- No, soy una maldita outsider, como dice la gente - Bromeó. - Entonces vayan a verlo, es el punto de peonada - dijo riendo - Lo cual es genial, porque llenan la barra y el d
o de un caballo. Nunca había tenido contacto con animales grandes, pero ahora estaba allí, sosteniendo una pala y una carretilla, listo para partir. El calor abrasador la hizo sudar muchísimo. La ropa se pegó a la piel. Gotas de sudor goteaban de su cuero cabelludo envuelto en una gorra. Seu Geraldo le había encargado que se ocupara de los establos de los caballos. Ella no prestó mucha atención a lo que dijo a continuación, tal vez le preguntó si sabía limpiar un cubículo o algo así. En ese momento Mariana estaba concentrada en sus propios pensamientos, lo que le provocó cierta sordera. Pensó, por ejemplo, en preguntar de qué raza eran los caballos que criaban en la granja. Pero no preguntó, manteniendo la cabeza gacha y los ojos fijos en el suelo. Respiró hondo y se encaró hacia la cama, que era donde dormía el caballo, en este caso hecha de paja, considerando comenzar por allí. La estructura era simple, pero estaba bastante sucia, con heno y heces de caballo esparcidos por el suelo. Se armó de valor y comenzó a barrer el piso de cemento cubierto de aserrín, juntando todo el material en un montón. Metió la pala en la carretilla, que crujió cuando la sacaron del establo. Vació el carro en un hoyo cavado especialmente para recibir excrementos animales. Se secó la frente con el dorso de la mano, sintiéndose satisfecha de haber realizado la primera parte de la tarea. Sin perder tiempo, mojó un paño en un balde con agua cercano y comenzó a limpiar las paredes del cubículo, quitando toda la suciedad acumulada. El fuerte olor que había en la habitación la molestaba un poco, pero pronto se acostumbró. Cuando terminó de limpiar todo, se sentó en una silla vieja al lado del cubículo. Respiró hondo, jadeando. En cierto modo, se sentía orgullosa de haber completado la tarea. Se miró las manos, llenas de callos y ampollas, y trató de no pensar en el dolor de su cuerpo. Por Dios, estaba al borde del agotamiento físico. La satisfacción por el trabajo realizado duró poco. El momento de las cosas buenas. Pronto se encontró inmersa en la tristeza. Pero fue una inmersión rápida, no se hundió en el barro, se quedó en la superficie. El sol del mediodía lamía los ladrillos, haciendo que el lugar fuera sofocante. La música que salía de una radio no muy lejos era melancólica. Mariana lo reconoció como And I Lov