nos minutos hasta que decidimos dormir. Cerré los ojos y miles de imágenes me sofocaron. Los minutos pasaron y yo de
aire de la habitación para inundarme en el dulce aroma de su cuerpo, el cual me recordaba bastante a la canela. En mi afán por pensar en otra cosa llegué a recordar, para mi desagrado, fuertes momentos de mi primer encuentro sexual con un hombre; casi pude sentir la presión que ejercían sus manos como tenazas contra mis muñecas y el peso de su cuerpo cayendo sobre mí.
ar que no se trataba de un engaño de mi mente, la vagina de Lara había quedado expuesta, podía ver el abultado capullo en el cual dormía su clítoris y la división de sus lampiños labios vaginales. Esto no podía ser nada bueno, el ver su sexo en vivo y en
re, para reunir coraje. Lentamente me deslicé sobre las sábanas. Mis movimientos eran tan suaves que el colchón apenas se hundía bajo mi peso; pero como mis extremidades son largas, mucho más que las de mi amiga, temía que éstas me traicionaran y me llevaran a dar
tre las, levemente separadas, piernas de mi amiga y m
amente sobre la tela. Tragué saliva, «No es para tanto» me decía sin apartar la mirada. «Es como verme a mí misma sin ropa», pero esas palabras no conseguían tranquilizarme. Los latidos del corazón aceleraban con cada segundo y mi traicionera mano derecha ya estaba colándose por mi entrepierna, bajando a hurtadillas dentro de mi ropa interior; ni bien hizo
ibido tocar. Lo sentí tan rígido que me produjo un leve dolor pero a la vez fue placentero. Como si se tratara de un acto de rebeldía, lo presioné con más fuerza. Con mi mano libre acaricié delicadamente la pierna de mi amiga un par de veces, e
inales. Me sentía una ginecóloga perversa, me odié a mí misma por estar invadiendo a mi mejor amiga de esta forma pero no podía detenerme; continué abriendo su tesoro virginal como si allí dentro pudier
a y su clítoris se asomó como un gusanito acusador. Me sentí culpable, no podía hacerle esto, ella era mi amiga y confiaba
; no llegué a penetrarme con ellos pero froté cada rincón de mi vagina. Temía que la alteración en mi ritmo respiratorio alertara a Lara y la despertara, pero extrañamente eso me producía más morbo. Realmente estaba descubriendo cosas en mí que nunca hubiera
en un segundo en el cual mi mente se quedó en blanco y mi cuerpo comenzó a moverse por iniciativa propia. Me mordí el labio inferior y regresé a mis andanzas. Necesitaba ver más ¿por qué? No tenía idea, una poderosa y desconocida fuerza en mi interior, me lo estaba pidiendo. Me llevó un buen rato poder posicionarme entre las piernas de Lara una vez más; estaba aterrada, si ella se despertaba en ese preciso instante estaría perdida. Ni siquiera tenía una estúpida excusa preparada; pero lo más
, hasta podía sentirme babear. Nuevamente me invadió la culpa y me detuve. Mis dedos jugaban con mi clítoris, como si éste fuera una campana muda que me hacía resonar de placer; me estaba empapando toda la bombacha. El olor de la rajita de mi amiga llegaba hasta mí de forma provocativa. No podía quedarme con la duda, tal vez ni siquiera me agradaría, eso resolvería todo. Sería un
me tranquilizó mucho, el que algo no me agradara era buena señal. Por la vagina chorreaban
, no era n
mis dedos contra mi clítoris, al menos pude hacerlo con la certeza de que no me gustaban las vaginas
ueva
ón, pasé la lengua y logré recolectar gran cantidad de flujo sexual. Era asqueroso y viscoso, empalagoso y penetrante; sin em
o hasta el punto en el que pudiera disfrutar de ese sabor tan intenso. La respiración de mi amiga se estaba agitando, pero aun parecía estar durmiendo. Llegué al orgasmo con dos dedos metidos bien adentro
era como el mío, en suite, unido a la misma habitación. Me lavé la entrepierna y me
entre mis labios toda su vagina. Di una última lamida, acomodé su bombacha y me fui a d