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Mi hermana Elena siempre obtenía lo que quería, sin importar a quién pisoteara, mientras yo, Sofía, la sombra silenciosa, vivía a la deriva bajo el desprecio de mi madre. Una noche, encontré a Elena chateando con Ricardo, mi exnovio, a quien mi madre odiaba, pero Elena recibía en secreto. Intenté advertirle sobre el temperamento de nuestra madre y su obsesión por la reputación, pero ella respondió: "Ricardo es solo una diversión, un juego. Cuando me case, seré la virgen más pura que cualquier millonario haya visto." Meses después, Elena encontró a su millonario, Luis Carlos, pero su vida imprudente la llevó a una infección. En lugar de asumir la responsabilidad, me culparon a mí. "¡Tú tienes la culpa! ¡Sabías lo de Ricardo! ¡Querías arruinarme!", gritó Elena, mientras mi madre me señalaba con odio. El dolor en mi corazón era insoportable. En medio de la histeria colectiva, mi madre y Elena me empujaron, mi cabeza golpeó la mesa de mármol. Morí, llevándome un odio profundo. Pero desperté. La luz del sol entraba por la ventana de mi antigua habitación, y el calendario marcaba dos años atrás. El día en que Elena conoció a Luis Carlos. "¡Tú tienes la culpa!", escuché la voz de Elena. Me toqué la nuca, pero no había herida. Solo mi piel. Había regresado. El pánico se convirtió en una furia helada. Esta vez, las cosas serían diferentes. No sería la víctima. Nunca más.