bipolar, una combinación realmente inestable en una persona con una pequeña niña.
Blake fue diagnosticada con un problema estomacal a sus trece años por una mala alimentación durante su infancia. Había estado bajo tratamiento por algunos meses, llevando una dieta sana y llena de carne, pollo, pescado, frutas y verduras. Terapia cada semana para intentar llevar el suicidio de su madre, y los constantes maltratos a los que había sido sometida.
Se suponía que, con aquellos cuidados, la pequeña podría tener una vida mejor, más sana tanto física como mentalmente.
Nadie podía imaginar que una tierna imagen podría convertirse en el monstruo que ahora todos temían.
-Hemos llegado-anuncio el oficial al volante.
Blake vio el enorme círculo de personas que estaban alrededor del lugar, había camarógrafos y reporteros, personas con carteles de apoyo y otros que le deseaban una buena estadía en el infierno.
No se inmuto ante las personas rodeando la camioneta y el lugar. La puerta a su derecha fue abierta y el oficial le ayudo a bajar, los gritos de las personas no se hicieron esperar. Mas oficiales ayudaban para intentar controlar al público. Blake mordió el interior de su mejilla y arranco un pedazo de la maltratada carne, el sabor de la sangre invadió su boca rápidamente y sin demostrar ninguna emoción en su estoico rostro, avanzo por el mínimo camino que los demás le dejaban.
Y entre mas se acercaba, era más fácil distinguir lo que las personas gritaban.
"¡Eres un monstruo!"
"¡Arderas en el infierno!"
"¡Deberías ir a la silla eléctrica!"
"¡Ella salvo a mucha gente!"
"¡Libertad para Winter Blake!"
Sinceramente, el que personas fueran a defenderle la había tomado por sorpresa. Estaba segura que todos la deseaban muerta. Se había equivocado.
Su abogado le sonrió al verla aparecer, extendió su mano en saludo, pero poco a poco perdió la sonrisa al ver las esposas en sus manos. De igual modo, Blake levanto sus manos y saludo al hombre formalmente.
-¿Has dormido bien? -pregunta el hombre de traje y portafolio en manos-¿Cómo va el embarazo?
La azabache se encogió de hombros y desvió la mirada.
-Tan bien como se puede dormir en una litera de prisión estatal para mujeres-bromeo, luego bajo su mirada a su vientre todavía un tanto plano y suspiro-Va bien, todavía no puedo sentirlo, pero se que esta ahí. Todo bien.
El abogado Dather intento reír por el chiste que la joven chica había soltado. Sabia que Blake no era mucho de hacer bromas, realmente no era mucho de interactuar con la gente. Beth Dather sabía lo que la joven mujer pensaba en ese momento, sabia que todo estaba acabado para ella y ya no había motivo para no dejar salir una parte de la bestia dentro de ella.
-No importa que pase este día, Winter-intento darle apoyo, aun sabiendo que nada bueno para su amiga había ese día-Yo siempre estaré velando por tu bienestar.
Sus ojos verdes, después de tanto tiempo, hicieron contacta visual con él. Se sintió incómodo. Ella jamás había hecho contacto visual con nadie. Una vez le dijo, en sus pocas noches entre papeleo y nuevos casos, que odiaba el contacto visual pues pensaba que las personas podrían ver dentro de ella.
Quizás, ella sabia desde el principio que algo andaba mal consigo, y tenia miedo que los demás lo supieran.
-Deberíamos entrar ya-aclaro su garganta-Esta por iniciar el juicio.
Blake ingreso en la sala, donde ya había personas en sus respectivos asientos.
Era un juicio público, por lo que todo el mundo sabría el desarrollo y sentencia sobre su vida de ahora en adelante.
Sus ojos viajaron a la única persona que realmente le importaba en aquel lugar. Sus cabellos castaños claros peinados hacia atrás, metido en un traje negro a la medida, tan perfecto como la ultima vez que lo había visto. Habían sido aquellos ojos oscuros los que le habían hecho desfallecer. Y cuando sus labios formaron una sonrisa destinada a trasmitir tranquilidad, ella no pudo evitar regresar el gesto; una sonrisa más pequeña y sincera.
-Por aquí, Winter-señalo su abogado.
Ella fue escoltada por los oficiales a cargo y tomo su lugar designado, al lado de quien le defendería, o intentaría conseguir una condena menor.
Detrás de ella, en la segunda fila, el tomo asiento. Sus ojos jamás dejaron de verla, pero ella en ese momento no podía retener su mirada. Demasiado avergonzada para verle.
Podía soportar el rechazo de los demás, el que la juzgaran y la vieran como un monstruo. Todos, menos él. Porque él era lo único que realmente le había importando en este mundo asqueroso y manchado. El y la criatura que crecía en su vientre.
-Todos de pie para recibir a su señorita; el juez Anthony Paulsen.
El mencionado, un hombre mayor, ingreso en el lugar donde todos seguían de pie. Tomo asiento e inclino la cabeza ante todos.
-Pueden tomar asiento-pidió. Tomo sus lentes y recibió la carpeta que su joven secretaria le había tendido-Empecemos.
La secretaria aclaro su garganta y leyó en voz alta el inicio de la copia de la carpeta del caso.
-Caso 2389, el pueblo contra Winter Marie Blake.
El juez miro a la azabache, seriedad en sus ojos cansados, sobre una cama de arrugas y ojeras. Winter era buena para ver, quizás no para leer, pero a veces se perdía mucho viendo los pequeños detalles en las personas. Ahora, eso podía ser algo muy bueno, o algo muy malo. En su caso, algo extremadamente malo.
-De pie, señorita Blake-ella hizo caso sin quejarse, con elegancia y tranquilidad característica en ella-¿Cómo se declara la acusada? -pregunta el juez.
No le extrañaba. Winter sabía que era una pregunta normal en cada caso de este tipo.
No tenía motivo para mentir, la habían atrapado, la habían visto. Tampoco había motivo para parecer arrepentida. No estaba para nada arrepentida.
-Culpable.
SOY LA PERVERSIÓN DEL JEFE *PARTE 2* Él creía que ella siempre estaría a sus pies, que toleraría su crueldad con tal de no perder lo que tenían. Después de todo, estaba seguro de que nadie podría darle lo que conseguía con él. Sin embargo, ella se cansó y aquella noche desapareció de su vida. Sebastián no imaginó que aquella inexperta en el sexo podría ser capaz de mover el mundo bajo sus pies y, aunque hizo de todo por negar sus sentimientos y destruirla por completo, terminó siendo quien se arrodillara ante ella y suplique el perdón, pero para cuando él la localizó, ya había alguien que tenía puesto sus ojos en ella. Ariana estaba dispuesta a ponerle fin al capítulo más doloroso de su vida. Y es que su enfermiza obsesión por el Licenciado Vega terminó con sus sueños de ser una gran abogada y con una amistad de años. O era así como ella consideraba la relación que tenía con Ana, porque tan pronto abandonó la ciudad, ninguna de las dos se interesó en saber de la otra. Un año había pasado y en ese tiempo sus vidas habían dado un giro de 180°. Por un lado, él no había perdido sus manías y ya tenía a otra mujer que cumplía a la perfección con sus exigencias. Por el otro estaba ella, que llevaba meses en una relación con un hombre casado que, además de ser un excelente amante, era su jefe. Cuando Ariana debe regresar a Buenos Aires, se entera de que Sebastián tiene una favorita y descubre que no es otra que Ana, su ex mejor amiga. El resentimiento resurge y lejos de escapar por segunda vez, decide hacer hasta lo imposible para cobrarse lo que le hicieron, aunque eso signifique introducirse en ese mundo perverso del que se juró, no regresar jamás. ¿Será capaz de destruir la vida de las dos personas que más ama o dejará que una vez más Sebastián la manipule y la arrodille a sus pies? Una traición, muchas mentiras y un deseo de venganza que crece.
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