scuchar a la menor falta o desatención, y los castigos podían ir desde una docena de azotes hasta pasar un par de horas colgadas de una cruz, este último el más temido por todas. Para Valentina, las minas de carbón significaron el despertar de aquel deseo de escapar, el cual había muerto pocos meses después de su llegada, cuando se dio cuenta de la imposibilidad, para una niña de doce años, de realizar una acción de semejante magnitud. Pero aquel día, escasos tres meses atrás, cuando sintió por primera vez la fuerza del látigo de Parcer sobre su espalda, el dolor, viajando desde la punta del cabello hasta los dedos de sus pies, le volvió a traer aquella idea por mucho tiempo olvidada. Supo de su incapacidad para soportar aquella forma de vida y de la necesidad de hacer algo al respecto. Moriría en aquel sitio si no lograba huir. Estar ahí no podría compararse con la condena de una prisionera, quien podría pensar en su libertad después de cumplir su tiempo de encierro; ella estaba allí de por vida, hasta la muerte, sin derecho a protestar o a pensar en algo ligeramente diferente para su vida. Estaba enterada de la desaparición de las mujeres mayores al cumplir cincuenta y cinco años, pero no sabía exactamente a dónde las llevaban. Los rumores hablaban de un lugar de retiro en donde no se trabajaba, mientras otros mencionaban una muerte rápida y sin dolor, aunque también se hablaba de la utilización de métodos crueles y lentos para poner fin a sus vidas. Pero ella estaba segura de no querer esperar treinta y siete años para averiguar la verdad; preferiría morir mucho antes y no darles el gusto a aquellos hombres, los cuales se amaban entre ellos y parecían no tener necesidad alguna por las mujeres, de seguir abusando de ella a través de los trabajos forzados y los crueles e injustos castigos. Pero para escapar tendría que contactar a su hermana. Después de haberla vencido en aquella pelea en el barro, seis años atrás, nunca más la había vuelto a ver. Al principio estuvo convencida de su muerte, pensando en esta como el castigo recibido por haber perdido aquel combate, pero seis meses después, fue uno de los capataces menores, y a quien nunca antes había visto, el encargado de decirle la verdad: <