bronceado por el sol de Marbella, rodeado de guardaespaldas discretos, pero visibles. Llevaba un traje blanco, llamativo, arrogante, como su sonrisa. Detrás
¡Por fin te encuentro en Madrid! Siempre tan escurridizo - Era evidente que si a
notó. Su mirada continuaba fija en la pista, donde los caballos daban la última vuelta. El hombr
nimado-. No sabía que ahora también llevabas
o las mejillas se le teñían de rojo, no de orgullo, sino de incom
l hombre, esbozando una sonrisa llena d
desnuda en medio de una sala llena de personas que jugaban con millones, c
de ese mundo. No
r -respondió finalmente con voz
fingiendo sorpresa-. Vaya, vaya... in
compañaba lanzó u
le susurró a Sofía-. A él l
ación de la otra mujer. Quería defenderse, decir que no era lo que creían, que no estaba allí p
guía sin deci
mperturbable, como si el mundo no pudiera rozarlo. No dijo nada para defenderla.
ones eran una escultura de mármol
ran hacer o pensar de ella? ¿O acas
sirviéndose una copa del bar cercano como si estuviera en su casa-. Tal
se c
undo. Era una broma, lo sabía. Pero
entamente la cabeza h
ensando -dijo con voz baja, sin alterar el tono, pero
Naven hablara. Mucho menos que corrigiera a alguien en
oma lo que estás diciendo, e
así -contestó Naven con
arse por el diseño de sus uñas. Sofía seguía sintiendo cómo sus mejilla
con torpeza y
as sorpresas! -y sin esperar aprobación, bebió de un solo trago ant
izonte, más allá de las pistas, como si
esto que estaba viviendo, nunca estando con su padre ha
de nuevo a la baranda, a su lado. La vista desde
ree tener derecho a to
luid
culpas. Solo la observó como si analizara una f
sin mi permiso -respon
ó ella, sin saber de dónde sac
sombra de sonrisa asomó en la comisura de
buscaré yo o si prefieres esperarme en la Suite en
ir más. Ya había vist
che caía sobre Madrid con una lentitud pesada. Mientras el auto la llevaba de regreso al hotel
nta. El vehículo de la pequeña m
encio de la suite se apoderó del ambiente como una manta de plomo. Mientras que el empresario permaneció unos segundos quieto, observando el lugar por donde ella se había marchado.
ona vip del Hipódromo, donde reposaba un teléfono fijo de diseño elegante. Se acomod
z baja, cuando la línea fu
ía una llamada suya -respondió la voz ronca de Harry Meyer desde
, Harry. Estoy cerrando un acue
breve
bsorber? -preguntó Meyer con tono burlón - No, n
ictos, se trata de un matrimonio -soltó Naven sin vacilar-. Me comentaron hace unas semanas que tu círculo en Berlín está presionando po
iable. Y una esposa decorativa siempre suma puntos. Per
che de lujo-. Tengo a la persona indicada para ti. Se llama Lorena Viera. Es joven, elegante, bien educa
s de Castilla? Me han ofrecido una de Apellido de La Cruz, pero son de
desamparada. Tiene voz Y voto s
iente,
uedes moldearla. Alguien como tú sabrá qué
rió. Una risa áspera,
hijo de p
-le respondió
sacas tú
Y yo no olvido los favore
ela
Cruz. No la mires, no la toques, no
rry no era tonto. Sabía que Naven no ofr
cial la señorita Cruz? -preguntó
cercana a ella me perten
: una mujer por otra. La clásica danza del poder. Bu
ana. Aceptas las condiciones, cumples con la cere
do hacer lo que m
ero recuerda, si arruinas esto,
s mi p
o Naven mientras colgaba el tel
da, como si el aire supiera lo que acababa de ocurrir: una vida ofrecida a cambio de otra. Un al
a toda la ciudad desde aquella vista que tenía en el Hipódromo. Madrid ardía en luces, en voces, en pr
ue no conocía límites... pero que co
Naven Fort no había rastro de remor
a pieza importante. Y aunque aún no sabía si la reina era Sof