ilipollas que parezco un San Bernar
llera, se retoca el labial y desabotona dos ojales, dejando que sus pechos se asome
e su compañero, quien evita al máximo e
a, hinchando su pecho pa
ra examinarlo y evitar que su mirada se desvíe hasta las protuberantes montañ
a un poco en el asiento y le da la espalda. Durante el trayecto, no vuelve a mirarlo, se queda levemente dormida. Hasta que escu
a en las afueras del aeropuerto. Allí, toma el taxi que deberá llevarla a Tropea. El viaje es de una hora, y Marla se siente un poco exhaus
on la mano y abre la ventanilla completamente; el chofer la mira por el retrovisor
asta que finalmente llega a su destino. El taxi se detiene, ella baja del auto, mira la entrada de tierra y lo lejos que se ve la casa de sus abuelos. La memoria de su infancia regresa hecha recuerdos, momentos llenos de
amb
calman toda incomodidad en ella. Era como si su alma se
uda con el equipaje,
, yo l
ta que haga la oración por los alimentos que están por consumir, ella asiente y mientras oran todo su
udo notar con solo mirar alrededor que la sit
cesito?) -preguntó Marla, a su abuelo. Ella había aprendido muy bien el italiano junto a su madre, a pesar de que d
hombre de cabello blanco, nariz p
a y jala la puerta un par de veces para cerrarla, algo que solo consigue en un tercer intento. Marla se cubre la boca para no dejar
Jerónimo Caligari el CEO de una empresa ferroviaria, había convencido a sus abuelos de venderle sus tierras para la construcció
rotundo. Ella no necesitaba el dinero de sus padres, era parte de lo que ellos habían trabajado por más de siete décadas, eran l
frente a la plaza. Marla bajó del auto y mientras su abuelo revisaba el mo
la acera, vio un auto pasar frente a ella a toda velocidad haciéndola tambalearse y perder el equili
con los ojos azules y profundos de aquel hombre;
el avión, él mismo que le provocó aquella extraña
nuevo con él, en aquel lugar? ¿Era una simpl