TULO
LA
iradas lujuriosas. Las maderas de los navíos, humedecidas por las sucias aguas del Támesis, se dejaban acariciar, y navegaban una tras otra, como cisnes que huyen de jaula de hierro. Los capitanes, daban orden de soltar velamen una hora más tarde, y sus velas se hinchaban para insuflar vida renovada a lo
portación, de hecho imprescindible, para poder salir de Inglaterra.-le decía mostrándol
e se están conformando en Masachussets. John Winthrop, viaja en la otra nave y cree que al menos dos galeones del rey, recorren las costas cercanas a la de Nue
que buscan la perdición de los siervos de Dios....-exp
a nuestros enemigos como ordenó nuestro Señor, y acumular brasas
rás la tierra profanada de mis antepasados y huyo a una que nos e
su esposo y lo torturaron hasta matarlo. Les confesó el lugar de encuentro de dos familias y no le culpo. Fue lo suficientemente in
to?-las lágrimas de Sendon resbalaron
pudimos hacer por él. Le encerraron en La Torre. Dicen nuestros espías
y un marinero solicitó permiso para entrar. Una vela en el horizonte l
os de él, pero es tenaz en su inte
illo, hasta situarse junto al farol de popa y allí extendió este, para enmarcar en
tas en los costados y son muchas. Pero no distingo su pab
desprendían de sus ropas húmedas y sucias y se cambiaban casi
dieciséis años. Era hija del difunto Macarthy y en su rostro juvenil, se adivinaban la pena y la esperanza, en una extraña comunión. Junto a ella senta
arle sin miedo a ser perseguidos. Él tiene a vuestro padre junto a Él y nos protegerá. –Le trató de aliviar el dolor que la con
n el templo, que ahora no poseían. Tendieron una cuerda de lado a lado del camarote y fueron entregando a las más jóvenes, las prendas que deberían enjabonar en barreños, para después colgarlas en la cuerda. Ellas aprendían así, a ser esposas diestras en las labores que deberían desarrollar en su futuro matrimonio, y la obediencia debida a su esposo, por medio de obed
cia de un ave de presa, lucía su pabellón
os perdidos. Hemos de ganar distancia. Contra
rdenó con voz poten
e que se trataba de un barco de guerra y las noventa portas, que guardaban en sus entrañas, otros tantos cañones, ponía sobre aviso a los posibles galeones que recorrían
a alcanzarnos ese galeón. Llevamos con nosotros a los sie
ribuida en dos líneas, una a babor y otra a estribor. De alcanzarles el navío español. De poco les servirían y el capitán era consciente de tal porm
No poseían bandera propia que indicase su neutralidad y solo izaron un banderín rojo y negro, como señal de que no se trataba de un barco de guerra. Esperaban que supiesen interpretar tal señal, dado que no existía código alguno capaz de dar a conocer
Todo el mundo bajo cubierta, solo
a del palo de trinquete, fue zarandeado y una ola que penetró por la proa, se lo llevó como a una hoja seca, caída de un árbol en otoño. Su grito fue ahogado por el estruendo del oleaje, que aún quebró
que tiraban desde las vergas a las barandas de babor y estribor, para asegurar el palo. Por los flechastes descendían los que iban terminando de plegar las velas y a duras penas logr
rición del marinero de veinte años, que como ofrenda forzosa a un dios descon
abía desaparecido de la vista en el horizont