dientes de ella, y algunos hombres, demasiado jóvenes para ella, la miraban casi con obscenidad. Les ded
tamente, como gatos al acecho. La cajera la miraba expectante, aunque había gente en la cola, los clientes la mir
e llevaba unos pendientes demasiado grandes
sla preciosa
castillo que
del señor Black
personas al unísono. Laura lo
a la llegada de su hija, y
a -exclamó una
ntó Laura, conoci
re tan horribl
ed al señor
xacta
-preguntó, esperando que su rostro f
No lo hemos visto en cuatro años, ni siquie
ey era el guardés de
tartamudeó el chaval que gu
e diera prioridad a la apariencia; era algo que sufría continuamente, aunque por las razones opuestas. Las mujeres no le ofrecían su amistad, imaginando que se creería superior a ella. Los hombres se esforzaban en impresionarla, para acostarse con ella
al que no conocía también a sí misma-. Cargue esto a la cuenta y que lo lleven
a obligaba a aparecer en anuncios de televisión y en concursos que solo provocaban maledicencia. Siempre lo odió. Cuando creció, decidió e
unto al muelle, contándose historias y tallando madera; a juzgar por las virutas que habían a sus pies, era un ritual diario. Sonri
lla>>, decía siempre su abuelo, y el rec
pero era temporada de huracanes, llovía a menudo y el aire era húmedo y frío. Se abrazó la c
nció el ceño, se acercó a la puerta trasera y movió la cortina. Todo lo que tenía de mujer se removió en su
su rostro tenías rasgos definidos y aristocráticos. Su cabello oscuro ondeaba al viento, demasiado largo y desliñado. El colocó otro tronco y los mús
mbre mayor sentado en un banco, jugueteando con una navaja. Debía ser Dewey Hale
llas de sus vaqueros estaban blancas por el desgaste. Sus ojos fueron de un hombre a otro; Blackthorne, como si supiera
el accidente. De repente, él echó la cabeza hacia atrás y soltó u
quisiera que lo viese, se habría acercado. Blackthorne dijo algo, Dewey se sonrojó y, con una sonrisa, se puso
le devolvió la mirada. Blackthorne dejó e