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Estaba flotando en la burbuja perfecta del embarazo, soñando con mis gemelos, la promesa de un futuro idílico junto a Mateo, el "esposo perfecto". Pero esa noche, un mensaje en su celular –un simple corazón de "I"– reventó mi universo. Tomé su teléfono, y lo que descubrí me arrancó el alma: mi prima Isabella, riendo con Mateo en un chat, mostrando una ecografía idéntica a la mía. "Nuestros bebés están creciendo fuertes", decía, "Sofía no sospecha nada, cree que los gemelos son suyos. Qué tonta". ¡Qué tonta había sido! Mi matrimonio, mi felicidad, todo era una farsa macabra, una obra de teatro donde yo era solo la incubadora para asegurar una herencia. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan ingenua para no ver la manipulación, la ambición desmedida de las personas que más amaba? Pero la rabia fue más fuerte que el dolor. Fingí ser la esposa sumisa, la víctima perfecta, mientras en secreto preparaba mi escape. Dejaría atrás el engaño y el dolor, lista para reescribir mi propia historia, lejos de su veneno.