a gris y se preguntó qué encontraría dent
l viaje en barco a la pequeña isla. Se preguntó si Richard Blackthorne sabía cuánto lo temían, mientras sus o
iéndose ante la mansión-. ¿Est
los habitantes del diminuto pueblo de la isla le preguntaban lo mismo, com
ne no es exactament
si les hubiera pegado un mordisco -lo miró
do del coche para sacar sus maletas. Laura lo siguió por
astillo y aislado de todo contacto humano. Iba a ser un trabajo duro, se había enterado por el cotilleo de que en los últimos cuatro años nadie había puesto el pie en la cas
volvió para pagarle y lo vio escribir en un pedazo de
i necesita que la saque
inkney -dijo ella, conmovid
e haría a usted -cuando Laura lo miró con determinación, el señor Pinkney suspiró-. Hace años un hombre diseñó y construyó esta casa para su futura esposa, que quería viv
dita o hechizada -comentó Laura, pens
a cueva. Laura se sonrió y alzó la aldaba de bronce, era una cabeza de dragón. < . Era una voz profunda y arenosa, una uería decir? la con firmeza, abri so y el maletín en el suelo, se volvió y vio al señor Pinkney meter las bolsas apresuradamente y retirarse a actitud, de temor y desprecio hacia un hombre al que ni siquie un vuelco el corazón cuando la luz se apagó y una sombra apareció -llegó su a, s arolina del Sur, nacida en Charleston, fue miss Carolina del Sur, miss Condado de Jasper y miss Festival untos Internos y profesora de la embajada, y que ar? -preguntó en g ver la impecable raya de sus pantalones oscuros. Tenía una mano en la barandilla, y la luz se reflejaba e caciones son un e sujetador uso, ni del día que perdí los pompones ba nico que perdi spetó, irritada porque s uró, que era divorciado y que en un par de días recibiría a una hija que no mantenía unos escalones de distancia, siempre en la oscuridad. Solo podía ver la silueta de sus hombros, anchos y rectos, en u itación de , a mitad de un segundo tramo de esca