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Alessandro Cassiano es el próximo jefe de una de las grandes mafias de Italia. Solo conoce un mundo lleno de crueldad, poder y ambición. Hasta que a su vida llega una mujer siciliana poniendo su mundo de cabeza, conquistando su oscuro corazón pero esta le es arrebata por su propio padre. Enzo Cassiano. Ahora Alessandro Cassiano desea más que nunca convertirse en el conté de la 'Ndrangheta para hacer pagar con sangre todo el sufrimiento de su chica siciliana, aunque nada pueda borrar el dolor de su muerte. ¿O si?.
La cabeza le dolía, sentía que en cualquier momento su cerebro iba a explotar, seguramente a causa de alguna droga que debió haberle dado su padre... su padre. ¡Ese desgraciado!. ¿Cómo se había atrevido a traicionar lo de esa manera?.
Abrió los ojos con dificultad; sus párpados pesaban y la luz parecía estarlo cegando.
- Al fin has despertado, mio figlio - la voz de su padre lo hizo reaccionar, sus ojos se posaron en la figura femenina atada en una silla frente a él.
- ¡Suéltala!. ¡No te atrevas a ponerle un solo dedo encima! - grito, forcejeando con las ataduras que lo mantenían firmemente pegado a la silla.
- Te lo advertí, Alessandro. Con la mercancía no se juega... te dije una y otra vez que no permitiría a una siciliana en mi familia - sujeto el rostro de la mujer, quien estaba amordazada, mirándolo con claro horror en sus ojos - te di un año para deshacerte de ella y estás son las consecuencia de no obedecer.
Ella quería gritar... sus gritos amortiguados por aquella mordaza se clavaban en el corazón de Alessandro.
- ¡Suéltala!. ¡Por favor!. ¡No le hagas daño! - rogó. ¿A eso se había reducido el gran Alessandro Cassiano?. ¿A un hombre que súplica por la vida de una simple mujer? - haré lo que tú quieras - prometio, dándose por vencido; no había forma de liberarse de las ataduras de su padre, de librarse del destino que le había tocado.
- Demasiado tarde Alessandro - sujeto a la mujer del cabello, obligándola a inclinar la cabeza hacia un lado; dándole completo acceso a su cuello, acercó un pequeño tubo, clavándole en su pálida piel.
- ¿Que carajos le has inyectado?. ¡Suéltame!. ¡Deja de actuar como un cobarde! - una vez más Alessandro forcejeo inútilmente con sus ataduras.
- Es una droga experimental... se supone que da un subidón de adrenalina increíble, aumenta el deseo sexual pero tiene sus contras como perdida de la conciencia y quizás la muerte - Enzo sonrió con superioridad - vas a aprender que para ser un conte de la Ndrangheta hay que tener sangre fría... no puedes estar rescatando a la mercancía...
Dejo escapar una risita burlona, un año atrás Alessandro había salvado a esa siciliana de ser vendida. ¡Gran error!, lo peor de todo: se había enamorado de ella. Y eso no es válido en la mafia... esa mujer se estaba convirtiendo en su debilidad y las debilidades de arrancan de raíz.
- No llores por una puta siciliana - se acercó a su hijo y lo sujeto del cabello para obligarle a mirarlo - se merece sufrir. ¿Ella no te lo dijo?. ¡Es la nieta de Gianfranco Salvatore - rio un vez más al ver la sorpresa marcada en el rostro de su hijo. Claramente la mujer no le había dicho realmente quien era - iba a ser vendida muy cara pero tú interviniste. ¿Tienes idea de lo mucho que hubieran pagado los enemigos de Salvatore para divertirse con ella?.
- Eres un maldito bastardo - escupió Alessandro, él conocía muy bien los alcances de su padre, lo que implicaba ser parte de la mafia; él mismo no era ningún santo pero nunca imagino que sería su padre quien le arrebatará a quien más amaba.
- Ohh no tienes ni idea de lo bastardo que puedo ser - hizo un movimiento con su mano y un grupo de hombres que Alessandro nunca había visto ingresaron en la sala - allí está su mercancía... disfrutenla y hagan que grite muy fuerte, así mi hijo se deleita con su sufrimiento...
Los hombres sonrieron de manera escalofriante, todos iban de traje, elegantes, demostrando su poder en la mafia; probablemente eran esos enemigos de Gianfranco Salvatore de los que Enzo estaba hablando.
- ¡Por favor, no!... suelteme - grito la muchacha, con su rostro empapado de lágrimas mientras le quitaban las ataduras para ser sujetada por uno de los enormes tipos.
- Mira... disfruta del espectáculo - Enzo sujeto de la barbilla a su hijo, obligándola a mirar todo lo que estaba sufriendo aquella chica que amaba. El corazón de Alessandro dió un vuelco doloroso, todo aquello era su culpa; por él ella había permanecido allí, por él ella estaba al alcance de la maldad de Enzo Cassiano. Por sus caprichos, por su egoísmo.
Observó como los hombres le arrancaron la ropa del cuerpo, como la golpeaban para que dejara de gritar y posteriormente como el primero la tomo allí mismo, en el suelo; de forma brutal y casi primitiva mientras ella gritaba y lloraba a mares, preguntandose ¿que había hecho para merecer tal castigo?. Ella era solo una muchacha llena de sueños, de metas, una mujer que había elegido crecer lejos de la mafia y de su familia... para ahora ser tratada como un simple pedazo de carne del cual disfrutar.
- Perdóname... por favor perdóname - rogó Alessandro entre lágrimas, ¿cómo había llegado a eso?, había sido reducido a un ser patético. ¿Dónde había quedado el imparable Alessandro Cassiano que disfrutaba de torturar a sus enemigos?. Que gozaba de derramar la sangre de aquellos que se atravesaban en su camino... se había visto reducido a un ser miserable, vulnerable que no podía hacer más que ver sufrir a la mujer que amaba en manos de hombres a los que juraría destruirles la vida.
Vio como uno a uno tomaban lo que era suyo, como la trataban como una simple mercancía de la cual disfrutar hasta no dejar más que su cuerpo cubierto de sangre, de golpes y moretones.
Cuando finalmente su padre soltó sus ataduras se acercó hasta ella, abrazándola contra su pecho mientras las lágrimas caían sobre ella.
- Ariadne... por favor... despierta - le acaricio el rostro, sus manos ya estaban manchadas de la sangre ajena mientras su corazón se hacía pedazos cada vez más con cada segundo que pasaba sin obtener respuesta de ella - no me hagas esto por favor - sollozo, abrazándola con más fuerza, atrayendola hacía él. Nunca había amado antes; no de la forma en que lo había hecho con ella.
- Está muerta - declaró un doctor que acababa de llegar, no tenía sentido atender a la mujer ya sin vida.
- No... ella no puede estarlo. ¡Salve su vida o lo mataré! - amenazo, preso de rabia, del dolor.
- Ya no hay nada que hacer - aseguro el médico, dando instrucciones a sus asistentes de como proceder. Alejaron a Alessandro del maltratado cuerpo, el que cubrieron con una tela blanca antes de llevarse para limpiar la sala.
- Te juro por Ariadne que esto no se va a quedar así... me voy a encargar de destruir uno a uno a aquellos que se atrevieron a ponerle una mano encima - señaló a su padre con su dedo índice - y tu serás el último... verás como la muerte se acerca lentamente hacía ti... sufrirás en carne viva lo que yo estoy sufriendo ahorita. Enzo Cassiano.
Enzo miro a su hijo con superioridad, Alessandro salió de la sala sin más. ¿Enzo quería que tuviera sangre fría y no tuviera corazón?. ¡Bien!... lo había logrado. Ahora tendría que lidear con el demonio que había liberado.
- Asegúrate que se deshagan de ella - ordeno Enzo al doctor. Quien asintio con un leve movimiento de cabeza. Enzo sabía que acababa de firmar su sentencia de muerte. ¿Quien podría más?, ¿él con toda su experiencia de años en la mafia o Alessandro guiado por su sed de venganza?. Eso es algo que gozaría averiguar.
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Era una doctora talentosa de fama mundial, CEO de una empresa que cotiza en bolsa, la mercenaria más formidable y un genio de la tecnología de primer nivel. Marissa, una magnate con una plétora de identidades secretas, había ocultado su verdadera identidad para casarse con un joven aparentemente empobrecido. Sin embargo, en vísperas de su boda, su prometido, que en realidad era el heredero perdido de una familia adinerada, canceló el compromiso, incluso la humilló y se burló de ella. Cuando las identidades ocultas de la chica salieron a la luz, su exprometido se quedó atónito y le suplicó desesperadamente que lo perdonara. De pie, protector ante Marissa, un magnate increíblemente influyente y temible declaró: "Esta es mi esposa. ¿Quién se atrevería a quitármela?".
Anoche pasé una noche erótica con un desconocido en un bar. No soy una mujer al azar. Hice esto porque estaba muy triste ayer. El novio que había estado enamorado de mí durante tres años me dejó y se casó rápidamente con una chica rica. Aunque actúo como si nada hubiera pasado delante de mis amigos, estoy muy triste. Para aliviar mi estado de ánimo, fui solo al bar y me emborraché. Accidentalmente, me encontré con él. Él es más que atractivo e increíblemente sexy. Como el deseo controlaba mi mente, tuve una aventura de una noche con él. Cuando decidí olvidarme de todo y seguir adelante, descubrí que mi aventura de una noche se convirtió en mi nuevo jefe. Un tipo posesivo.
En su borrachera, Miranda se acercó audazmente a Leland, sólo para encontrarse con su mirada fría. La inmovilizó contra la pared y le advirtió: "No me provoques. Dudo que puedas soportarlo". Poco después, su compromiso se canceló, dejándola en la indigencia. Sin otras opciones, Miranda buscó refugio con Leland. Con el tiempo, asumió el papel de madrastra, cuidando a su hijo. Llegó a comprender que la decisión de Leland de casarse con ella no se debía solo a que ella era obediente y fácilmente controlada, sino también porque se parecía a alguien que él apreciaba. Ante la solicitud de divorcio de Miranda, Leland respondió con un abrazo desesperado y una súplica para que reconsiderara su decisión. Miranda, impasible, respondió con una sonrisa de complicidad, insinuando un cambio en su dinámica. El señor Adams, que siempre fue el controlador, ahora parecía ser el atrapado.
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