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El rancio olor a humedad de la bodega me asfixiaba, un recordatorio cruel. Mi prima, Isabella, me sonreía con desprecio, el vestido de novia áspero pegado a mi piel sudada. "Sofía, ¿de verdad pensaste que podías escapar? ¿Que podías arruinar mi boda?" Su voz helada resonó, y entonces, lo recordé todo. Diez años de exilio en el rancho de la abuela, solo para volver a la Ciudad de México y descubrir que mi vida había sido robada. Isabella, la hija de mi tía, se había convertido en la hija amada de MIS padres. Incluso mi prometido, Javier, el heredero del imperio tequilero, era ahora de ella. El compromiso, la vida que me pertenecía, todo le fue entregado. Intenté huir de la bodega donde me encerraron el día de su boda, correr a la iglesia, detener la farsa. Pero mi madre, Elena, me enfrentó, sus ojos llenos de una frialdad desconocida. "Isabella es mi hija. Tú no eres nadie." Cada palabra fue un golpe. Mi padre, Ricardo, se acercó, ofreciéndome tequila con un aroma químico, un veneno. "Bebe esto, Sofía. Termina con esta vergüenza." Cuando me negué, mi madre gritó con desesperación: "¡Mátenla! ¡Mátenla aquí mismo!" Los guardias me forzaron a beberlo. Sentí el líquido amargo quemar mi garganta. Morí. Pero no fue el final. En la oscuridad, una extraña verdad se reveló: el veneno era un engaño. Era el plan de mi padre y del presidente Alejandro, un retorcido juego político. Mi "muerte" era el primer paso para convertirme en la Primera Dama. Y ahora, estoy de vuelta. De vuelta en esta bodega. De vuelta en el día de la boda. El vestido áspero, el olor a humedad, la voz cruel de Isabella. Esta vez, el guion será diferente.