e con muchos mimitos te curaras –
rio nena. Debes estar ocu
erla cambiar de opinión una vez que se le metÃa
risa inocente resonó por el auricu
aba molesto. Preparé unos panqueques para el desayuno, pero él no quiso tocarlos y eligió prepararse un sándwich. Sus ojos se clavaron en los mÃos, llenos de una mirad
o y despreciarme el desayuno? – solté, con
a elegir lo que quiero com
olpe directo a mi paciencia.
muerzo si el señor Andrey Mitchell no se tomará
eño estruendo en la cocina. TenÃa muchas palabras amontonadas en la boc
era compartiste con ellos como es debido durante estos dÃas. – Le r
e todas formas pareces hacer lo que te place, cuando te place. Además
; asà que solo me di la vuelta y corrà a la habitación, dejando atrás e
izos. SabÃa que mi madre, Edna Stone, llegarÃa en cualquier momento, y querÃa recibirle con una sonrisa para aparentar que todo
travesuras y la fuente inagotable de historias divertidas. Me arreglé rápidamente para bajar a saludarla,
una sonrisa tierna – ¿Qué les parece si suben a s
á los veÃa con ternura. Pero cuando ya no estaban
s llorando? – pre
intentando hacerme la desentendida
posó en el rostro de mi madre. – ¿Acaso s
ada por no poder ocultar mis emociones – Ya sabes cómo soy de sensib
onmigo y pasar también unos dÃas en casa. Además puede que n
o que yo querÃa admitir. Desde la muerte de papá habÃa usado el
o el material informativo que necesito y demás complementos los tengo acá en casa. Justo ahora no puedo darme el
rarme de que estés bien – dijo mien
primas, entre otras cosas. El tiempo pasó volando y nos reÃmos mucho juntas. Al final d
mi madre al mirar su reloj pulser
Le respondà riéndome – Extrañaba estas cha
as que somos – añadió
entes por marcharse con su abuela. Les d
mami – di
respondÃ, a medida
su pequeña mano y yo ag
cesitaban para crecer sanos y fuertes. Se volvieron el centro de mi universo. Cada logro, cada sonrisa, cada lágrima los celebré y consolé con igual intensidad. No habÃa nada más importante que ver a mis
or largas y rizadas pestañas. Una pequeña nariz recta se asomaba por encima de sus labios rosados y carnosos, que parecÃan siempre prestos a soltar una risa contagiosa. Era un niño alto para su edad, con una complexión delgada pero atlética que reflejaba su amor p
y brillantes, con una tonalidad clara que parecÃa cambiar según lo dictaba la luz. A menudo, sus largas pestañas se curvaban hacia arriba con la inocencia infantil. Su piel trigueña era suave al tacto y parecÃa absorber la luz del sol, como
nte y de trabajar duro para conseguir lo que quiero. Cuando me convertà en madre, esa responsabilidad solo se hizo más grande. SabÃa que tenÃa que
de doce años de matrimonio las cosas habÃan cambiado un poco, seguÃa dándonos atención a su manera. Pero aun asÃ, siempre habÃa sentido la necesidad de contribuir al hogar y apoyar a
dejarÃa de luchar por aquello en lo que creÃa. Me sentÃa orgull