Isabel Allen sabía que no debía confiar en los hombres. Mucho menos en uno cuyo apellido trajo la desgracia a su hermana. Adolfo Mondragón era un hombre poderoso y deseado por las mujeres, no solo por su atractivo físico, sino por su fuerza seductora, la misma que podría hacerla perder la cabeza si se lo permitía. Y si algo ansiaba Adolfo, como nunca en su vida, era que Isabel dejara de comportarse como una virginal jovencita; pues él mejor que nadie la conocía bien. Años atrás la vió amenazar a su hermano con delatar su irresponsable paternidad ante la prensa sin importarle dañar la reputación de su madre: una famosa diseñadora de ropa. Luego lo estafó y desapareció. Adolfo y su familia querían la custodia de la niña que una vez fué rechazada por un mal entendido, el problema era que Isabel la tenía y simplemente se negaba a dársela, tanto o más como entregar su voluntad al hombre que intentaba seducirla con falsas promesas de amor. Adolfo la engañó una vez aprovechándose de su juventud, pero no volvería a caer... ¿O si? Después de todo, ¿quién podía resistirse a los encantos del terrible Dragón?
Mikel De la Plata permaneció en silencio mientras su novia trazaba en un cuaderno de dibujo los rasgos aún infantiles de Isabel; quien -con más cariño que paciencia- esperaba ver su rostro plasmado en papel.
-¿Ya Rosie? -inquirió con la barbilla apoyada en el hombro derecho.
-Solo un poco más -respondió la hermana mayor.
-Me duele el cuello -se quejó con voz cansada.
-¡Deja de hacer gestos! -replicó Rosie.
-¡Tengo hambre! -reclamó Isabel, poniéndose de pie tras estar más de una hora sentada en un banco.
Rosie se le acercó para regresarla a su asiento, tomándola de los hombros por la espalda.
-Siéntate, por favor. Casi termino.
-Si te quedas quieta, las llevaré a comer y al cine -prometió Mikel, que había estado observando a las hermanas recostado en el único sofá de la casa.
Su promesa causó que la adolescente dibujara una enorme sonrisa y sus ojos brillaran al escucharlo.
-¡Sííí! -exclamó entusiasmada y retomó su lugar.
Mikel sonrió sutilmente. Isabel es feliz con poco, pensó, mirando la pobreza en la que vivía con su novia; era una casa humilde, en una zona igual de necesitada. Miró a Rosie. La chica de cabello castaño y hermoso rostro ovalado le agradeció su gesto.
Rose Allen era distinta a su entorno. No pertenecía a ese ambiente. Era glamorosa; lo contrario a su hermana menor.
-¿Qué te parece? -inquirió la artista minutos después.
-¿Qué te puedo decir? -respondió dudoso, observando a detalle el dibujo-. O eres una pésima artista -opinó, sorprendiéndolas- o Isabel es horrible -agregó, soltando una risotada que causó que la adolescente se acercara de prisa.
-¡Déjame ver! -Se metió entre ambos y le arrebató el cuaderno.
-¡Mikel, qué grosero! -replicó Rosie tratando de no reírse; era casi imposible contenerse.
-¡Mentiroso! -Isabel le golpeó el hombro-. ¡Me veo hermosísima!
Mikel frunció el ceño y volvió a mirar el retrato.
-¿Te parece?
-¡Claro que sí! -respondió, mirándose en la obra-. ¿Te parece que Rosie es fea?
Mikel miró a su novia y sonrió.
-No; ella es perfecta -reconoció viendo el dulce rostro de la chica. Acarició su mejilla tersa y apartó un mechón de cabello ondulado.
-Somos muy parecidas -replicó la menuda Isabel, cruzando los brazos. Él no le simpatizaba; sin embargo, era agradable ver feliz a su hermana.
Rosie iba cruzando la calle; Mikel la vio en un restaurante de la zona VIP de la ciudad y no contuvo el deseo de seguirla para conocerla. Pronto descubrieron que tenían mucho en común, como su amor por el arte gráfico. Ella amaba pintar y dibujar. Sin duda, merecía todo lo bueno que la vida pudiera ofrecerle.
Mikel la sacó de su ensimismado momento.
-Hey, niñita, intenta ponerte bonita; aunque dudo que lo consigas.
Isabel hizo una mueca.
-Eres tan idiota.
-¡Isabel, compórtate! -la reprendió Rosie, apenada. La chiquilla se arrepintió de tener la boca tan suelta.
-Lo siento, no te alteres -respondió con voz tersa.
No debía alterar a Rosie, ni darle más problemas. Se prometió que en cuanto terminara el bachillerato empezaría a trabajar. Debía ayudarla con los gastos.
-Date prisa o te quedas -advirtió Mikel nuevamente.
Isabel lo miró y sus ojos cafés se toparon con los azul cielo del chico. Mikel vio a la adolescente de cabello rubio oscuro.
-¿Qué? -inquirió.
-¿Recuerdas que vamos al cine? -dijo Rosie-. Ve a cambiarte.
Isabel miró su overol azul de mezclilla y alisó su cabello largo hasta mitad de la espalda.
-Ya voy; no me tardo -Sonrió, ocultando en ese gesto todo aquello que la preocupaba desde que tenía memoria.
-¿En qué mundo vives, niña? -cuestionó Mikel abrazando a Rosie-. Seguro tienes novio y te tiene loquita, porque estás muy distraída.
-¡Claro que no! -replicó tensa-. Tengo cosas más importantes en qué ocuparme.
Les dio la espalda y lo escuchó reír. Odiaba que se burlara de ella, pero no le importaba si a cambio de soportarlo su hermana estaba contenta. Ningún sacrificio por Rosie era demasiado.
-Supongo que ir a preescolar debe tenerte muy ocupada -comentó sarcástico. Isabel se volvió hacia él.
-Rosie, dile que se calle por favor.
-Ve y quítate esa ropa de electricista -sugirió Rosie, recordando el taller que eligió como carrera técnica en su escuela.
Isabel obedeció y entró a su habitación. Mikel se sentó en el sofá y Rosie lo acompañó.
-¿Cuántos años tiene la enojona? ¿Doce?
La pintora de veintidós años sonrió y acarició su pecho.
-Tiene diecisiete.
-No se le nota -dijo Mikel, recordando su rostro casi infantil-. ¿Nació prematura? -preguntó, provocando una risita de ella.
-No seas malo.
-¿Siempre es tan amarga?
Isabel lo escuchó. No era la primera vez que alguien la calificaba así. No podía evitarlo, ni terminaba de ocultarlo.
Ya no los oyó hablar; seguramente se estaban besando... o algo más. Se tomaría su tiempo para arreglarse.
Se paralizó al escuchar un gemido contenido. Era Mikel.
Se le erizó la piel y deseó cubrirse los oídos. Luego vino un gemido ahogado de Rosie. Se aclaró la garganta y tomó el cepillo. ¿Por qué no se iban a su recámara? ¿Tenían que hacerlo en la sala?
Comenzó a castigar su alborotada melena con el cepillo y, enseguida, sus propios lamentos la libraron de la tortura sexual cuando los nudos del cabello se hicieron presentes.
Odiaba todo en su físico, no había nada que le agradara. Por eso no entendía que tiempo atrás...
Perdió el aliento. No quería recordar absolutamente nada de su corto pasado. La vida no había sido fácil; ni para Rosie ni para ella. Aún no lo era; pero ambas se esforzaban en vivir de la mejor manera, sin importar lo que hubiera sucedido.
Terminó de alistarse. Se maquilló torpemente las pestañas y culminó con un poco de brillo labial sin color. No era nada vanidosa y reconocía que, a diferencia de su hermana, ella no nació femenina.
Aspiró profundo y salió de la pequeña recámara haciendo el mayor ruido posible; no quería llevarse una sorpresa. Se aclaró la garganta antes de aparecer. Vio a Mikel parado en la ventana y a Rosie sentada. Isabel la notó agitada; supuso que se debía a lo que había pasado entre ellos.
-Estoy lista.
Rosie se levantó y fue a tomar el brazo de Mikel para salir. Algo más había ocurrido entre ellos; podía sentir la tensión entre ambos.
Después de ir al cine, decidieron pedir la cena para llevar y regresaron a casa. Para entonces, la pareja ya había retomado su relación habitual, llena de mimos y roces.
-Quiero invitarlas a un desfile de modas que se hará en tres semanas -anunció él.
-¿En tres semanas? ¿Un desfile? -repitió Isabel, confundida. Nadie las había invitado con tanta anticipación a un evento. Y mucho menos a uno que sonara tan distinguido.
-Será espectacular -anunció entusiasmado-. Habrá muchísimos modelos importantes, fotógrafos internacionales, artistas de todos los ámbitos...
-Suena muy elegante -señaló Rosie con ojos brillantes.
Isabel los ignoró y siguió comiendo esa cosa rara que compraron en un restaurante hindú.
-Así es, hermosa. De rigurosa etiqueta.
-¿Y eso significa que...? -intervino Isabel levantando el rostro de su condimentado platillo, presintiendo que no le iba a gustar la respuesta.
-Significa: vestido y tacones -aclaró su duda.
-¡Nooo! -replicó como si la hubiera insultado-. ¡Yo no voy!
Isabel se levantó de la mesa sin dejar de masticar. Mikel se divertía viendo a la chica reaccionar. ¿En verdad era hermana de Rosie?
-Isabel, nunca he ido a una fiesta glamorosa. -Tocó su brazo mientras le hablaba con dulzura.
Mikel fue testigo de cómo la adolescente cedía inmediatamente a su deseo. Esa niña tenía una extraña debilidad por su hermana
-Por favor... -la invitó sutilmente a sentarse e Isabel obedeció como un dulce cachorro.
-Sabes que no me gusta verme la cara llena de pintura ni el cabello como siempre me dices que debo usarlo -se lamentó.
Rosie le acarició la mano.
-Podría ser la primera y la última vez que te vea así -musitó. Isabel se le quedó viendo fijamente.
-Sabes que no será así -murmuró seria.
-No sabemos. -La soltó y miró a Mikel-. Por eso hay que vivir la vida como si fuera el último día -señaló lo más alegre que pudo y se levantó para quitar los platos.
Repentinamente, se puso pálida; quiso respirar profundo, mas no pudo. Isabel se levantó aún más pálida que ella y la sentó de nuevo.
-¡Rosie! -exclamó con la garganta apretada.
-¿Qué sucede? -preguntó Mikel asustado.
-¿Dónde está tu bolsa? -indagó la adolescente mirando alrededor.
Corrió al sillón y la tomó; sacó un frasco de pastillas y regresó con su hermana. De repente la casa le parecía inmensa. Isabel le puso una pastilla en la boca de Rosie. Mikel estaba paralizado, viendo lo que sucedía.
-Isabel, ¿qué tiene?
-Llévala a su habitación, por favor -le pidió con falsa entereza; sus manos temblaban y luchaba por controlarse.
La recostó en la cama y, súbitamente, la vieron perder el sentido.
Isabel se acercó angustiada para reanimarla.
-¡Rosie! -Acarició su cara. La joven se veía pálida-. ¡Rosie responde! -le habló con más fuerza.
Mikel recordó que, horas atrás, se enfadó con ella cuando le dijo que le costaba respirar. Sin embargo, ahora que Isabel intentaba reanimarla, tuvo un mal presentimiento.
La chiquilla lo miró con una expresión tan tensa que le erizó la piel.
-Será mejor llevarla al médico.
-¿P... por qué?
-Por favor, no me preguntes ahora.
Cardiomiopatía hipertrófica era el diagnóstico. Una enfermedad con la que podría vivir, siempre y cuando se mantuviera sin estrés; al menos, hasta que su cuerpo decidiera lo contrario.
De las dos, Rosie heredó la enfermedad de su padre. Tenían un par de años sabiéndolo. Ambas estaban seguras de que la situación se pondría cada vez peor y el ser pobres solo las llenaba de angustia.
Isabel se quedó en el hospital con su hermana hasta que estuvo mejor. Mikel, simplemente desapareció. Era la historia de siempre, pensó la adolescente con amargura, sentada en la sala de espera. Los hombres se acercaban a ella impresionados por su belleza; luego -al saber de su mal cardíaco- desaparecían sin dejar huella.
El dolor de su hermana era el suyo. Sentía su enfermedad como propia; su desilusión amorosa era suya también y odiaba a esos hombres que la ilusionaban. Con una vida así, ¿cómo podía no estar amargada?
Miró hacia la nada y se sintió consumida por la soledad y el desencanto. Quizás fuera mejor que hiciera la promesa de morir junto con Rosie.
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