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Después de vivir una infancia difÃcil y un pasado lleno de sinsabores, la joven Claridad Domeq convertida en un dama fina y elegante, deberá regresar a su pueblo natal para intentar salvar a su hermano. Será durante su estancia en México, situada en plena revolución, que el mundo de la joven se cimbrará por completo; pues se verá en la incómoda situación de enamorar a un joven millonario como parte del plan de rescate de su hermano. De esta manera ella aprenderá de la manera más dura que con el amor no se juega, ya que quien se vea involucrado en tal argucia terminará perdiendo más de la cuenta y de qué manera. Asà que colocada entre la culposa pasión y la obligación y el deber, la mujer jugará con una filosa espada que la mantendrá contra la pared en todo momento; y serán sólo sus principios y su lealtad a su palabra, las únicas armas para salir triunfante y lograr su cometido.
CLARIDAD EN EL PUERTO
Que manera de perder
Alberto Waldemar
DISEÑO DE PORTADA: Matisse Studio https://pixabay.com/es/
D.R. Claridad en el puerto
Todos los derechos reservados. © 2019 Alberto Waldemar
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CapÃtulo 1
Eran tiempos convulsos, violentos y totalmente impredecibles. Durante el inicio de 1898 habÃa habido intentos de levantamientos armados por todo el paÃs, mismos que fueron cruelmente sofocados. Dichas revueltas fueron provocadas por las injusticias y la explotación de las que muchos campesinos habÃan sido vÃctimas. Hasta que un grupo de rebeldes proclamando igualdad alentaron este ambiente, no sólo en el puerto de Veracruz sino en el resto del paÃs.
Muchos de esos movimientos rebeldes habÃan terminado con la vida de algunos hombres y mujeres, dejando en el desamparo y la orfandad a muchos niños.
De un grupo de jovencitos entre los seis y once años de edad apodados "la Pelusa", absolutamente todos habÃan corrido con la mala suerte de perder a sus padres y familiares. Estos niños habÃan crecido juntos, y les habÃa tocado también padecer las injusticias del gobierno, y de una alta sociedad para la cual no existÃan. "La pelusa" estaba conformada por Refugio, Gilberto, Anastasio, Cecilio, Federico y Clara; estos dos últimos hermanos de sangre. Pero todos eran muy unidos y se protegÃan entre ellos formando una pequeña familia.
Al crecer vÃctimas del desamparo, de la necesidad y del hambre, el cometer pequeños robos a comerciantes y transeúntes se les dio casi por derecho natural. Uno de los negocios que esta banda azotaba, era la tienda de don Mercedes Pérez; un hombre rico, avaro y muy cruel que como se puede adivinar, odiaba a esos niños.
Cierta tarde mientras los seis jóvenes comÃan algunas manzanas de su último atraco, sentados en un muelle, platicaban sobre el mundo.
De pronto Refugio muy serio comentó sobre sus raÃces españolas, mientras el resto hizo mofa del niño riendo a carcajadas.
Repentinamente al puerto costero llegó un buque llamado Victoria, procedente del viejo continente. Un fuerte silbido de la nave anunció su arribo. El grupo de jóvenes guardó silencio observando con asombro al enorme trasatlántico.
- Dice Atilano que los barcos asà vienen de Francia - comentó Anastasio el más chico.
Gilberto molesto jaló de los cabellos al distraÃdo niño.
- ¿Asà que le hablas al maldito de Atilano?
- No... Bueno. Si hablé con él porque me querÃa regalar estos zapatos - respondió Anastasio asustado.
El resto de los niños separaron a Gilberto de Anastasio.
- ¡Déjalo Gil! - gritó Clara.
-¡Nos está traicionando este enano mugroso! - gritó Gil muy molesto.
- ¡Ya párale Gil! - gritó Federico el mayor de todos protegiendo a Anastasio.
En eso el chico muy asustado se quitó los zapatos arrojándolos al mar.
- Yo sólo querÃa saber que se sentÃa tener unos zapatos a los que no se les metiera el agua... ¡Pero ya no los quiero!
- ¿Y los tuyos Anastasio? - preguntó Clara.
- Los dejé en el callejón.
- Escucha - dijo Clara -. Promete que ya no vas a volver a aceptar nada que te regale Atilano. Nada bueno puede venir de él ni de su padre. Sabes bien que don Mercedes nos odia.
-¡Por esta! - dijo el niño con sus dedos en forma de cruz -. ¡Se los juro muchachos! ¡No vuelvo a aceptar nada de él!
- Ahora ve por tus zapatos - dijo Clara.
Todos sabÃan que Atilano algún provecho querÃa sacar del pobre e inocente de Anastasio.
La rivalidad entre la Pelusa y Atilano era acérrima, tanto que cada vez que Federico y Atilano se encontraban en el pueblo, todo terminaba en pelea. Y es que él siempre culpaba a la Pelusa de robarle mercancÃa a su padre, aunque todos sabÃan que la mayorÃa de las veces era el mismo Atilano quien robaba a su padre, culpando a los otros niños.
- Voy a hablar con Atilano - dijo Federico -. No quiero que vuelva a acercarse a ninguno de ustedes.
-Tal vez es una trampa - dijo Clara angustiada -. Quizás eso es lo que quiere, que vayas para culparte de algo.
- Si - dijo Refugio -, no debemos confiarnos.
- Puede ser - dijo Federico -. Por lo mismo nadie se acerque a la tienda del viejo Mercedes ni a Atilano.
Clara que conocÃa bien a su hermano, sabÃa que él irÃa a hablar con Atilano, por lo que ella se apresuró a hacerlo primero. Asà que al medio dÃa fue a la tienda de Mercedes en busca de su hijo.
- ¡Fuera de aquà mugrosa! - gritó el viejo tendero mirando a la niña entrar, para luego mirar de reojo a un cliente -. En mi negocio no acepto perros ni mugrosos callejeros como tú.
- ¿Dónde puedo ver a Atilano?
- Y tú ¿para qué quieres hablar con mi hijo? - preguntó Mercedes acercándose a Clara al notar que el único cliente habÃa salido del lugar.
- Debo hablar con él.
- ¿Y sobre qué asunto? - dijo el viejo dibujando una malévola sonrisa en su cara al estar tan cerca de la niña.
- Yo y los muchachos no queremos que le regale nada a Anastasio... Y no queremos que se nos acerque... Si él no nos molesta, nosotros tampoco lo haremos con él.
-¿Sabes? Creo que Atilano regresa hoy temprano del colegio... Por qué no vas a esperarlo a la trastienda.
- Pero...
- Ve bonita ve... Mientras yo iré a asomarme a la calle a ver si Atilano se mira venir.
La niña un tanto desconfiada accedió y fue a la parte trasera del negocio. Mientras, el viejo Mercedes se apresuró a ir a la puerta para cerrar la tienda poniendo todos los cerrojos.
Repentinamente Clara tuvo un mal presentimiento y quiso salir del lugar, pero el hombre se lo impidió.
- ¿A dónde vas hermosura? - dijo sujetándola del brazo.
- ¡Suélteme! - dijo asustada - ¡Los otros están a fuera...! ¡Si no salgo van a venir y...!
- Acabo de asomarme y no vi a nadie... O te dejaron sola o me estás mintiendo bonita.
- ¡Déjeme! - dijo la niña dando un grito para luego pedir auxilio.
- ¡Tú no te vas...! Eres muy hermosa. ¿No te lo habÃan dicho?
La niña se veÃa más asustada cada vez.
- Escucha... Si no te portas conmigo como la mujercita que eres, voy a meter a la cárcel a todos los mugrosos con los que te juntas.
Entonces la niña asustada empujó al viejo arañándole la cara.
-¡Asà me gustan salvajes como tú! -dijo el viejo riendo -. Ahora veo por qué no te le caes de la boca al sonso de mi hijo... Eres hermosa y toda una fierecilla, pero yo te voy a domar.
- ¡Déjeme salir!
- ¡Eso nunca...! ¡Si no aceptas lo que te propongo voy a matar al pendejo de tu hermano!
Entonces la niña temblando y con lágrimas en los ojos, dejó de gritar. SabÃa que el hombre podÃa emprenderla contra su hermano.
En eso llegó Atilano de la escuela entrando por la puerta trasera, sorprendiendo a su padre.
- ¿Padre? ¿Qué es lo que hace?
- ¡Lárgate de aquà Atilano! ¡Esto es cosa de hombres!
- ¡No padre! ¡No se le acerque a Clara!
-¡Atilano te di una orden! ¡Lárgate de aquà y cierra la puerta!
El niño pudo ver el rostro de Clara lleno de miedo, pero salió de la tienda apretando los puños y con lágrimas de frustración en sus ojos.
Mientras tanto la niña al ver salir a Atilano, perdió la fe y las esperanzas. Entonces el viejo Mercedes acarició el rostro de la niña con mucha delicadeza, para luego abofetearla arrojándola al suelo.
Repentinamente se escucharon los vidrios de la tienda hacerse añicos a pedradas.
- ¡Pero qué demonios! - dijo el viejo asomándose por una rendija. Pudo ver a todos los de la Pelusa apedreando su negocio. - ¡Pos si esos cabrones de tus amigos quieren acabar con mi tienda, yo voy a acabar contigo mocosa! ¡No sabes cuánto he soñado con este momento!
Cuando el hombre se acercó a Clara, entró Federico y golpeó al viejo con un madero, dejándolo por un instante inconsciente; para luego huir con su hermana.
Don Mercedes sangrando de la cabeza juró vengarse de la Pelusa. No iba a abandonar la idea de mancillar a Clara.
Y lejos en el puerto...
- ¡Fuiste una tonta Clara! - dijo Federico molesto.
- ¡Yo sólo los querÃa proteger! - dijo Clara llorando.
- ¡Ese viejo es un animal! ¡No quiero pensar en lo que hubiera pasado si no llegamos a tiempo!
- ¡Perdóname Federico!
- Les di una orden ¿por qué no obedecen?
- ¡Él nos va a meter a la cárcel o a lo mejor hace que nos fusilen!
- Si, es probable - dijo Federico acariciando a Clara -. A mà que me mate el viejo gordo ese, pero a ti no te vuelve a tocar, lo juro por dios.
A la semana siguiente, Clara caminaba cerca del templo de San Juan en el centro del pueblo. Después de aquel incidente, se volvió devota y oraba porque el viejo Mercedes no intentara algo contra su hermano y sus amigos.
Justo al salir de la iglesia se topó con un sonriente Atilano.
- ¡Hola Clarita!
La niña sorprendida y asustada miró en todas direcciones, pensando que cerca podÃa estar don Mercedes.
- Estoy solo... Hoy no fui al colegio... Me fui de pinta.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Hablar contigo...
- Yo no tengo nada que hablar contigo - dijo y echó a andar.
- Yo no soy tan malo como...
- ¿Cómo tu padre?... Eres pior... Viste lo que él iba a hacerme y no hiciste nada.
- Yo...
- Ya no quiero que me hables y ni que me busques... Yo creà que tú eras diferente, pero me equivoqué.
Entonces el niño tomó de la mano a Clara y la hizo girar justo en el momento en que un fotógrafo disparó su cámara, apresando el momento en una fotografÃa.
La niña se marchó dejando a Atilano cabizbajo y completamente desanimado. Él no pudo decirle que fue él mismo quien avisó a Federico lo que pretendÃa su padre. Incluso ayudó a apedrear la tienda.
La niña habÃa sido el motivo por el cual le regaló los zapatos a Anastasio, para que el niño le platicara sobre ella. Todo esto Clara siempre lo ignoró.
Nadie puede advertir o preparar a su corazón sobre la llegada del amor, ni sobre los placeres ni los riesgos que esto puede implicar. Esto lo aprenderá la joven Amanecer Villarreal de una complicada y enredada manera, en medio de la inminente llegada de la revolución mexicana. Tratando de ocultarse, y utilizando varias identidades, la joven conocerá a un intrépido bandido que a pesar de su mala reputación, posee buenos sentimientos; y que al igual que ella ha sido vÃctima de su destino. Entonces la mujer conocerá lo dulce del amor asà como lo amargo de la desilusión y la traición. Ella deberá confiar a ojos cerrados en el bandolero, ignorando que no solo su integridad pueda estar en riesgo, sino sus más profundos sentimientos. Ambos se verán enfrentados en una extraña encrucijada: a veces al pelear por un corazón, se puede terminar matando al amor. Asà que sólo quien pueda ser honesto con el otro podrá entender que no es lo mismo amar que se amado.
El movimiento alzado de 1910 en México, no sólo traerá la liberación de un pueblo, sino la transformación de una niña en mujer al conocer por primera vez el amor. En el camino de la vida como en el del amor, ningún corazón por muy inocente e inexperto que sea, podrá salir sin sufrir ninguna herida o tropiezo. Esto lo aprenderá la joven Alameda Gómez que tras un pequeño error con un vestido, terminará dándole un giró radical a su vida; aprendiendo del amor y sus jugarretas. Ella al lado de un altivo, acaudalado y joven abogado, reconocerá que el amor llega sin avisar, sin esperarlo; para aclarar el camino, quitar vendas de los ojos o para estrujar el corazón de las maneras más inimaginables posibles. Para ella el amor tendrá un sólo rostro, un sólo motivo; y será ese mismo sentimiento lo que la hará doblegarse y jurar lealtad a quien en un inició creyó un monstruo, para descubrir después lo que el corazón de ese hombre encierra. Esto hará a la joven cuestionarse si es su amor suficiente para salvar a ese hombre de su trágico destino.
La inocente, inmadura y arrebatada joven Inspiración Moró, descubrirá el verdadero amor en los brazos de un valeroso e Ãntegro peón; cuya compañÃa será indispensable para poder enfrentar los violentos tiempos que atraviesa su paÃs. En medio del movimiento de la revolución mexicana, la joven mujer habrá de luchar por sus sentimientos, por el honor y la fortuna de su familia, y por un futuro que tal vez no sea tan prometedor como ella lo imaginó. La soñadora, romántica e ingenua muchacha tratará de ignorar a su corazón en todo momento, aunque sus sentimientos temperamentales le mostrarán poco a poco su dificilÃsima encrucijada. Ella aprenderá de una manera amarga que a veces el amor no basta para hacer feliz a alguien. A veces la respuesta se encuentra en renunciar; aunque esto implique tener que respirar por una profunda herida que tal vez no cierre nunca. ¿Será posible que en una relación quien ame más sea quien termine sufriendo más?
La joven Flores Oviedo aprenderá de la vida en medio de un tiempo difÃcil, convulso y revolucionario tanto para ella como para su propio paÃs. Su inocencia asà como su inexperiencia la llevarán a sufrir en el amor por esta misma razón. Sólo su valor y templanza serán sus compañeras en una época tan cruel e intempestiva. La joven descubrirá sus sentimientos siendo una niña, y deberá aferrarse a ese amor, a su recuerdo y a una endeble promesa de espera, para poder sobrevivir al caos imperante que la revolución mexicana ha provocado. Asà mismo la vida la llevará a enfrentarse al amor, que insiste en presentársele con diferentes rostros, haciéndola vacilar sobre continuar manteniendo viva la esperanza de que su primer amor, su amor de infancia regrese por ella. Las pruebas para la joven serán duras, y la tentación tan implacable que terminará cuestionándose, si el amor no será tan sólo la fantasÃa de una adolescente necesitada de un poco de cariño; y si es el amor verdadero capaz de superar la prueba del tiempo y esperar por siempre.
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