ojos comprendieron, que ese amor que les unía no
ha S
huellas y tú en cambio, me diste de regalo a Fred y Felipe, nuestros dos hijos. El primero, Frederick, fue fruto de nuestra entrega absoluta. Un amor juvenil, desbocado, lleno de pasión y ganas de comernos el mundo, yo tenía vei
ste creer que te estaba engañando y no me creiste. Aún me aturde ese recuerdo. Pero ahora
Emma, murió, Arthur se sumió en la tristeza, no podía dejar de sentirse culpable por su muerte. Ella era su primer
il, Frank
actamente iguales a los tuyos Arthur -dice Emma
mientras le hace muecas al bebé para que sonría, lo
eblo. Su madre Ada había preferido quedarse en la ciudad, vivir sola y trabajar para mantener a su hija. Largas horas de ausencia y algunas travesuras juveniles, hicieron que ella descubriera por sí sola lo que era
lash
incidir aquella tarde de verano, ella está di
te dije que no qu
ue estás ardida al
a irse, Braun la hala por el brazo con brusquedad e intenta besarla, ella
ma del brazo al joven aplicándole una llave arm
ue Arthur lo suelta, amaga a gol
n? -le preg
-responde el
el pantalón y la extiende para saludarl
me llam
aron un helado y luego fue un café, luego una botella de vino en la pequeña habitación do
igiosos y luego enviado a prestar servicio militar, apenas aprendió c
os escollos y finalmente se volvieron más creativos; hasta que nació su primer hijo y todo se volcó hacia él, la atención de Emma era sólo hacia el niño. Arthur trabajaba durante todo el día como mensajero de
llamaron la atención de Meyer, quien se vio reflejado en el ímpetu del joven y comenzó a instruirlo en el oficio de gerenciar
e. Su labor dentro de casa, y verse reprimida de su libertad, comenzó a llenarla de estrés y frustración. Arthur sólo se ocupaba
poco a poco. "No basta sólo con decirlo, debe demostr
a dieciseis años y lo conoció. Comenzó a hacer dietas rígidas y sin supervisión,
e hasta la oficina de Arthur, quería verlo, por algu
ia de Arthur, era quien la recibía; viendo que no estaba en su puesto de trabajo fue directamente a la oficina d
er -dice negand
s, Emma. -le respond
l pasillo sin voltear atrás, como si dejar de
n, era pronunciada por su esposo. El único hombre a quien amó. Baja la
zon, le oc
irar a los lados, es impactada por un automóvil que
l vigilante, quien no sabe si correr a auxiliarla o
de su oficina y ve la gente en un círculo, mas no alcanza a ver que ocurrió. Corre hasta el ascensor,
o el cuerpo inerte de su esposa entre sus brazos.- ¡No
*
loj. A penas es de madrugada. Se recuesta nuevamente, pero no logra conciliar el sueño. Se sienta en la cama, toma su libro de Wayne Dyer "Tus zonas erróneas". Su psicoterapeuta se l