mi
puede ver bosque adentro porque gruesos y altos árboles cruzados entre sí hacen de frontera entre la zona negra y los límites de la Ciudadela. Lo que sí puede asegurar es que todo cu
ener. Si quiere sobreviv
ra, como queriendo contactar con la zona negra. Al fin y al cabo, la oscuridad es un
edo
itándola a marcharse. Sadira se extraña; toda su vida ha crecido con la leyenda de que quien osa entrar en la zona negra
opción -suplica de
balancean ligeramente. La zona negra está
ical. Sadira la toma y se levanta con su ayuda. Dos árboles antes firmemente enrevesados desenla
ero no tanto. Ni un mísero rayo de luz penetra en es
ero aparentemente se ha cerrado tras de sí. Su única opción es adentrarse en el territorio. Quizá, si avanza lo s
ho
íritus malignos por doquier, acechándola en cada instante y en cada momento. Se concentra en tomar el control
i todo. Para un ángel oscuro, como Sadira, la oscuridad se conv
nsumir la poca energía que aún conserva de fuera. Energía luminosa, que es la que ella firmemente piensa que necesita. Se le viene a la mente una frase que aprendió ha
curidad como una fuerza negativa, tal y como habló con Marx. Así que simplemente achaca su estado a la "ausencia de luz": no existe
egará un momento en que su última chispa de luz se desvanezca y, con
de sol que logre atravesar la sombría coraza fantasmal, la fragancia inconfundible de una vegeta
la, el agua no se desplaza por el cauce de los ríos.
s d
los ojos le duelen de tanta oscuridad y su mente se nubla, limitando sus pensamientos. Se tumba sobre una superficie rocosa y se limita a esperar lo inevitable.
se
sciente en el lugar que escogió para su último suspiro.
zona negra. Entre tanta oscuridad, incluso emana un brillo especial. Pe
stión de segundos, pero ese no es el destino que tiene
el rayo, intensificando su pod
un camino de varios centenares
, la oscuridad retrocede
ero esta vez no de penumbra. Se produce un gran resplandor que dura
dad la qu
ha sa