Otra pieza
tre la ansiedad y la resignación. Me miraba al espejo, buscando algún rastro de la Emily que era antes, pero solo veía a una extraña: una chica con cara bonit
ue me miró como si fuera un objeto valioso, todo se repetía en mi cabeza como un eco cruel. Sabía que no podía seguir así, que tenía que hacer alg
adre estaba allí, sentado en su silla de cuero, mirando unos papeles con una precisión de cirujano. Mi madre, Eleanor, estaba de pie junto a la ventana, revisando algo en su móvil, con s
re no levantó la vista. -¿Qué quieres, Emily? -preguntó, su voz grave y
rodillas flojas bajo la falda. -No me gusta Edward -solté de golpe, las
dicho algo terrible. Mi padre, por fin, dejó los papeles y me miró, sus ojos fríos y calculadores, dos pozos oscuros que parecían ver a través de m
pretaba el pecho, pero sin poder echarme atrás ahora-.
bación y decepción. Mi madre fue la primera en romperlo. -Estás actuando como una niña mimada -dijo, su vo
lanes. Mi padre asintió, como si las palabras de mi madre zanjaran el asunto. -Pero -continuó, dándome una mirada calculadora que me hizo sentir aún más pequeña-, si Edw
omo si fuera una mercancía defectuosa que necesitaba un nuevo comprador. Salí del despacho con el corazón pesado, sabie
gido un vestido de seda negra para la ocasión, ajustado a la cintura, elegante pero discreto, diseñado para proyectar sofisticación sin eclipsar mi "valor". Las joyas eran mínimas pero carísimas: un collar de perlas y unos pendientes de diaman
pal. Thomas Berenger conducía un deportivo de último modelo, un coche negro brillante que parecía gritar su riqueza y su arrogancia. Era moreno, atlético, con una mandíbula marcada y unos ojos os
endo una mano como si fuera e
posesivo, y por un instante, pensé que tal vez sería diferente. Tal vez, detrás de esa fachad
ña que brillaban como joyas, mesas adornadas con flores frescas y cubiertos de plata. Los camareros, vestidos de etiqueta, se movían con una preci
o, de las mujeres que había dejado atrás porque, según él, eran "demasiado simples" para alguien como él. Se reía de sus propias anécdotas, como si esperara que yo aplaudiera cada una,
. Para él, yo no existía más allá de mi apariencia, de mi apellido, de la imagen que proyectaba al sentarme frente a él con
la mesa, sus ojos oscuros brillando bajo la luz tenue de la lámpara. -Eres preciosa -
r fuerte para no vomitar sobre el mantel blanco. Sonreí débilmente, como me habían enseñado, pero no dije
llevó de vuelta a casa. Durante el camino, habló de los futuros viajes que podríamos hacer juntos, del yate de su padre, de los hoteles que un dí
ejando que sus labios rozaran apenas mi mejilla. No quería sentirlo. No quería recordarl
es resonando en el vestíbulo vacío. Subí corriendo a mi habitación, cerré la puerta de golpe y me dejé caer sobre la cama. El vestido se arru
vida? ¿Ser una sombra bonita en la vida de un hombre que nunca me vería como una persona? ¿Era esa la gran "bendición" de hab
que encontrar la forma de romper las cadenas que me ataban. Pero aún no estaba lista. Aún no era lo suficientemente fue
que algo, alguien,