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¿Enamorarse del mejor amigo de su hermano? ¡Mala idea! ¿Mudarse con él? ¡Aún peor! Cuando Scarlett regresa a Boston y se muda con su hermano y los amigos de este, presiente que la cosa no va a acabar bien Si ya no podía quitarse a Nolan Jones de la cabeza a miles de kilómetros de distancia, ¿cómo va a olvidarse de él ahora que está de vuelta y, lo que es más importante, ocupando la habitación justo al lado de la suya? Para colmo, su crush de toda la vida no le da ni un poco de esperanza y la sigue tratando como si fuera su hermana pequeña. Nuestra chica tiene asumido que él nunca la mirará con otros ojos, pero entre que ahora pasan más tiempo juntos, los tonteos, las bromas en el sofá y la nueva chispa en la mirada de Nolan, ese «nunca» ya no parece ser tan rotundo...
-¡Deja que te ayude!
Edgar me coge la caja de las manos y empuja la puerta
entreabierta con el pie. Con una mochila inmensa colgada del
hombro, intento arrastrar una maleta de al menos veinte kilos
por el parqué del apartamento. El característico y familiar olor
a lilas y abeto de este lugar me embriaga. Hace un año exacto
que me marché de Boston para pasar el segundo año de la
carrera en París con mi mejor amiga, Paige. Por eso, hace once
meses desde la última vez que pisé este piso que mi hermano
mayor comparte con sus mejores amigos y a quienes conozco
desde que era niña. Pasé mi primer año de universidad en una
residencia de estudiantes que solo tenía habitaciones dobles de
diez metros cuadrados. Iba un poco justa de presupuesto, pero
Edgar ya se había instalado en su apartamento en el sur de la
ciudad y yo no me veía colándome en su piso con otros tres
tíos. Bueno, hasta hoy.
-¿Piensas quedarte diez años, Scar?
La voz cálida y ronca de Nolan me sobresalta. Mis dedos se
crispan alrededor de la correa de la mochila y me giro hacia la
silueta del mejor amigo de Edgar. Es uno de los chicos con los
que tengo que compartir piso y por el que, además, he estado
colada toda la vida. Estoy enamorada de él desde que tengo
edad de fijarme en tíos, pero él no me ve como nada más que
una hermana plasta e irritante. He estado huyendo de él los
once meses que me he ido al otro lado del Atlántico y, cuando
lo veo de pie en la sala de estar, sé que estoy más que jodida.
Sí, mi intento por olvidarlo ha fallado estrepitosamente. Y lo
que es peor, la perspectiva de vivir bajo el mismo techo hace
que el pánico que había estado ignorando crezca de nuevo.
Es que no ha cambiado nada: su sonrisa es igual de
deslumbrante; su presencia, igual de magnética... Y mis
sentimientos, igual de arrolladores. Sin embargo, la mirada
llena de reproches que le dirige a mi hermano me dice que no
está muy entusiasmado con mi llegada.
-Buenos días a ti también, Nolan. Es un gusto volver a
verte -le digo con sarcasmo.
Hace casi un año desde la última vez que le vi y mi
corazón, mi cuerpo y todos mis sentidos siguen reaccionando
como un tsunami de emociones. Las mariposas revolotean por
mi estómago y otra parte de mi anatomía empieza a despertar
cuando poso los ojos en la mano que se pasa distraídamente
por sus abundantes cabellos. Lleva los rizos cortos con un aire
despeinado y le quedan increíblemente sexis. Siempre he
sentido debilidad por los tíos con el pelo ondulado y Nolan
Jones lo luce como nadie.
Por supuesto.
-Para mí sería un gusto aún mayor que no te acoplaras en
el piso. Pero ¿qué le voy a hacer? Así es la vida.
La sonrisa se me borra de un plumazo y se me retuerce el
estómago. Su pulla no me sorprende en absoluto. Me ha
hablado como a una cría toda la vida, como si fuera su
hermana de pega. Esa hermana que yo nunca tuve, ya que
crecí con no uno, sino tres hermanos, y con todo lo malo que
eso conlleva. Para Nolan, soy la rara del grupo de colegas y, a
pesar de que solo me saca un año, me trata como a una
adolescente molesta.
-Qué lástima. Pues, por si no te habías dado cuenta, me
quedo diez años.
Mientras cruza sus musculosos brazos, suelta una risa
ahogada y me mira de arriba abajo por el rabillo del ojo. Las
venas de sus antebrazos se hinchan y el tono bronceado de su
piel contrasta con el blanco del polo que lleva puesto. Otra
cosa que añadir a la lista de ropa con la que Nolan está
buenísimo, y eso que no han pasado ni cinco minutos.
-Mueve tu culo, Jones -suspira mi hermano, saliendo del
pasillo-. Todavía tenemos que subir dos cajas; Léo te espera
en el coche.
-¿Dos cajas? ¡Pero si esas las puede subir solo! A menos
que Scar las haya llenado de ladrillos y piedras...
Hago una mueca. Me niego a darle la satisfacción de
corregirle ese mote ridículo con el que me llaman los tres.
¿Que de dónde viene? De la película de dibujos El rey león
que, por desgracia, vieron una vez. Y, claro, se les encendió la
bombilla. Les pareció que el personaje de Scar representaba
toda mi dulzura y así me he quedado por los siglos de los
siglos. Al principio me ponía enferma, porque se partían de la
risa cuando me enfadaba con ellos para que parasen de
llamarme así. Cuanto más se lo pedía, más seguían
diciéndomelo. De modo que al final me resigné y paré de
luchar, pero el mote todavía no se ha ido.
Scarlett 0 – Edgar, Nolan y Léo 1.
-Nada, son dos o tres cosillas que me pueden servir si me
entran unas ganas repentinas de meterte un puñetazo.
Edgar suspira y Nolan se parte de risa mientras viene a
cogerme la maleta de las manos.
-Ya me estoy arrepintiendo de haber venido aquí -
murmura mi hermano-. Scar, tu habitación es la del fondo a
la izquierda.
-Sí, me acuerdo.
Dejo que Nolan avance por el pasillo, haciendo rodar mi
maleta por el parqué encerado, y le sigo en silencio hasta mi
nueva habitación. Las paredes blancas absorben la luz que se
filtra por el ventanal del fondo y los muebles de madera que
decoran el cuarto lo hacen encantador. Esta solía ser la
habitación de Milo, que se ha mudado con su novio, al que
conoció mientras yo estaba en el extranjero. Mi hermano me
contó que empezaron a salir tras un malentendido en una
fiesta. Si ya me había sorprendido descubrir que Milo era gay,
aún más increíble me parecía que hubiera dado un paso más
allá con Gabriel. La última vez que lo vi, solo le divertía estar
con chicas y no salía con nadie. Vaya, el estereotipo de jugador
de hockey.
-Milo te ha dejado la alfombra, pero la puedes tirar si no
la quieres.
Nolan deja mi maleta en una esquina de la habitación y yo
bajo la mirada a la alfombra azul marino que hay entre la cama
y el gran armario.
-No es que me moleste...
-También puedes poner cosas en las paredes, si te apetece.
Le echo un vistazo rápido y, efectivamente, tiene una
expresión socarrona a pesar de lo poco especial que son
nuestras interacciones. Es como si mi presencia bastase para
que la conversación le tuviera distraído.
-Perfe, traigo algunas fotos. Eso me va a venir genial.
Inspecciono la habitación en unos segundos y me encamino
hacia la ventana con mucho cuidado de no tocar a Nolan al
pasar. Soy muy consciente de su presencia: su respiración
entrecortada, el suave olor de su champú, el aroma especiado
de su colonia, el calor que exuda su cuerpo mientras está de
pie en medio de la sala. Fijo la vista en un punto imaginario
frente a mí, con tal de calmar los latidos bruscos que agitan mi
corazón y que retumban en mi pecho.
-¡No aproveches para volver a colgar tus pósteres de
Justin Bieber!
Esbozo una sonrisa.
No puede contenerse.
-¿Qué, te da miedo que se te pegue la Bieber fever?
Él se ríe y yo ignoro los escalofríos que me recorren los
brazos cuando veo su boca perfecta transformándose en una
sonrisa de la que solo él conoce a la perfección. Unos labios
capaces de provocar un accidente múltiple en la Interestatal
95 de Massachusetts. El caso es que yo estoy que me subo por
las paredes. Sobre todo porque sé cuál es la habitación de
Nolan: la contigua a la mía... justo detrás del cabecero de mi
cama.
-Estoy de broma, Scar, me alegro mucho de verte. No has
cambiado nada. ¡Siempre tan insoportable! ¡Va a estar
gracioso el año!
Cuando me giro, me doy cuenta de que se ha acercado a mí.
Nos separan unos centímetros; estoy a punto de apoyarme en
su torso. Y si eso no fuera suficiente, una de sus manos se posa
detrás de mi cabeza y me revuelve el pelo, como si fuera una
cría con la que estuviera bromeando. O un cachorrito.
Le empujo con brusquedad y se ríe a carcajadas.
-¡Fuera de mi habitación, Nolan!
-Jones, ¿sigues tocándole las narices a mi hermana?
Edgar entra en el cuarto con una de mis cajas, seguido de
cerca por Léo, la cuarta y última persona que vive en este
apartamento. Dejan mis cosas en el suelo, junto a las que ya
están apiladas contra la pared. Me muevo, poniendo distancia
entre Nolan y yo, y me paso las manos por el pelo para
peinármelo.
-Ya estaría hecho; hemos subido todo -dice Léo.
-Gracias por echarme una mano y dejar que viva con
vosotros.
-Es un placer que estés de vuelta -me responde Léo con
una sonrisa sincera.
Así que al único al que le molesta mi presencia es a Nolan.
Tras dirigirles una mirada a todos, los chicos salen del
cuarto y me dejan sola. Justo después de cerrar la puerta, me
tiro a la cama y suelto un largo suspiro, con los ojos clavados
en el techo y las fosas nasales aún impregnadas de un olor
familiar.
Estoy de vuelta.
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