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Carolina debe luchar por su pueblo y sus riquezas cuando un grupo de forasteros llegan a atacarlos con su despiadado ejército. En ese encuentro conocerá a Kent, un hombre del bando enemigo, quién sin saberlo le cambiará la vida y le hará cuestionar todo lo que ha aprendido. ¿Podrá seguir luchando por su pueblo aunque esto implique asesinar a Kent?
Me capturaron.
Por la mierda
Los malditos me habÃan acorralado estando sola. Fueron seis contra mÃ. SabÃa que podÃa con todos ellos en un combate de cuerpo a cuerpo, ya habÃa dejado en el suelo a cuatro, pero uno de los bastardos que aún quedaba en pie sacó una pistola y me disparó en la pierna, cuando caà se me cayeron en patadas y combos, después de eso mi mente se fue a negro.
Era obvio, no habÃa que esperar más de ellos, siempre jugaban sucio.
HabÃan venido a nuestras tierras desérticas para robarnos las riquezas, lo habÃamos mantenido en secreto por años para que gente como ellos no vinieran a saquearnos, para que ninguno viniera a molestarnos y asà poder vivir una vida en armonÃa y paz, y a pesar de que algunos se enteraban de lo que escondÃamos, siempre estábamos listos para combatirlos. Nuestro pequeño pueblo común y corriente en el medio de la nada y en un desierto desolado tenÃa un ejército mortal, decidido a ejecutar todo lo necesario para defender lo de nosotros, aunque personas tuvieran que morir en el proceso.
Pero esta gente era distinta.
Con el tiempo aprendimos a ocultar bien nuestros tesoros. HabÃan pasado años desde el último ataque y nunca nos esperamos uno nuevo, pero estos malditos eran despiadados, encubiertos con nuevos ideales incorrectos para la sociedad donde cualquiera que se opusiera a ellos serÃa asesinado sin titubear. No sabÃamos que llegaron a nuestras tierras hasta que fue demasiado tarde y ya habÃamos perdido a unos cuantos compañeros de batalla, asesinados sin la opción siquiera de luchar. Y yo ahora estaba en el terreno de ellos.
Mi muslo me estaba matando, la bala no habÃa salido por el otro lado y no tenÃa los implementos para sacarla con mis propias manos, sabÃa que en cualquier momento se podrÃa infectar. No recordaba cómo llegué porque después de que los cobardes que quedaron me golpearon no recobré el conocimiento hasta que desperté en la maldita celda, con un tipo en un escritorio más allá de los barrotes leyendo quién sabe qué. No fue uno de los tipos que me acorralaron, pero lo odiaba hasta la mierda por ser uno de ellos.
Odiaba a toda su maldita gente.
Me senté en el suelo y apoyé mis brazos sobre mis rodillas tratando de ocultar mi dolor. Nunca demostrarÃa mi malestar, no les darÃa esa satisfacción. Cuando me movà pude ver bien al hombre que hacÃa guardia; tenÃa el cabello castaño claro, sus facciones eran duras y distinguà atreves de su delgada camisa como su cuerpo era musculoso, no de esas personas que pasan horas haciendo ejercicio y sus cuerpos terminan siendo grotescos. Me hizo recordar al Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci y me quedé observándolo un tiempo más.
-¿Qué? -preguntó enojado al ver que no le sacaba el ojo de encima.
-No pareces uno de ellos -le dije más como una acusación que una afirmación.
Y realmente no lo parecÃa.
Todos esos malditos tenÃan rasgos parecidos; ojos oscuros, piel morena y cabello negro, todo lo contrario al chico que estaba sentado a unos metros, y aunque no sabÃa el color de sus ojos podÃa apostar que no eran negros.
No dijo nada a mi acusación, era obvio, tampoco esperé que lo hiciera, aun asà continué.
-Entonces ¿eres el niñero? Eso es, te están pagando para cuidarme. Espero que sea una buena paga, porque tu vida está en riesgo aunque nos separe unos simples barrotes. -Solté una pequeña risa solo para fastidiarlo un poco más-. ¿Me vas a hablar o qué? ¿Tus dueños te cortaron la lengua?
-¿Te callas alguna vez? -ladró.
-No si no responden mis preguntas.
Pero no lo hizo.
Rompà parte de mi pantalón y comencé a hacerme un torniquete. Ya no sangraba, pero cualquier movimiento en falso podrÃa hacer que la bala que aún tenÃa dentro desgarrara algo más y comenzara la cascada de sangre. No me querÃa arriesgar.
-Estos hijos de puta lo van a pagar -susurré para mà mientras apretada una vez más el nudo.
-Cuida lo que dices sobre mi familia -habló.
No sabÃa que me habÃa escuchado.
-Entonces eres de esos niñeros que se creen parte de la familia, entiendo.
-No compartimos la misma sangre.
Lo miré sorprendida. Nunca esperé que respondiera, menos después de mi burla a él.
-Entonces no eres uno de ellos -dije dura.
-Lo soy, solo que no compartimos la misma sangre -repitió.
-No eres uno de ellos -insistÃ-. Si no lo eres, ¿por qué mierda estás aquÃ? ¿Quién carajo erigirÃa una vida asÃ?
-No elegà esta vida, esta vida me eligió a mÃ.
Casi suelto una carcajada por su estúpido cliché.
-No puedes ser tan estúpido, eso no tiene sentido -bufé-. ¿Por qué estás aqu�
El hombre me miró furioso, y yo lo hice de la misma manera.
-Es mejor que te calles.
-¿No quieres responder porque te da vergüenza? No te preocupes, yo también sentirÃa eso si estoy de ese lado. Hasta repugnancia incluso.
-Por la mierda, ¿qué intentas hacer? ¿Hablar para que te suelten?
-No necesito que me suelten, saldré por mi propia cuenta, solo quiero saber cómo alguien puede ser tan estúpido como para estar en tu posición.
Calló.
Pude ver como sus ojos me miraron analizando mi rostro, y yo planeé la manera de atacarlo si es que decidÃa entrar y luchar, pero por el momento seguà intentando quemar su último nervio, solo para mi satisfacción, eso, y para realmente saber quién mierda escogerÃa una vida de asesino sin sentido. Continué.
-Hay algo que nunca siento; pena. Es curioso, ¿sabes? La estoy sintiendo, pero por ti. Qué pena que me das, no solo por ser parte de ellos, sino también porque no puedes responder una simple pregunta.
-Si te hará callar de una puta vez, aquà está -Me dijo como si quisiera abrir la celda al fin y molerme a golpes-; mis padres me abandonaron cuando era pequeño, y ellos me encontraron. Me acogieron como uno más de su familia y me crÃe a su lado, si no hubiera sido por ellos hubiese muerto.
-Muy nobles, te diré.
-Es mi familia, asà que te aconsejo que no sigas hablando de ellos.
-Bueno. Como tu familia asesinó a la mÃa su destino está prácticamente escrito, y como ahora sé que eres lo suficientemente estúpido para estar con ellos, caerás también.
-Ahá, me gustarÃa ver cómo lo intentas detrás de esas barras.
-Solo espera, pagarán por lo que hicieron -siseé entre dientes.
Solo con el hecho de recordar lo que hicieron hizo que mi sangre hirviera.
-Eres insufrible -gruñó-. Con razón te querÃan muerta.
-¿Por qué no lo hicieron entonces?
-Porque somos inteligentes, estudiamos tus tierras y a todos aquÃ. No eres una civil, descubrieron que eres de alto rango y mantenerte con vida nos dará ventaja a nosotros. Ahora deja de molestar si no quieres que sea yo el que te dispare.
-¡Já! -dije para terminar la conversación.
Porque si yo terminaba la conversación, ganaba. Algo estúpido considerando que era yo la que estaba detrás de las barras de metal y en terreno del enemigo.
Estaba luchando, por mierda que estaba luchando; contra el dolor de mi pierna que se expandÃa por mi cuerpo y por el cansancio que se apoderaba de todo mi ser. Mis párpados se hacÃan cada vez más pesados y golpeaba la parte trasera de mi cabeza contra la pared para mantenerme despierta.
No aguanté, el dolor ganó, tuve que tenderme en cemento frÃo y sin mi consentimiento mis ojos se cerraron. En el medio de la noche escuché un sonido que me despertó al instante.
Era el tipo del escritorio, estaba en mi celda.
-¿Qué demonios haces aqu�
-Cierra la maldita boca -me dijo bajo, pero con un veneno palpable en sus palabras.
-Mira, imbécil, si vienes a sobrepasarte conmigo será un error garrafal y mi rostro será lo último que verás.
-Dios, ¿siempre hablas tanto?
El tipo se acercó más a mà y yo subà mi guardia; estaba despierta y dispuesta a atacar, pero cuando llegó a mi lado se arrodilló y rajó parte de mi pantalón justo donde tenÃa la herida de bala. No habÃa notado que traÃa algo en sus manos. Me quedé en silencio porque no entendÃa lo que pretendÃa hacer. Me pasó un pedazo de cuero. SabÃa para qué se servÃa.
-¿Ahora eres médico? -me burlé, aún con mis puños apretados por si intentaba algo más.
-Cállate de una vez -me ordenó.
Y para callarme de verdad tomó una pinza larga y la introdujo en el agujero de mi pierna, mordà el cuero tan fuerte que sentà que mis dientes se quebrarÃan. No le costó encontrar la bala y sacarla de ahà para luego empezar a suturar la herida. Lo miraba con curiosidad, perpleja por lo que estaba ocurriendo, intentando entender qué mierda era lo que pretendÃa. Todas mis alarmas estaban encendidas, mis músculos preparados para golpearlo si intentaba hacer algo más, pero parecÃa concentrado en lo que hacÃa.
-¿Cuál es tu nombre? -le pregunté sin querer hacerlo, solo salió.
Pero no me respondió. Cuando terminó me untó una especie de pomada.
-Esto ayudará para que no se infecte -me dijo bajo.
Sacó el torniquete, tomó un par de gazas y comenzó a envolver mi pierna con delicadeza.
-¿Por qué mier...?
-Si le mencionas esto a alguien no dudaré en matarte -me cortó y me lanzó una pequeña pÃldora-. Ten. Te ayudará para el dolor.
-¿Cuál es tu nombre? -repetÃ.
Se levantó de donde estaba y caminó hasta la puerta de la celda, pero antes de salir giró para mirarme. Mis puños se volvieron a apretar pensando que ahora sà me atacarÃa, algo estúpido considerando que acababa de suturarme una herida.
Era un reflejo aprendido.
-Soy Kent -dijo bajo.
Cerró la puerta con cuidado para no emitir un sonido, y cuando estuvo a punto de alejarse lo detuve.
-¿Kent? -lo llamé. Me miró asesino-. ¿A qué vino todo eso?
-Deja de molestar.
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