usto y la soledad le apenaba cada vez más; así que decidió ir hasta el pue
a, tropieza con una piedra y cae abruptamente en el camino. Justo en ese instante, un joven jinete la vio y acudió rápidamente a ayudarla. Alaia se había lastimado un poco el to
¿Estás bien? --Le
tobillo. Pero no es nada grave, no t
sin problemas? Noto que te cuesta un
n una gitana la gente podría criticarte y
quiero siempre. Además, soy médico y no puedo negarle la ayuda a cualquier persona que
, por lo que le devolvió la mirada con una sonrisa un poco
mi caballo. –Le dijo el jinete luego de revisarle exhaustivamente e
taré bien. No quiero seguir incomo
io médico del pueblo. Llegué hace poco a este hermoso país buscando mi destino y al parecer, creo que lo he en
redulidad; pues, sabían del infortunio que había pasado su raza y creían que tal vez no había quedado sobrevivientes de esa tragedia. Pero no solo les causaba asombro eso, sino que también se se
vio y se le volvió
dola minuciosamente como queriendo ver más
omo que andas persiguién
e vi; así que no pude evitar volver a saludarte. Además, no supe tu
la respuesta del jinete, suspiró y
ltado herida de gravedad, te diré mi nombre. Soy Alaia. Vivía en el campamento de los gitanos
rdadero placer conocer a una mujer tan interesante como tú. Pero dime algo: ¿Ad
aba hacer deportes o cuidaba su cuerpo con algún entrenamiento físico. Era mayor que rouge unos cuatro años, pero por los vellos en su cara aparentaba mucho m
rgo, tenía en su mente a Augusto, el hombre que ella sabía iba a ser la persona más importante para en su vida. No obstante, sentía
es, si no vives aquí en e
gusta la soledad y amo sobremanera la naturaleza, el cielo estrellado y
ento un poco de envidia de ti, vivir así debe ser austero, claro, pero hermoso.
me hacen falta. Así como hoy. –Le contestó ella mirándolo a los
tio donde tienen mala concepción de uno y donde lo mir
en es que, esa señora me ayudó cuando más lo necesitaba. Era un alma pura que me enseñó a valerme por mí misma e hizo que aprendiera las cosas más valiosas de la vida. Me ayudó a creer en mí y a aceptarme tal cual soy. Mira, J.J., los gitanos tenemos muy mala fama e
o no se dan cuenta que todos somos iguales y que a ninguno le corre sangre azul por las venas. Por eso estoy tan en contra d
lo que sería la personalidad de su nuevo y guapo amigo, Jean Jerome. Y con
e me está haciendo un poco tarde. Debo irme. Gracias
arla, bueno, creo que debemos continuarla en otro momento. ¿Qué te parece si me invitas a tu casa a
ro, payo. Te escribiré una cart
la presencia de Alaia en el lugar, pero ella sí lo vio y de inmediato supo que Augusto quizás estaba comprometido con esa otra mujer, lo que le produjo un amargo sabor y dolor profun
tiempo que tenía conociéndolo, ella sabía que él tenía su corazón; por lo que, le preguntaba insistentemente a la luna y a sus dioses que le aclararan la duda; ya que, p
ntarles por Augusto. Al barajar, la imagen de verle con esa mujer no se desvanecía y al poner las cartas sobre el paño de terciopelo rojo que vestía la mesa iba viendo como cada una iba