bó de lado con inconsciente elegancia masculina. Tenía una rodilla alzada y se apoyaba sobre un
vó el pintoresco paisaje. La carretera que corría paralela al río, a través del cañón, era una cinta estrecha y sinuosa. Vio el viejo pue
más patatas fritas, estaba tendido tras
arte fuera culpa mía. No manejé muy bien la situación. Anoche, cuando te marchaste, estuve dándole
ieron lentamente del paisa
eña
un tallo de hierba
ya sabes lo qu
ásperamente-. Por lo menos, es un aliv
bozó una
ción como la tuya, deberías tener cuidado
eza y bebió un largo trago m
r mi imaginació
on tus hormonas lo qu
hael brillaron
las casi siempre. Pero cuando estoy c
l labio inferior y luego optó
ntrolar mis hormonas cuando estoy contigo -apartó los ojos, incapaz de sostener su mirada-. Norma
de nosotros mismos -dijo Michael con ironí
a y se echó hacia atrás
o incurable -dijo
elas de mied
excusa -r
r de adolescentes y empecemos a actuar como adultos.
lare-. Si no vuelves a mencionar
encogió d
tratando de ponerle fin a lo que está o
er se ha comid
al perro soñoliento-. Un día de estos, ese mon
conversacio
¿
e Elizabet
cuantas repuest
así
ó otro trago
Estuve casado con Sofía Velutini. Técni
es de
ur
Lo la
e de Sofía, entre otras cosas -la boca de Michael se
toda
a mirar el pueblecito qu
gente de por aquí -sonrió agriamente señalando unos cuantos tejados en la margen izquierda del río-. Pasaron aq
u tía
chael se suavi
egó a publicar. Se consideraba una escritora, aunque nadie más le concediera crédito, y se sentía obligada a vivir conforme a la idea que tenía de sí misma. Era excéntrica, impredecible y e
é co
e a mí al aire casi todo el tiempo. Y funcionó. Cre
dre? -preguntó Cla
abajó un tiempo en una aserrería cerca de aquí. Lo ju
O
el la
poco salvaje. Era el maleante número uno del otro lado de la cascada. Siempre metido en líos. Siempre me echaban a mí las culpas cuando desaparecían los tapacubos de algún coche. Siempre me seña
siempre eras total
zó una
en lo de las carreras p
ontra el que nos advierten nuest
umbó de espaldas y apoyó la ca
Naturalmente, esa clase de chicos siempre son los
rpadeó lán
a lo con
ita. Y por otro, era demasiado seria. Desde el primer día de colegio, comprendí que tenía que llegar a al
sa y llevaban el pelo largo, dejaron de interesarte, ¿no es así
a dispuesta a
Ya te lo he dicho: nunca tuve opo
as haberte quedado embarazada a l
ciló un
ada a la hija de
S
menzó a
te pares ahí.
una mirad
manera
bes perfectamente l
iró len
tida del liceo. El día que cumplió dieciséis años, sus padres le regalaron un descapotable rojo. Podía salir con cualquie
qué sentí
ante. Pero sus padres
síndrome del f
de escapar de la Colonia Tovar, y me enrolé el mismo día que salí del liceo. Eddy Rivera se fue conmigo. El verano de mi diecinueve cumpleaños, volví a casa d
ecidiste probar cómo era acosta
tomar precauciones, y Sofía creía saber todo lo necesario acerca de los días seguros del mes y de otros m
se quedó
ntió con in
on mandarme a la cárcel o pegarme un tiro. Los dos convinieron en que lo mejor era librarse del embarazo
caparon-con
-
a hecha un manojo de nervios, dividida entre sus padres furiosos y el chico del lado malo de la cascada. Yo me encargué de todo, la saqué de casa y me la llevé de la ci
att
hi
tar un leve deje d
ocurrió
puñado de piedri
Sofía no aceptó de buen grado la maternidad. Para empezar, ella no había decidido tener a Matthew. Todo había sido un estú
muy j
ella ya no aguantaba más. Que su vida estaba arruinada y que iba a volver con sus padres. Quería empezar de nuevo. Nunca volví a verla. Se mató en un accidente de tráfico, en
s vuelto
sacudió
solo. Cometí muchos errores por el camino, pero lo saqué adelante -sus ojos se dulcificaron-. Acab
dos sobre las rodillas levantadas y descansó la b
hizo u
errores. Te aseguro que no querría pasar por
e Michael Escotet y el pu
la
sa
o por qué no has
uió observa
estado a tu
en las mejillas y
así
ntas preguntas que hacerte
strara un verdadero interés
h,
ría pued
sintió levement
gunta muy directa. Para contestarla, no hace falta más que un <> o un <
riaturas de luz volaban allá arriba, en el cielo. Una de sus piernas, enfundadas en vaqueros, se deslizó entre los muslos de Michael y allí quedó a
cegadora claridad que
alzó la cabez