dos cuando Maya se acercó a él. Su voz era suave, mesurada, pe
ó con una leve sonrisa-. Supongo
ón, sosteniendo una copa de vino medio vacía. No estaba completamente ebri
rave -respondió él, vol
ero quería aprovechar este
ido. Desde su llegada, habí
quieres
beza, como si estuviera eligie
er en la ciudad, y pensé que, ahora q
neutra. Sabía que esto no
ienes
cantadora-. Pero prefiero hablar contigo. No tuvim
rada por unos segun
uerdo.
de girarse con elegancia. Elian la siguió, sint
de la ventanilla. La ciudad brillaba con luces doradas y anuncios luminosos,
e en Eridia? -preguntó Elian, s
cida mi padre -respondi
acía nada sin un propósito. Maya no est
por Camille? -inquirió
ó de inmediato. Era hábil en la conversac
atender -dijo finalmente-. Me ha intrigado tu ascenso, Elian.
etrás de sus palabras. Estaba t
us frutos -contestó é
ó una peq
con ambición. Pero yo quiero co
en su interior podía sentir el peso de la situa
, deteniéndose frente
eza y lo observó
untarme qué asu
l motor y la
mi pr
l juego. Elian sintió que estaba entrando en una partida de aj
ella, abriendo la puerta del
era solo el principio. Maya tenía un papel en el juego de Jacques, y
garro y se recostó en el asiento.
mpasible. Maya había sido ambigua sobre sus intenciones, y aunque él no podía
cques la había traído de vuelta justo ahora? ¿Realmente solo era una prueba o había
gri
uno ahogado, desesperado. Ven
a la entrada. Su instinto le decía que algo iba mal. No tenía la menor intención
taba vacío, pero el sonido de forcejeo y una voz masculina ag
e Maya sonaba contenid
on fuerza y lo que vio hizo que l
esgarrada y su rostro marcado por la ira. Su agresor tenía un
me sueltes
era terminar la frase,
ntra la pared con un golpe seco. El sujeto gruñó, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes
cho para sujetar lo que quedaba de su blusa rota. Sus
la camisa y lo arrojó al suelo, propinándole una serie de golpes sin piedad. Cad
piraba, su rostro hinchado y cubierto de sangre.
hacia Maya, quien seguía junto a la pared, su postura tensa. Su piel ten
ian se quitó el saco y lo
ordenó con
la prenda, envolviéndose con ella. Sus manos temblaban
lmente, su voz más
irada hacia el ho
ién
e pasó una mano
a que podía oblig
analizándola. No le gustaban lo
-dijo é
o sin mirar atrás, dejando al hombre tirado