s, la suavidad de sus labios, el roce de su barba de pocos días sobre mis mejillas, me dejaba aturdida, necesitada de más. Yo nunca pude definir cuáles eran mis sentimientos hacia él, lo que
mi barbilla y me
uieres tanto como yo– me llené los
me paso la yema de sus dedos
Quiero que me desees y me quieras.– no
su boca eran capaces. Asintió antes de volver a besarme, llevo su mano a mi nuca y me echo atrás la cabeza, dejando mi cuello a su merce
is momentáneo. Los labios se unen en una danza suave, mientras las manos se entrelazan y los cuerpos se acercan. El tiempo se detiene, y los sentidos se agudizan mientras se saborean los labios del otro. El sabor, la textura,
o que yo no debía permitir, porque si se iba, las cosas entre nosotros se enfriarían. Sobre mi cadáver iba a permitir algo así. Aunque todos mis esfuerzos eran en conquistarlo, no dejaba de lado mis necesidades, y yo tenía muchas. Henry me beso como un hombre que se estaba muriendo de sed, como alguien que llevaba perdido años en el desierto, sin agua y yo era su pozo infinito de ella. Estábamos escondidos en el armario de la casa de l
ron en mi espalda se deslizaron despacio hasta llegar a mis caderas y me pego más a su cuerpo, podía senti
o su frente contra la mía, con la re
una y otra vez, estuvimos en ese armario por lo que se sintió por horas. Cuando al fin salimos tuve que ir al baño y lavarme la cara unas cuatro veces par
a, como una diosa que acaba de conquistar el universo. Henry siempre supo donde y cuando tocar cada parte de mí, como besarme, cuando era el momento justo de deslizarse dentro de mí, cuando ir lento, e ir aumentando el ritmo. Me dejaba saciada y hambrienta de más en todas las ocasiones, nunca pude
.
todos qué iba a hacer de ahora en adelante, cómo me presentaría ante la sociedad y daba la cara cuando todos supieran que mi marido me había dejado por otra, por otra mucho más joven, guapa, delgada. Me negaba a llorar por eso, aunque