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Alys y su padre siempre amaron las leyendas y los seres sobrenaturales. Ahora viviendo sola con su madre en un pueblo apartado de las grandes ciudades, sale a la luz la existencia de seres mitológicos dispuestos a convivir con los seres humanos, en un lugar denominado El Territorio. Erik es un ser milenario, ha conocido todas las facetas de la historia humana haciéndose pasar por uno de ellos y ha concluido que uno de los grandes problemas de todas las razas son las mujeres. Por sus brazos han pasado infinidad de amantes, pero a ninguna podría llamarla finalmente su compañera.
Alys miro a su alrededor, lo que ellos denominaban «el territorio» era enorme. Una extensión virgen de bosque húmedo y vivo, había oído de los expertos que era una zona llena de vida exuberante, tanto en fauna como en flora.
No lo entendía bien en términos biológicos, entonces decidió que tenía que verlo con sus propios ojos, además, deseaba poder observar a estos seres que tanto revuelo habían causado en los medios, los cambia formas o como ellos llamaban a su pueblo aeternum, una palabra en latín que bien los describía, una especie eterna.
Había oído que vivían cientos de años, y estaban conformados por seres sobrenaturales que se pensaba que existían solo en los cuentos para niños. Dragones, hombres, lobos, felinos, vampiros, grifos, etc. Seres con apariencia humana, pero que podían cambiar a su forma real según sus necesidades.
Conformaban una sociedad similar al de los humanos. Tenían sus reglas y leyes. Su propia política y representantes, así como sus advertencias a los humanos que se entrometían en sus en su modo de vida, y sí, ella estaba infringiendo una gran cantidad de reglas en este momento. La fundamental, violación a la propiedad privada, la cual era una regla Humana, suspiró y se armó de valor para continuar adentrándose en ese bosque místico, solo una vez más debía apagar esa alarma moralista que sonaba en su mente y verlos.
Camino entre la maleza húmeda y aspiro, el aroma de bosque fresco, oyó el canto de las aves y el murmullo de una corriente de agua que pasaba cerca, era exactamente como imaginaba en las historias que su padre le contaba de pequeña, donde seres mitológicos se enfrentaban entre sí por el afecto o el temor de los humanos. Un bosque encantado.
Anduvo unos minutos caminando por la interminable masa de árboles, marcándolos para reconocer el camino de regreso. Si de algo estaba orgullosa era de su capacidad de supervivencia, siempre destacada como una de las mejores campistas, sobresalía entre las Girls Scouts, no solo por vender galletas, sino por su natural capacidad de aprender de la situación, analizarla y salir triunfal de ella. Alys se consideraba una buena atleta, corría las maratones de la ciudad, y escalaba pequeños riscos, hobby que tenía su madre desde joven.
-"Su madre", suspiró nuevamente.
Nuevamente, ella metiéndose en problemas. No era como que a sus 26 años no había encontrado la madurez, era más bien como una sed de aventuras la que la consumía. Había sido así desde que su padre murió y el pensar que él no había podido cumplir sus sueños de lanzarse a una aventura como la de los libros que tanto amaba era un tormento personal para ella, sabía que esta era la una gran preocupación para su madre. Ella había tenido problemas en el colegio y en la universidad, no es que vaya por malos pasos, drogas o hurtos, pero tenía un serio problema con hacer valer la ley, era como si los problemas la atrajeran, como un vicio. Eso era algo de lo que no estaba muy orgullosa, ya que a diferencia de su capacidad de salir de las situaciones difíciles, el entrar en ellas era casi como un juego de niños.
Alys sabía que esta vez no podía decidir si llamaba a atención o no, esta vez debía salir en una pieza de esto porque el sheriff, su tío, no podría abogar por ella. Eso hacía que recuerde cada una de las situaciones de las cuales fue salvada por él, no sin un castigo de ayuda a la sociedad, claro, podríamos decir que las plazas de la pequeña ciudad permanecían limpias gracias a sus castigos acumulados.
El brillar de la luz del sol la saco de sus pensamientos y la hizo prestar atención a lo que tenía en frente: el bosque terminaba y daba paso a un claro enorme, limpio, dónde los árboles no crecían y la maleza no se extendía, el pasto estaba cortado a nivel un poco más bajo que sus talones. Como a cuarenta metros dentro del claro se alzaba una muralla alta, como de 3 veces su tamaño, no que ella fuera muy alta, es más, era realmente pequeña en todo sentido, con sus apenas uno con cincuenta metros, siempre la clasificaban como la más baja en todos sus grupos; era menuda, pero los ejercicios habían formado un cuerpo agradable a la vista, estaba orgullosa de su habilidad física y su capacidad de reacción.
Observo con cuidado el murallón de piedra que se alzaba en la distancia, «la piedra es fácil de subir», pensó de manera automática y con detenimiento hasta que su vista se posó en un centenario roble que partía la muralla. El árbol era grueso, sus raíces salían de la tierra como piernas que querían liberarse, sus ramas nacían desde la mitad de la muralla y se extendían muy por arriba de ella, ciertamente si se hubiera topado con el en la noche no pasaría sin un buen susto. Con detenimiento observó el campo libre, esa era una técnica común para observar a los intrusos al aproximarse a los fuertes. Debía reflexionar con cuidado, aunque nuevamente el viejo roble le ofrecía una solución al problema, su copa se extendía por varios metros y le ofrecía un cobijo entre sus irregulares raíces, lo único que bebía hacer era llegar hasta ellas.
El sol estaba en lo alto, resplandeciente, serían más o menos el medio día en aquel momento. Extendió la mano fuera de la protección del bosque y su blanca piel brillo al contacto con el resplandor del sol. Alys era blanca como un papel, siempre lo pensó de esa manera y solo reía para sí, solo las pequeñas pecas de su rostro y sus hombros manchaban de color algunas zonas de su piel de porcelana, las quemaduras solares solo harían que se pongan roja, no tenía el privilegio del bronceado, y no lo tendría.
Se acomodó los zapatos deportivos y la camisilla color blanca que llevaba, la cadenilla de oro de su padre resplandecía y la sujeta al corpiño para evitar que se tambalee mientras corría o escalaba, tomó aire en sus pulmones y emprendió la carrera hasta la sombra del protector árbol, se tumbó entre sus raíces y esperó, agudizando el oído, prestó atención pensando que en cualquier momento alguien aparecería y le preguntaría que hacía allí.
Respiró profundo, ahí estaba otra vez esa sensación, la adrenalina corría como un volcán que hacía erupción, se puso de pie y trepó al árbol, tal vez hoy habría menos guardias, era día de trabajo para los humanos, y tal vez ellos también se guiaban por los días laborales comunes. Como si de un pequeño mono se tratase subió por la dura corteza del roble hasta llegar a la cima de la muralla, observó que era lo suficientemente ancha como para que dos personas caminasen juntas patrullando, pero le sorprendió aún más el diámetro del árbol que la superaba con creces. Nuevamente, observó el lado interior del terreno y divisó otro claro y luego una pintoresca, pero reservada comunidad, no era tan grande como para que los habitantes no se conocieran entre ellos.
- ¡Asombroso! - Alys estaba sorprendida, estaba segura de que nada de esto aparecía en los mapas de Google Earth, lo había buscado antes de venir, intentando encontrar un camino seguro, pero esta urbanización no aparecía en las pantallas del ordenador de la oficina.
Una pequeña plaza armaba el resto de la ciudad que le daba la espalda, un eje principal conectaba dicha plaza con el acceso principal, donde se abría la muralla en dos portones inmensos, recordó haberlos visto en la portada de uno de los periódicos que lograron entrar y entrevistar a los nuevos «vecinos».
- ¡asombro!. - Repitió.
Sin pensarlo dos veces bajo de árbol. De rama en rama, hasta que pudo alcanzar el suelo de un salto.
Corrió hasta llegar a la parte trasera de una de las viviendas y busco un apoyo para subir al tejado. Esto estaba siendo bastante fácil, se dijo a sí misma cuando encontró una escalera marinera que llevaba a los tejados, al mismo tiempo en que su cerebro le decía que estaba cometiendo una locura. Al llegar arriba, los tejados le ofrecían un camino seguro de la vista de los que vivían allí, pero una segura ruptura de una zona de su cuerpo si no prestaba atención a sus pasos. Pensó en el libro que había leído hace unos meses, donde el personaje mantenía una carrera con su hermano sobre los tejados de la antigua ciudad de Florencia, hasta llegar a una meta establecida, la cual era el campanario de uno de los templos de la ciudad. Observo con detenimiento y aunque no encontró un campanario, hallo una torrecilla.
-Eso servirá - se dijo a sí misma.
Alys pasó allí escondida gran parte de la tarde observando a los seres que paseaban por la plaza y que entraban y salían en camionetas y jeeps todoterreno. En el portón, dos guardias revisaban e inspeccionaban a todo el que entraba y salía del territorio, ellos eran enormes, tal vez 1.90 de altura y fornidos, uno era rubio y el otro tenía el pelo castaño, los había visto olisquear el aire unas cuantas veces, tal vez eran caninos.
«Quienes mejor para ser guardianes» pensó. En cierto momento, se había fijado que más de uno de ellos portaban tatuajes, algunos iguales, otros diferentes. Los caninos de la entrada los portaban en el pecho de un color negro, una figura circular que no podía distinguir a la distancia, lo había visto en los brazos y cuellos de otros habitantes, y se preguntaba qué significarían, Probablemente algún tipo de código que los identificaba dentro del clan, tal vez.
Aunque estaba algo decepcionada, ya que todo lo que había visto eran unas cuantas mujeres y a los guardias del acceso, las mujeres parecían ordinarias, aunque con una belleza exótica, no presentaban ninguna cualidad especial que las diferenciara de las humanas comunes.
- "Tal vez no tuve suerte"-, se dijo a sí misma con un dejo de tristeza, mientras dejaba su escondite para regresar al muro por donde debía irse a casa... No faltaba más de dos horas para que anochezca y no quería merodear por el bosque en la oscuridad. - Mejor ponerse en marcha cuanto antes- se dijo desilusionada.
Apenas había puesto un pie en el piso cuando oyó un aullido espeluznante, rápidamente miro hacia el acceso principal y pudo distinguir a uno de los guardias apuntando hacia la dirección del tejado dónde hace escasos segundos había estado. La habían pillado, pensó con temor. Sin pensarlo dos veces se echó a correr, segundos después pudo distinguir por el rabillo del ojo a alguien siguiéndola a cierta distancia de ella.
-¡Oye niña! ¡Detente ahí! - "¿Niña?", exclamó enfadada. "¡Alys! No es momento para enfadarte por un calificativo como ese, ahora, corre, corre".
Volteo a para ver cuantos sujetos la perseguían, un hombre grande y rubio estaba a apenas unos metros de ella, y otros dos más atrás del primero. El pánico inundó su mente y forzó a sus piernas a imprimir mayor ritmo a su carrera. Ya respiraba irregularmente y aún le faltaban unos pasos para llegar al árbol, cuando noto la sombra de este sobre sus hombros tomo el mayor impulso y salto con todas sus fuerzas. Su cuerpo se colgó de una gruesa rama y sin pensarlo dos veces subió y subió. Cuando llegó al tope del muro, observó rápidamente hacia abajo para comprobar si sus perseguidores subían tras de ella. Fue entonces cuando lo vio realmente, uno de los hombres que iba tras ella había quedado parado en la base del árbol, su posición indicaba que no subiría tras ella, el sujeto era grande, de casi dos metros de alto, el cabello rubio y rebelde, tenía el torso al descubierto y los brazos musculosos cruzados sobre el pecho, el abdomen marcado y descubierto, en el lado izquierdo del pecho llevaba un tatuaje compuesto de dos serpientes enroscadas formando un círculo. El hombre tenía facciones angulosas y finas, sin rayar lo exagerado, pero lo que más llamo su atención fue la mirada profunda, los orbes verdes aceituna con las pupilas rayadas y la cicatriz en su ojo derecho que llegaba hasta la mejilla. La observaba con detenimiento, estudiándola, juzgándola, había una fiereza salvaje en sus ojos, que la hizo contener la respiración, entonces ella lo supo realmente, si el hombre quería podría haberla capturado, podría estar allí arriba en tan solo un pestañeo, trago duro, sentía el aire caliente y le costaba respirar, su corazón latía desbocado, amenazándola con salirse por la boca.
El sonido de pasos sobre el piso de piedra del muro la saco de sus pensamientos y le recordó de los otros dos que venían con el atractivo rubio, bajo con prisa y sin cuidado del árbol, rasguñó sus manos y brazos en el proceso, pero en ese momento, el dolor era imperceptible para la cantidad de adrenalina que estaba sintiendo. Al alcanzar el claro volvió a retomar la carrera y se internó en el bosque siguiendo con la mirada las marcas puestas en los árboles.
Así, luego de 8 horas de estar fuera de casa, se metió por el balcón de su recámara, intentando hacer el menor ruido posible, pero hoy definitivamente no era su día de suerte.
Su madre estaba allí, en su habitación, y estaba enfadada.
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