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Rompiendo el silencio: dejando a su marido CEO

Rompiendo el silencio: dejando a su marido CEO

5.0
1 Cap./Día
101 Capítulo
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Para el público, Arabella era la leal secretaria de Owen que atendía todas sus necesidades y servía como la principal donante de sangre de su amada, quien estaba en coma. Detrás de puertas cerradas, ella era la esposa sumisa del hombre. Arabella era callada y obediente, y soportaba cada humillación sin protestar. Se rumoraba que Owen estaba obsesionado con la limpieza, y había arrojado al río a la última mujer que había osado besarlo. Sin embargo, acorraló a Arabella contra la pared y exigió: "¡Dame un hijo y te dejaré libre!". Arabella lo apartó y dedicándole una sonrisa helada, replicó: "¡No eres digno!".

Contenido

Capítulo 1 El precio de una noche

"¡Arabella Butcher!".

La voz que rasgó el silencio, cargada de furia, despertó a Arabella de su letargo. Apenas abrió los ojos, una mano la aferró por el cuello con una fuerza férrea.

"¿Cómo te atreviste a aprovechar que estaba ebrio para meterte en mi cama?".

El espanto la invadió al toparse con la mirada gélida y amenazante de su esposo, Owen Murray.

Los recuerdos de la noche anterior la asaltaron de golpe: Owen había entrado a trompicones, apestando a alcohol. Ella intentó ayudarlo a llegar a la habitación, pero él la arrojó sobre la cama. Lo que siguió fue rápido y brutal: un beso febril que no pudo rechazar.

Su mudez le impidió protestar o explicarse mientras el peso abrumador de Owen la inmovilizaba.

La noche se convirtió en una vorágine de deseo, y Arabella no recordaba en qué momento se quedó dormida.

De vuelta en el presente, intentó gesticular desesperadamente para explicarse, pero Owen la empujó con brusquedad y la hizo rodar fuera de la cama.

El frío de la mañana la envolvió y, desnuda, se cubrió con las sábanas en busca del poco calor que estas le ofrecían.

"Hace tres años, tú y tu madre conspiraron para obligarme a casarme contigo, esperando que así perdonara los crímenes de tu padre. Y ahora vuelves con tus juegos sucios. ¡Toda tu familia es una escoria traicionera!". La voz de Owen era un siseo bajo y peligroso que reptó por la habitación.

Arabella palideció, petrificada.

Tres años atrás, el gran amor de Owen, Aria Jenkins, fue secuestrada. Tras una angustiosa huida, un trágico accidente automovilístico la dejó en estado vegetativo, una tragedia de la que se culpó directamente al padre de Arabella, Kristian Butcher.

Kristian había defendido con vehemencia su inocencia, negando cualquier acusación de secuestro o de haber querido dañar a Aria. Sin embargo, las pruebas eran contundentes: el teléfono desde el que se exigió el rescate fue rastreado hasta él y se confirmó su presencia en el lugar del accidente. Las evidencias en su contra le valieron una condena de diez años de prisión.

Durante esa época turbulenta, la madre de Arabella, Khloe Butcher, tomó medidas desesperadas. Para salvar a Kristian y asegurar los lazos con la influyente familia Murray, recurrió a drogarlos a ambos: a Owen y a su propia hija.

Bajo el efecto de los sedantes, Arabella fue llevada a la cama de Owen, un acto que los encadenó irremediablemente. Pasaron aquella noche juntos y, a la mañana siguiente, bajo la severa mirada de la abuela de Owen, Julissa Murray, el reacio novio fue presionado a casarse con Arabella.

Ella jamás pudo borrar de su memoria el rostro de Owen aquel día: una expresión marcada por la repulsión, una rabia hirviente y un odio profundo.

Hoy, su rostro reflejaba la misma tormenta de emociones de hacía tres años.

En aquel entonces, Arabella había sido tan víctima de los planes de Khloe como Owen, pero él se había negado a escuchar sus intentos de explicar la verdad.

Los sucesos de la noche anterior solo habían agravado la tensión entre ellos. Convencido de que ella había conspirado en su contra de nuevo, Owen interpretó sus gestos frenéticos y la súplica en sus ojos como meros actos de engaño.

Al observar las marcas en la piel de Arabella, la mirada de Owen se endureció y sus labios se torcieron en una mueca de desdén. "Puede que seas muda, pero tus acciones gritan más que cualquier palabra. ¿Cuál es tu jugada esta vez, Arabella? Después de acostarte conmigo otra vez, ¿qué es lo que buscas?".

Arabella se llevó una mano al pecho, donde sintió un dolor sordo y profundo. No era muda de nacimiento; había perdido la voz en un trágico accidente años atrás. Sin embargo, para él, no era más que una intrigante manipuladora. Ya que así era como la veía, entonces...

Desesperada, recurrió a un lenguaje de señas rápido y enfático. Le explicó que su padre estaba gravemente enfermo y suplicaba que le concedieran la libertad condicional para que pudiera recibir tratamiento. Sus ojos, rebosantes de una petición de compasión, solo encontraron una respuesta glacial.

El rostro de Owen se ensombreció al comprender sus gestos, y su presencia se volvió intimidante mientras le sujetaba la barbilla con crueldad. Sus dedos, largos y usualmente elegantes, ejercían ahora una presión dolorosa que la forzaba a enfrentar su mirada tormentosa.

"¿Libertad condicional? ¡Tu padre es la razón por la que Aria está en coma, atrapada en una noche interminable! Quiero que se pudra en una celda por el resto de su miserable vida. ¿Y de verdad crees que una noche contigo me haría cambiar de opinión?".

Arabella se estremeció bajo su férreo agarre, el miedo brillando en sus ojos al sentir que su mandíbula amenazaba con romperse. Con desesperación, sus manos se movieron de nuevo, firmes, para transmitir una sola idea: ¡Kristian era inocente!

La mente de Arabella evocó recuerdos de su padre, un hombre de una honestidad intachable. Él siempre había sido un alma gentil que trabajó incansablemente en múltiples empleos para mantenerlas a flote, sin ceder jamás a la salida fácil de las deudas. Secuestro, extorsión... tales crímenes eran impensables, completamente ajenos a su carácter.

Durante años, ella había investigado en secreto, persiguiendo cada pista para demostrar la inocencia de su padre.

Apenas ayer, en su visita, había visto cuánto se había consumido Kristian bajo el peso de la prisión: débil, con los ojos hundidos, atormentado por constantes hemorragias nasales y toses violentas que dejaban manchas de sangre en su pañuelo. La imagen de su sufrimiento encendió su determinación: no podía permitir que la desesperación la venciera. Aterrada, solo quería asegurar la libertad condicional para su padre, pero sin la aprobación de Owen, nadie se atrevía a liberarlo.

La fe inquebrantable de Arabella en la inocencia de su padre solo avivó la furia de Owen.

"¿De verdad, Arabella? ¿Incluso con las pruebas frente a ti, decides ignorarlas?". La voz de él estaba cargada de incredulidad.

Ella intentó explicarse una vez más, sus manos moviéndose con ahínco, pero Owen, con la paciencia agotada, la empujó bruscamente a un lado. "¡Basta de esos malditos gestos, Arabella! Me están hartando".

Ignorando sus súplicas, se dio la vuelta para marcharse.

Arabella, impulsada por la urgencia, se aferró a sus pantalones.

Los ojos de Owen destellaron con frialdad mientras la miraba de reojo. "¡Suéltame! ¡Ahora!".

Con señas desesperadas, le recordó que hoy era el día de la transfusión de Aria y que, a cambio de su ayuda, ella daría su propia sangre sin dudarlo.

La salud de Aria era precaria y dependía de frecuentes transfusiones.

Afortunadamente para ella, Arabella compartía su mismo y raro tipo de sangre, lo que la convertía en una donante invaluable.

De repente, Owen le tiró del cabello con fuerza. El dolor agudo la hizo palidecer, y el horror se dibujó en su rostro como si estuviera frente a un demonio.

"¿Qué estás insinuando? ¿Que te negarás a donar tu sangre si me niego a concederle la libertad condicional a tu padre?". La voz de Owen se elevó, una mezcla de ira e incredulidad tiñendo su tono mientras ella se desplomaba de agonía.

La garganta de Arabella se cerró, el grito atrapado como un pájaro en una jaula, silencioso y desesperado. Ella tembló, con los ojos muy abiertos, cuando Owen se inclinó de pronto sobre ella, su rostro peligrosamente cerca del suyo.

Tomó una bocanada de aire, con el corazón martilleándole las costillas.

"Arabella, escúchame". La voz de Owen era baja y amenazante, cada palabra una gota de veneno. "Tú y tu padre son los culpables de la condición de Aria. Si ella sufre más, te juro que toda tu familia lo lamentará. ¡Ahora, lárgate de aquí!".

La cruda intensidad de su mirada desató una oleada de terror en Arabella. Sus acusaciones fueron como dagas que la cortaron, dejándola sin aliento y herida.

Un miedo agudo por la seguridad de su padre se apoderó de ella, intensificándose a cada segundo. Reuniendo hasta la última pizca de valor, se envolvió en la sábana más cercana y escapó de la atmósfera opresiva de la habitación principal. Sus pasos resonaron mientras descendía al refugio del sótano.

Una vez casados, Owen la había desterrado allí, tratándola como una sombra indeseada. Había sido un grave error subir anoche, un accidente cargado de consecuencias.

A Arabella no le importaba dónde vivir. Con tal de seguir siendo la esposa de Owen y permanecer a su lado, lo demás era irrelevante.

Con apenas una cama, una mesa y una silla, el sótano se sentía más como una celda que como un hogar.

La lujosa suite principal de Owen estaba a mundos de distancia del espacio lúgubre que era el suyo, un lugar en el que había sufrido en silencio durante casi tres años.

El calor sofocante hizo que su piel se sintiera pegajosa, lo que la llevó a subir al baño del primer piso para una ducha refrescante. Fue allí, entre el vapor y el murmullo del agua, donde escuchó por casualidad la conversación en voz baja de las sirvientas.

"Esa muda es una desvergonzada. ¡Aprovechar que el señor Murray estaba ebrio para meterse en su cama!".

"¡Claro que sí! Todo el mundo sabe que el señor Murray solo quiere a la señorita Jenkins. Esa muda no tiene nada que hacer aquí, y le espera un destino sombrío".

"El día que la señorita Jenkins despierte será el día en que echen a la muda de la casa Murray".

Su mirada cayó al suelo, su corazón hundiéndose con el peso de aquellas palabras. Sabía muy bien que su tiempo con Owen no era realmente suyo; era prestado, deslizándose entre sus dedos como arena. La idea de que Aria despertara era una sombra que se cernía sobre su frágil matrimonio, señalando el inminente divorcio.

Aunque el futuro era incierto, Arabella aún se aferraba a cada segundo con Owen, atesorando el tiempo robado como si fuera el último.

Para cuando salió del baño, él ya se había vestido. Llevaba un traje negro perfectamente entallado que realzaba su figura alta y esbelta, e irradiaba una silenciosa autoridad. El conjunto se completaba con una camisa blanca y una corbata negra, sujeta con un pisacorbata de plata que destellaba bajo la luz.

Su sola presencia dominaba la estancia; cada línea de sus facciones cinceladas componía una figura imponente.

Arabella se sintió irremediablemente atraída hacia él, su mirada deteniéndose un momento más de lo debido, quizás hechizada por la gravedad de su aura.

Un suave rubor tiñó sus mejillas, una mezcla del calor de la ducha y la electrizante cercanía de Owen.

Él, que llevaba puestos unos guantes de cuero negro, le ofreció un teléfono blanco sin decir palabra, con el rostro inescrutable. Con una mirada impasible, comentó: "Saliste tan deprisa que olvidaste tu teléfono".

Arabella, todavía afectada por su encuentro anterior, dudó antes de aceptar el teléfono. El gesto, tan considerado en comparación con su furia de hacía unos momentos, la dejó desconcertada.

Cuando sus dedos se cerraron alrededor del dispositivo, bajó la vista a la pantalla. El mensaje la dejó helada. Su rostro perdió todo color y el aire se le escapó de los pulmones.

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