Durante mucho tiempo creí que mi vida sería un jardín de rosas. Imaginaba días soleados, perfumados con el dulce aroma de la felicidad, y noches adornadas con estrellas que iluminarían mi camino. Sin embargo, la realidad me presentó algo muy diferente. En lugar de pétalos suaves, encontré espinas que se clavaban en mi piel, hiriéndome no solo por fuera, sino desgarrándome el alma con cada paso que daba. Mis ilusiones se desmoronaron una a una, dejándome sola en la oscuridad que nunca busqué ni deseé. Esperaba que mi existencia estuviera decorada con luces de alegría, pero, en cambio, me encontré atrapada en un pozo profundo de dolor y decepción. Vivía como una prisionera en mi propio infierno personal, donde cada decisión que tomaba parecía pertenecer a alguien más. Era como si todo lo que hacía estuviera diseñado para complacer a otros, para cumplir con expectativas que jamás me dieron la oportunidad de ser yo misma. Me sentía como un títere, forzada a mostrar sonrisas vacías, mientras por dentro mi alma se ahogaba en lágrimas que nadie veía. Cada sonrisa que esbozaba era una máscara, una fachada para ocultar el sufrimiento que me consumía poco a poco. Pero, con el paso de los años, algo cambió. En medio de esa oscuridad constante, una pequeña luz comenzó a brillar. Fue sutil al principio, casi imperceptible, pero poco a poco fue creciendo. Lo vi de nuevo, y fue como si el tiempo se desvaneciera y regresara a ese primer encuentro, cuando mis sueños aún estaban intactos. Su presencia me devolvió algo que creía perdido para siempre, la esperanza. Fue como si, en medio de mi desolado jardín de espinas, empezaran a brotar pequeñas flores, tímidas pero llenas de color. Mi corazón, herido y cansado, comenzó a creer que quizás, después de todo, las sonrisas que tanto había fingido un día podrían ser genuinas. A pesar de este destello de esperanza, no puedo engañarme a mí misma. La luz que vi en él, la paz momentánea que sentí en su compañía, puede no ser más que un sueño efímero, un espejismo en el desierto de mi realidad. Porque, desafortunadamente, mi vida sigue siendo lo que siempre ha sido, una lucha constante entre lo que deseo y lo que me ha tocado vivir.
Melanie.
El tiempo se me hacía interminable, el tictac del reloj me taladraba la cabeza, como si quisiera recordarme cada segundo de este infierno que vivo. Duncan salió de la habitación, como siempre, con ese humor de perro rabioso que lo transforma en un monstruo. Hace cinco años que soporté el momento en que sacó sus garras, mostrando quién era realmente. No entiendo por qué sigo aquí.
-Sirve el desayuno, ya me estoy atrasando. No soy un inútil como tú, que te pasas en la casa sin hacer nada. Encima eres una lenta, ¡me tienes harto! -Su voz me perforaba, pero sus palabras ya eran una rutina que había aprendido a memorizar.
-¿Por qué siempre eres así? -me atreví a preguntarle, más por inercia que por esperar una respuesta decente.
-Encima me respondes. -Se levantó de la silla con esa furia que conocía tan bien. Intenté dar un paso atrás, pero fue inútil; su puño impactó contra mi rostro antes de que pudiera reaccionar.
-Eres una estúpida. Me hiciste perder el apetito. Anda a buscar un trabajo, porque dudo que alguien te contrate siendo tan inútil, hasta en la cama lo eres. -Con esas palabras, salió de casa, cerrando la puerta con un portazo.
Me quedé de pie, sintiendo el calor de las lágrimas que resbalaban por mis mejillas, limpiándome el golpe. No sé cuánto tiempo pasó hasta que el sonido del celular me sacó del trance. Era Martha.
-¿Cómo estás, amiga? -La voz de Martha siempre traía consigo un consuelo que ni siquiera sabía que necesitaba. Pero esta vez, los sollozos escaparon de mi boca antes de que pudiera responder.
-Maldita sea, no me digas que ese bastardo te volvió a lastimar -replico Martha con ese tono protector que siempre usaba cuando hablaba de Duncan.
-No, no es eso... Solo creo que necesito salir un rato, despejar la mente... o tal vez viajar a ver a mi madre -mentí a medias, como siempre lo hacía cuando hablaba de Duncan.
-Melanie, siempre encubriéndolo -suspiró al otro lado de la línea-. Bueno, sería buena idea que te alejaras un tiempo, pero no creo que puedas viajar ahora.
-¿Por qué no? -le pregunté, confundida.
-Amiga, ¡ya estás lista! Te han llamado para trabajar en una de las tiendas de Multicentro Las Américas.
Mi mente se detuvo por un momento, procesando lo que acababa de escuchar.
-¿Es una broma, Martha? No me tomes el pelo como las otras veces.
-¡No bromearía con algo así! -rió, aunque seguía sonando eufórica-. Mi jefe me dijo que te buscara. Tienes que venir ahora mismo para la entrevista.
La noticia me cayó como un balde de agua fresca. Era justo lo que necesitaba, una oportunidad para escapar, para tener algo propio. Sin pensarlo dos veces, me preparé y salí de casa, dejando el desayuno a medio hacer. Este día sería diferente, lo sentía.
Al llegar al Multicentro después de una hora, el lugar estaba abarrotado. Subí apresurada por las escaleras eléctricas y vi a Martha esperándome, nerviosa, como si el futuro de ambas dependiera de esa entrevista.
-¡Apresúrate! Mi jefe ya está llamando a las pasantes -me dijo, prácticamente empujándome hacia la oficina.
Cuando escuché mi nombre, respiré hondo y entré. Me recibió el señor Hamilton, un hombre que proyectaba autoridad.
-Melanie Spears, mucho gusto. Tome asiento -dijo señalando la silla frente a él. Me explicó que sería pasante por un tiempo, pero no me importaba. Acepté el trabajo con una sonrisa, sabiendo que este era el comienzo de algo nuevo. Generaría mi propio dinero, lejos de la sombra de Duncan.
Al salir de la oficina, me sentí ligera por primera vez en mucho tiempo. Abracé a Martha con fuerza, sintiendo una gratitud inmensa.
-Gracias, amiga -le dije, sonriendo-. Ya verás, este es solo el comienzo.
-Por otro lado. Deberías dejar a ese mal hombre - replico mi amiga algo molesta.
-Martha no hables de eso. -ella negó irritada.
Ojalá pudiera hacerlo sin embargo no puedo, lo quiero mucho o quizás sea costumbre, creo que soy masoquista, en fin, yo me entiendo sola.
-Bien, deberías irte a casa, relájate y descansa ya que el día de mañana te tocara largo y agitado.
-Esta bien amiga, me voy, te quiero mucho.
-Sí, sí, yo también Mel.
Al salir de multicentro subo a la Ruta 114 que me lleva en mi dirección, marco el número de mi madre, a los dos pitidos ella responde.
-¿Como has estado madre bella?
-Bien hija y tú, te has perdido, cuando piensas venir a ver a esta vieja -mi madre siempre regañona, ahora será más difícil viajar ya que trabajare.
-Bueno ma, por ahora estará difícil, ya he conseguido trabajo.
Mi mama grita y luego me felicita. Hable con ella la hora que llevaba en la ruta, hasta las nalgas se me han entumecido por estar sentada. Antes de llegar a mi destino colgué la llamada y guardé mi celular. Mama me dijo que la llamara todos los días, es que últimamente le presto más atención a los que haceres de la casa y a mis pleitos con Duncan. Dejo de pensar al llegar a mi casa, al entrar cierro la puerta con el seguro y me tiro en el sofá sin darme cuenta quedo dormida, no sé por cuanto tiempo, hasta que escucho como tocan la puerta de una manera que pienso que lo desean romper, luego recuerdo que debe ser Duncan.
- ¡Melanie porque vergas no abres la maldita puerta! -asustada empiezo a jalarme el cabello.
-Ya voy Duncan, estaba haciendo un trabajo - mentí por miedo de que me lastime, abro la puerta y lo veo rojo por el enojo, en sus manos trae unas bolsas, cuando entra me pide que cierre con llave, cuando cierro me alejo y salgo de la sala para entrar en la cocina el viene detrás de mí y de un rápido movimiento me golpe, quiero gritar, pero sujeta mi rostro con brusquedad.
-Crees que soy estúpido o que -niego horrorizada, mis lágrimas caen y mis pies tiemblan, sabía que esto pasaría, siempre es lo mismo.
-Lo siento, estaba acostada me dolía el cuerpo-explique con la voz entrecortada, Duncan ríe y nuevamente me golpea, tapo mi rostro para que no me desfigure, su puño impacta en mi costilla, caigo al suelo y le ruego que se calme.
-Por favor, basta ya, no me lastimes más.
-Eres una inservible de mierda, ahora mismo has la cena y esfúmate de mi cara, seguramente estabas leyendo o escribiendo puras porquerías. Es obvio que si, porque se nota que no sabes hacer nada más, me aburres.
Limpie mis lágrimas y decido en no responder a sus insultos, me levante del suelo con dificultad empecé a cocinar la cena.
Me encuentro en el cuarto de baño con la cabeza baja, lloro mientras el chorro de la regadera cae en mi cuerpo, estoy empezando a no desear más a este maldito hombre, realmente si pudiera lo dejo, pero no lo puedo hacerlo, de echo lo he intentado pero cada vez me amenaza, siempre sedo seguir con él, no amo a Duncan ese amor murió cuando provoco que perdiera a nuestro bebe, me golpeo tanto que luego me mando al hospital y les dijo a los médicos que me asaltaron, negando me levanto del suelo con las piernas temblorosas, mi cabeza duele horrores, escucho que tocan a la puerta del baño, es Duncan golpeando impaciente.
-Melanie, cuando piensas salir del baño llevas más de una hora, aligérate, te recuerdo que nunca pagas las facturas del agua -maldito idiota, siempre me dice lo mismo.
Salgo del baño con el albornoz puesto, me acerco a mi armario para vestirme, pero la mano de Duncan me detiene.
-Creo que te ves bella con toda esa marca en tu piel, así me excitas más -comenta apretando mis pechos, me alejo de él, pero me toma bruscamente del brazo y me lleva a la cama.
-Duncan no quiero, estoy adolorida y cansada, mañana empiezo a trabajar. -le rogué con miedo.
-Tú, es en serio o me estas bromeando -se burló sin dejar de tocarme - Ya era hora que trabajes, es increíble creerte ya que eres una buena para nada, pero hablemos luego de eso, por ahora necesito sexo. -negué a punto de llorar, sus palabras me lastiman y su cuerpo también. Quisiera desaparecer o si existiera una máquina del tiempo como en las novelas me hubiese gustado ir al pasado para no haber cometido el error de meterme con Duncan.
Ahora mismo quisiera regresar el tiempo, en donde mi madre me advertia que Duncan no era hombre para mi.
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