de la casa, me acomodé el vestido y fui a abrir la puerta. En el mismo momento en que lo abrí, Frederico sonrió y noté que sus ojos azules brillaban más al verme, en el mismo momento, el color cambi
itados? Está lloviendo mucho y tengo miedo de que los bandidos vuelvan. - Federico cerró los ojos, como si estuviera pensando, y, finalmente, respondió. - Está bien, no hay por qué asustarse. No te harán daño, estaré aquí para asegurarme de ello. Sonreí y me disculpé para ir a ver si la habitación de invitados estaba ordenada. Dijo que haría algunas llamadas. Mientras caminaba por el pasillo, todo mi cuerpo se relajó y la tensión desapareció. CAPÍTULO 3 Frederico Barreto De pie frente a la ventana, miraba el atardecer, no podía dormir durante la noche. Mis pensamientos en todo momento fueron en Lara, ¿cómo pudo Fernando hacerle esto? Déjala a merced de estos vagabundos, contrae deudas de juego en nombre de la mujer que juró proteger, amar y respetar. También pensé en la propuesta que le haría, sé que podría negarse, pero correré el riesgo. Irritada me dirigí en dirección donde estaba mi camisa, me la puse, me puse los zapatos y salí del cuarto, no me quité los pantalones, no me sentía cómoda haciendo eso, de seguro Lara todavía estaría dormida. . Recordé que ayer ni siquiera comí y mi barriga gruñó en señal de protesta. Entré a la cocina, pensando en preparar el desayuno para los dos, abrí la puerta de la alacena, buscando un recipiente para poner la masa para hacer el panqueque. Tomé dos huevos, leche y los puse en el recipiente, comencé a mezclar la masa, puse agua en la cafetera y esperé a que estuviera listo el café, luego comencé a preparar los panqueques, me acordé cuando regresé de En mi carrera matutina en Los Ángeles, antes de ir al estudio, siempre encontraba la mesa de café puesta, mi secretaria siempre hacía panqueques, porque sabía que eran mis favoritos, ese pequeño pensamiento me hacía suspirar fuerte, extrañando mi hogar. Me di vuelta, sobresaltada, Lara estaba parada en la puerta, con los brazos cruzados y una expresión confusa en el rostro. Llevaba un vestido suelto hasta la rodilla, su cabello mojado revelaba que acababa de salir de la ducha. - Buenos días - dije mientras sacaba el último panqueque del molde, colocándolo con los demás en el plato. - Buenos días, Frederico - dijo, todavía de pie en la puerta. - Me desperté con hambre, así que decidí preparar algo para desayunar, perdón si