da por otra llamada igual de histérica que activaría la cadena de oraciones de las temidas Gentes de Fe. En unos treinta minutos n
oros y me provocaría un grano como el ojo de un cíclope, para luego plantar sus manos sobre mí y rezar. Pedirían a Dios que me ayudase a
que conste que yo no pedí convertirme en un monstruo. Todo esto significaba que tendría que irme y comenzar otra vida en un lugar donde sería una chica nueva. Un lugar en el que no tenía amigos. Cerré los ojos con fuerza, hacie
almente insoportable con el doctor Asher. Me haría un montón de preguntas sobre cómo me sentía sobre esto y lo otro. Entonces, seguiría parloteando más y más sobre la rabia adolescente y lo normal que era la angust
ue tenía que l
o puse una llave adicional del coche bajo la maceta que había fuera de mi ventana. Tan solo consideré que podría querer escaquearme para ir a casa de Kayla. O, si quería ser mala de ve
las únicas otras ventanas que había pertenecían a la habitación de mi hermana y ella seguro que estaba todavía en el ensayo de animadoras. (El infierno debía estarse congelando, porque por una vez estaba verdaderamente contenta de que el mundo de mi hermana girase alrededor de lo que ella llamaba «el deporte de animar»). Dejé caer la mochila primero y luego la seguí despacio fuera de la ventana, tésped era más importante. (¿Más importante que un Volkswagen clásico? ¿Cómo? Eso apenas tenía sentido. Madre mía, casi sonaba como un chico. ¿Desde cuándo me importaba lo clásico que fuese mi Escarabajo? Sí que debía estar Cambiando). Miré a ambos lados. Nada. Corrí hacia el Escarabajo, entré, puse punto m
miré por e
é el teléfono móvil. No
blar. Ella era la única persona del mundo que estaba segura que no miraría mi marc
la autopista que llevaba a Muskogee Turnpike y, al final, al lugar má
átigo y se reía. Vale, a lo mejor no llevaba un látigo, pero aun así. Los músculos me dolían a rabiar. Eran casi las seis y el sol al fin empezaba a ocultarse, pero los ojos todavía me escocían. De hecho, incluso la luz solar ya debilitada hacía que sintiese en la piel un hormigueo extraño. Me alegré de que estuviésemos a finales de octubre y que al fin el tiempo se hubiera vuelto lo suficientemente fresco para que pudiese lleva
ómodo porche y ventanas de un inusual gran tamaño. Me encantaba aquella casa. Solo el hecho de subir las pequeñas escaleras de madera que llevaban al porche me hacía sen
ndo aprecié ese sexto sentido que ella tenía. Toda mi vida había sabido, no importaba lo que pasara, que podía contar con la abuela Redbird. Durante aquellos horribl
va a pasar nada... Haremos que no pase nada. Así que, en lugar de ir dentro, me dirigí al pequeño camino de venados al borde del campo de lavanda situado más al norte. Este llevaba a los acantilados y lo seguí, dejan
habían pasado cuatro semanas. A John no le gustaba la abuela. Pensaba que era extraña. Incluso l
o. Mis padres ya no controlaban lo que yo hacía. No iba a vivir nu
¡Qué
mí misma con los brazos, como si intentara mantener mi pecho en su sitio