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Mi hermano Leo murió tras una herida de novillo en nuestra hacienda. Mis padres, líderes del imperio del tequila, solo vieron su muerte como una "debilidad", no una tragedia. Solo yo, Mateo, quise darle un funeral digno. Les pedí dinero, pero mi padre me negó hasta un centavo, riéndose de mi "drama" y obligándome a ganarlo como jornalero. Su influencia me cerró todas las puertas de trabajo en Jalisco. Mi "hermano" Ricardo, el hijo que mis padres siempre desearon, me empujó a las garras del brutal prestamista El Caimán. Fui golpeado salvajemente, pero logré enterrar a Leo con dinero manchado por la desesperación. Pero el horror llegó después: Ricardo me confesó con una sonrisa macabra que él había provocado el accidente de Leo. ¡Había asesinado a mi hermano! Y mis padres, que lo sabían, me castigaron a mí por mi duelo, por no ser el "hombre fuerte" que ellos querían. ¿Cómo podría un "hijo débil" como yo luchar contra la frialdad y traición de mi propia sangre? Una noticia viral expuso su crueldad, desatando el escándalo. Desesperados por el honor, en el sagrado Día de Muertos, mi padre, incitado por Ricardo, intentó profanar la tumba de Leo, golpeándome frente a todos. Ese día, la dinastía Agave de Reyes firmó su propia condena. Mi padre y mi madre habían cavado su propia tumba, y la de Ricardo. ¡Ahora, la verdadera justicia para Leo y para mí está a punto de comenzar!