Ya no era solo la tos. Y tampoco eran los músculos doloridos. Estaba mareada y el estómago ya me comenzaba a rugir de tal manera que yo misma me recordaba a Meg Ryan en la pelí
sin abrir la boca, lo que me hacía toser más, ¡y no podía creer lo mucho que me dolía el pecho! Intenté recordar qué era lo que de manera oficial había mat
pensar
nto tribal de las ancestrales sabias que llevaba en su sangre. Incluso en esos momentos sonreía al recordar el ceño fruncido en la cara de la abuela cuando salía el tema del perdedor de mi padrastro (ella es el único adulto que sab
ua. Mientras subía con dificultad por el curvado camino, aquellas viejas historias parecían dar vueltas y vueltas dentro de mi cabeza, como el humo de una hoguera ceremonial... Incluida la triste historia de cómo se formaron las estrellas cuando un perro fue descubierto robando harina de maíz y la tribu lo azotó. Cuando el perro cor
che. -Me oí a mí misma hablando en voz alta y me sorprendió que mi voz sonara tan débil, en especi
bor
flaron vida a los recuerdos, incluso pude oír el golpeteo rítmico de los tambores ceremoniales. Miré alrededor, entrecerrando los ojos incluso ante la débil luz del agoniza
ones por la tos. Los espíritus de la tierra no s
podo o no eran más que ecos misteriosos q
y entonces me detuve, esper
a salvo e
i para el viento cruzó mi men
furia en la cara. Entonces pude escucharlo: el sonido de numerosas voces cheroqui cantando al unísono con el redoblar de los tambores ceremoniales. A travé
e-tsi a-ge-hu-tsa... Ú
propios pulmones... la pelea con mis
demasiado. E
aunque me sentía como si el pecho me fuese a estallar y parecía que intentaba respirar bajo el agua, subí corriendo la última
si fueran niebla, pero en vez de dejarlos atrás parecía que corría a adentrarme en su mundo de humo y sombras. ¿Estaba muriendo? ¿Era así como ocurría? ¿Era por eso por lo que po
té mantener el equilibrio, pero había perdido todos los reflejos. Caí con fuerza. El dolor e