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Cuando el jeque árabe Adib Farhat le propone a Myrtle ir en un viaje de negocios a Dubái, esta no puede decir que no, sin embargo, en secreto siempre ha deseado al hombre. Tendrá solo diez noches para confesarse.
Adib entró en su oficina con un traje que probablemente solo le había visto una sola persona, y esa era su secretaria Myrtle, ya que lo usó una vez para la recepción de invitados a la que nadie fue porque su peor enemigo, Ibrahim decidió hacer una fiesta esa noche, y por ende, nadie asistiría, razón por la cual su secretaria tuvo que llegar hasta donde estaba él para decirle lo que ocurría.
Mucho lo lamentó cuando se enteró, pero estaba más lleno de ira, así que lo que quiso hacer fue ponerse a la par de este y devolverle el golpe con algo igual de fuerte, algo que estaba seguro de que no se esperaría.
Hizo que desapareciera el nombre de su empresa del ranking mensual, eso quiere decir, que no obtendría tantas ventas como usualmente podría, y ahí es cuando cada uno aprendía a no meterse con un Farhat.
La mayoría de las personas los subestimaban, pero si tan solo supieran de lo que eran capaces, se quedarían tal cual estaban.
Ahora, debía quedarse allí trabajando unas horas, sin embargo, no estaría solo, sino con su secretaria, quien lo miraba desde su lugar fuera de la oficina con cierta curiosidad, y es que ella siempre había sido así.
Los ojos oscuros de ella eran tan expresivos que podían hacer a cualquiera pensárselo dos veces antes de asegurar algo, cosa que era demasiado genial, y que en lo personal, admiraba de la chica, muy aparte de siempre estar pendiente de cualquier cosa que necesitara.
Así fue como esperó al menos diez minutos a que se instalara en la oficina para poder entrar tras dos toques a la puerta entreabierta.
Él le dio la aprobación para entrar, por lo que ella hizo lo propio, llevaba una carpeta en sus manos, el cabello rojo recogido con ayuda de una pinza color blanco, una camisa blanca sobria, unos tacones color negro de altura media y una falda ceñida al cuerpo en tonos marrones.
Caminó hasta el escritorio y se sentó en la silla frente al hombre.
─Hoy tenemos una agenda apretada, Sr. Farhat, si se fija en el cronograma que le pasé por correo, podrá ver de lo que hablo─.
El hombre hace lo pedido, y de inmediato abre sus ojos al ver lo primero fijado en la lista.
─¡¿Es hoy que mi madre viene?!─ preguntó un tanto agitado, como si no se lo hubiera esperado.
─Sí, por supuesto, quería desayunar con usted, pero le he dicho que debe hacer algunas cosas de urgencia esta mañana, así que solo aceptó el almuerzo a regañadientes...─.
El hombre miró entonces los ojos de su secretaria y tomó sus manos entre las suyas.
─No sabría qué hacer sin ti, Myrtle, soy un auténtico desastre administrando el tiempo─.
─Créame que lo sé, es por eso que la primera conferencia solo durará una hora, ya que sé que no leyó lo suficiente como para convencerlos en más tiempo─ fue lo que dijo la chica, acomodándose los lentes sobre el puente de la nariz con su dedo índice.
─Espera ¿Cómo sabes que no leí demasiado?─ quiso saber él, frunciendo un poco el ceño.
─Porque el documento lo envié ayer en la noche, y es poco probable que con el tiempo que le dedica al gimnasio, también pudiera leer algo y comprender para explicarlo hoy, pero sé que hará su mayor esfuerzo─.
La respuesta de Myrtle lo dejó sin palabras, y es que todo lo que había dicho era cierto, de modo que no podía negarlo.
Él asintió y entonces planificaron un poco más a fondo lo que harían ese día, en especial el jeque, quien debía de finiquitar algunos asuntos con quienes fueran sus socios de Iraq. No quería tener mucho que ver con ellos, pero en serio tenía que esforzarse para no entrar en discusiones, ya que lo que ellos pedían era demasiado en muy poco tiempo.
Estaban trabajando en una campaña política, por ello, cuando se presentara ante la prensa y el congreso, debía de ir vestido como los árabes típicamente acostumbraban, esto con el fin de hacer que la gente se sintiera un poco más segura al ver los rostros en televisión y demás medios de comunicación.
A Adib jamás le gustó ser el centro de atención, pero tampoco le incomodaba mucho, solo en el ámbito amoroso, en el cual no había tenido mucha suerte, por decir que ninguna.
Al ser un líder político, debía de mantener su rostro siempre intacto de dichas habladurías que pudiera tener la gente sobre sí, por ejemplo con no haberse casado teniendo ya treinta y dos años de edad. De todos modos, no tenía razones de sobra para querer casarse con una desconocida, ese había sido su más grande error, que le gustaba conocer con quien tenía que compartir no solo su fortuna, sino también el tiempo que le quedara en el mundo, y hacer una mala elección podía costarle muy caro.
Por supuesto, no perdía la fe de que algún día podría encontrar a alguien que le pudiera proveer de todo lo que él necesitara, y viceversa, llegando a ser una unión digna de captar envidias, ya que en serio las personas solían obsesionarse con las bodas de los árabes, mucho más de los jeques, quienes decían que eran guapos sin importar su físico (refiriéndose netamente al dinero).
De haber querido, podía haberse casado con cualquier chica de su país, pero lo cierto era que no le interesaba mucho esto, sobre todo porque las mujeres allí no eran para nada su prototipo de mujer, la mayoría solo eran sumisas que ni siquiera se atrevían a opinar, y en la cama era lo mismo, y esa era una de las tantas trabas que tenía a la hora de conseguir una pareja estable.
En eso pensaba mientras caminaba rumbo al salón de conferencias, en el cual daría una muy importante hacia sus aliados que daría el norte para el proyecto que buscaban desarrollar entre los convenios.
Como siempre, saludó a todos y cada uno de los presentes, llegando a estar de pie frente a la lámina donde se exponían las diapositivas. Myrtle estaba allí para ayudarle a pasar cada imagen, ya que la presentación había sido su idea, había sido hecha por ella, como cosa natural.
El hombre comenzó a hablar acerca de lo que quería no solo para la empresa, sino para el bienestar de lo que sería la nueva ciudad que estaba en construcción, no solo física, sino también de manera ideológica, y ese era su trabajo principal, hacerle creer a la gente que ese era el camino que debían seguir para conseguir libertades monetarias, distintos beneficios y además la salvedad después de la muerte.
Claro que varios líderes religiosos se unían a la campaña, teniendo que dar su punto de vista de igual forma para la aprobación de dicho contrato, que no era nada más y nada menos que uno multimillonario, no cualquier cosa, no estaban jugando en ningún momento.
Todos los hombres ahí se miraron para poder contrastar ideas a medida que la presentación iba abriéndose paso, y con cada pregunta que hacían, se lucían respondiendo, algunas evadiendo el tema principal y otras directo al grano, y con eso, pudieron finalmente hacer las pases con los compañeros de Iraq, quienes no parecían ser muy amigables desde un principio, pero con un poco de dedicación pudieron hacer que los rostros de pocos amigos se transformaran en algo mucho más pasable, e incluso unas cuantas risas pudieron sacarles para alivianar el ambiente.
Por supuesto, la pelirroja que se encontraba detrás de la computadora con las láminas de la presentación, se sentía anonadada por lo que este hombre era capaz de hacer, y no porque fuera algo extraordinario, pero para su persona, todo lo que hacía era perfecto, a pesar de solo haberle echado un vistazo la noche anterior al tema que quería defender.
Durante algún tiempo, los dos se habían entendido tan bien que solo con hablar de algunos temas en general, todo se volvía mucho más interesante, comenzando a discutir con enorme seriedad sobre temas que incluso eran absurdos para algunas personas.
Al finalizar todo, lo que hicieron fue salir de allí, pero Adib todavía tenía que pactar algunas cosas con ellos, por lo que continuó hablando con los jefes sobre aquello que querían pactar para ir mejorando no solo la relación entre ambos sino también dejar en claro qué era lo que querían ambos del futuro como socios, entre otras cosas.
Como siempre, al finalizar todo aquello, la chica secretaria era la que volvía a estar junto a su jefe. Ambos subieron al elevador, ya que los demás se irían de la planta, pero no ellos.
Subieron al piso de la oficina principal en la cual trabajaban, de modo que dentro del ascensor, todo en lo que pudieron pensar fue mirarse discretamente. Myrtle porque parecía interesada en él de alguna manera, y Adib solo la veía sin saber muy bien la razón, pero tampoco estaba buscando una en específico, solo era su empleada.
Una vez en el piso correcto, bajaron del elevador y decidieron ir hasta la oficina, siendo que el hombre abrió las puertas para la chica y luego entró él.
Al estar allí, se dieron cuenta de que iban bien de tiempo para trabajar en otras cosas por adelantar y luego de dos horas más o menos sería el almuerzo del jeque con su madre.
El hombre se sentó de nuevo en su despacho, comenzando a revisar no solo los correos que tenía pendientes por responder, sino también todo lo que tenía por hacer, ya que su secretaria siempre le hacía llegar todas sus tareas y obligaciones por medio de mensajes de ese estilo.
No se quejaba de la organización que Myrtle tenía, sino todo lo contrario, ya que esto le ayudaba en demasía a continuar con lo que sería cada jornada de trabajo, y al menos le había sido útil en los varios años que llevaban trabajando como un equipo.
Ella entonces se asomó de nuevo a la puerta, siendo que le avisaba que ya en media hora tenía su encuentro, cosa que lo dejó sorprendido, ya que pensaba que solo había revisado algunas cosas y respondido las que podía y estaban a su alcance en esos momentos.
─Yo puedo encargarme de contestar los correos, pero solo por esta vez, Sr. Farhat, solo porque le tengo compasión y sé que está siempre lleno de trabajo─ dijo ella, sonriendo un poco, dando a relucir sus hoyuelos a cada lado de su boca.
El hombre la miró a detalle, apreciando cada cosa de ese momento, de modo que no había nada malo en ello más que solo el hecho de ser una empleada queriendo ayudar a su jefe.
─De verdad, gracias, Myrtle, es de gran ayuda para mí que lo hagas, y lo siento por dejar trabajo acumulado, pero a veces es complicado combinar la vida política con la empresarial... Ser jeque no es fácil ni el dinero cae del cielo, como muchos pueden pensar─.
─Lo sé, así que por eso he decidido hacerlo por usted, no tiene que disculparse, es mi jefe después de todo─ dijo ella, acercándose un poco más a la mesa de escritorio ─Si me permite, sería del agrado de su madre que le llevara frutos secos mixtos, ya sabe, de la marca del logo verde, le encantan, así no estará tan irritable... Sobre todo por las actualizaciones que debe hacerle hoy─.
─Cierto, debería llevarlos, si no lo hiciera, probablemente terminaría desheredado, pero sé que mi madre no podría hacerle tal cosa a un jeque amado por todos, pero aún así da un poco de miedo─.
La expresión en el rostro del hombre de cejas pobladas y nariz perfilada, dejaba a la contraria un tanto divertida, pero en serio debían esforzarse en no hacer molestar a la madre de Adib, quien siempre estaba con un humor de perros, y cualquier cosa la tomaba por lo negativo, y de esa manera no podía existir demasiada paz en nada que hicieran.
Una vez que pudieron continuar con lo que tenían pendiente, Myrtle se retiró de allí para volver a su puesto de trabajo, no sin antes echarle una mirada a su jefe que le recorriera entero, casi como un escáner, y es que todo lo que tenía retenido en su pecho la chica eran cosas que valía la pena mantener en secreto.
El hombre salió con puntualidad media hora más tarde, así que su madre estaría ya en el auto abajo esperándolo para continuar con el recorrido hasta la cafetería favorita de ella, no podía ser otra en la que disfrutaran y compartieran un poco.
Por supuesto, tenían servicio de catering para lo que quisieran comer, de manera que no había nada raro en que dos personas o más fueran a comer allí.
De hecho, la comida era exclusiva, como si los que visitaran el lugar fueran gente de mucha alcurnia, y de cierto modo así era, así que tomaron una mesa de las que quedaban en la terraza del local, una bonita construcción que denotaba todo el esfuerzo que ponían en ello los dueños.
La atención también era siempre la mejor, sabiendo que los clientes siempre tenían la razón, llevando la cuenta de lo que pedían a ver si los anotaban como personas importantes o no. Ellos estaban en la lista, por supuesto, pero no por lo que compraran, sino porque era el jeque de la localidad, todo el mundo lo conocía e incluso lo saludaba.
Cuando tomaron asiento, dos niños de más o menos diez años se acercaron a ellos y le pidieron un autógrafo al hombre, quien se los dio con gusto, ya que a pesar de ser una celebridad, todavía se olvidaba de que lo era.
Los de descendencia árabe siempre buscaban a líderes a los cuales seguir, y esto no solo significaba seguirlos desde lejos, sino elegir al que pudieran dentro de su comunidad para representar a una minoría fuera del país, por ejemplo, y eso era algo que tenía mucho valor de por sí para las personas, siendo así que estos líderes eran en algún punto referencia de lo ideal, lo perfecto dentro de la sociedad, un orden que debía de ser cumplido a cabalidad.
Por supuesto, la madre del chico miraba con fastidio cómo a su hijo casi se lo comían con la mirada, y no porque fuera un rompecorazones, sino porque era famoso.
─¿Cuándo será el día en el que dejen de mirarte de esa manera? Tampoco eres sultán─ dijo ella, con cierto veneno mientras tomaba del chocolate que le acababan de llevar.
Adib se quedó helado ante tal comentario, pero tuvo que tragar con fuerza y pasar a hablar de otro tema, uno que le preocupaba en demasía.
─No lo sé, madre, pero hoy tenemos algo de que hablar... Se trata sobre los pactos con Iraq─.
─¿Qué ocurre con ellos? No me digas que no lograste convencerlos─.
─Lo hice, pero ellos no planean financiar nada hasta que el emir de su aprobación, y ya sabemos quién es él─.
─Ibrahim─ dijo ella, apretando la servilleta en su mano con toda la fuerza que poseía.
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