Múltiples Historias de Amor compilada en una sola obra
Desde aquel instante que Edward vio a Marianne por primera vez decidió que pelearía por ella, luchando contra todo y todos, superando toda barrera... incluso la de su silencio
***
A la escasa edad de tres años, son pocos los recuerdos que pueden almacenar los niños en su pequeña memoria. Quizás recuerden con claridad lugares que frecuentan, los nombres de padres y hermanos incluso el lugar donde dejaron su juguete favorito o el sabor del mantecado que más les gusta. La mayoría de infantes tiene recuerdos más claros a los cuatro o cinco años...
... Pero ese no es el caso de Edward Wellington, él recuerda muy claro aquel suceso que cambió su vida una mañana de abril, cuando apenas tenía tres años.
- Edward... - le habló su madre Helena, una hermosa mujer de cabello color caramelo y de tez muy blanca - Edward, nos están esperando para irnos.
- No me voy - gruñó el pequeño Edward, dueño de un rebelde cabello cobrizo, de unas penetrantes esmeraldas brillantes en sus ojos y a pesar de su corta edad, poseedor de unas manos con deditos muy largos y agiles. Manos que en ese momento se movían haciendo unos gestos que su madre no comprendía.
- Cielo, pero mañana puedes intentarlo otra vez. Papá nos está esperando - tocó su brazo y el pequeño se removió incómodo.
- Mami - el pequeño Edward tocó su mejilla y su madre sonrió - Solo una vez más - su madre asintió y Edward se volteó para encontrarse nuevamente con un par de ojos chocolates que lo veían intrigado. El pequeño le sonrío y suspiró. Colocó sus manos como le había enseñado su profesora esa mañana y trató de recordar cada movimiento.
- Yo... - se señaló a sí mismo - Te quiero - puso sus brazos sobre su pecho y los dejó en forma de cruz - A ti Marianne Cooper - y señaló a una hermosa niña de cabello y ojos del color del chocolate, de labios rellenitos y de piel tan blanca como la leche que estaba frente a él. La pequeña sonrió y una lágrima rodó por su mejilla. No solo porque a sus 3 años de edad alguien le había dicho que la quería por primera vez, sino que además lo había hecho en señas... en su lenguaje, el único que conocía...
A su corta edad Marianne Cooper no había escuchado jamás una canción de cuna, o el trinar de los pajaritos en el parque, o la voz de Beto y Enrique en la televisión...
Marianne no había escuchado nada desde que nació en el mundo del silencio...
Esta es la historia de amor más grande que jamás se ha contado, una historia que superó toda barrera... incluso aquella, la del silencio.
***
Charles Cooper recuerda claramente tres hechos que en su vida lo hicieron sentir feliz.
El primero de ellos fue el haberse graduado de la Academia de Policía de Seattle a la escasa edad de 21 años. El mejor alumno de la promoción era también el más joven. Su tenacidad, esfuerzo y dedicación lo hicieron merecedor a entrar a la academia en cuanto salió del instituto. Era todo lo que había soñado Charles desde que era un niño cuando estando en la escuela jugaba a los policías y ladrones con sus compañeritos.
Ese recuerdo era que el ayudaba a Charles a seguir adelante cuando se sentía desfallecer. Y es que su sueño lo había llevado a abandonar muchas cosas en casa: sus padres, su calor de hogar, pero sobre todo el amor de una mujer. Por eso, las dos últimas semanas de clases en la Academia fueron para Charles las más gratificantes de todas; al fin tres años de extenuantes jornadas de entrenamiento físico, sumadas a las clases forenses y de procesos de investigación policial valían la pena.
Orgulloso por el cuasi logro obtenido Charles alistaba el regreso a su pequeño pueblo natal, la verde y siempre lluviosa localidad de Forks. Gracias a la empatía que logró con sus superiores, una vez graduado el agente Charles Cooper sería colocado como jefe de la policía local de Forks.
Una mañana mientras se preparaba para su último entrenamiento en la clase de armas, Charlie recibió una llamada, sus padres el Sr. y la Sra. Cooper habían fallecido trágicamente en un accidente automovilístico dejando a Charles completamente solo en el mundo.
Un día de permiso de la Academia fue todo lo que obtuvo Charles para asistir al funeral de sus padres. Un solo día...
Su personalidad callada y un tanto introvertida no le permitió jamás demostrar sus emociones por lo que Charles sufrió en silencio todos aquellos días posteriores desde la pérdida de sus padres. Comía poco, y estaba distraído todo el tiempo. Una mañana al darse cuenta que no había dormido en casi dos días enteros juró por la memoria de sus padres que él sería un hombre fuerte y saldría adelante. Y eso hizo, contra todo pronóstico una cálida mañana del mes de agosto Charles Cooper obtuvo su placa como un agente de la policía del estado de Washington.
Su primer día de regreso a casa fue un tanto agridulce, se sentía contento de haber vuelto finalmente, pero los recuerdos que impregnaban cada rincón de su hogar no lo dejaban en paz. Con algo de timidez vio varias vueltas por la casa completamente abandonada desde la partida de sus padres, en varias ocasiones quiso soltar un par de lágrimas al ver sobre la mesita del café la pipa que usaba su padre o los libros de cocina que su madre solía usar cuando había una visita especial.
Tardó varios minutos en recomponerse, Charles juró ser un hombre fuerte y sabía que la ausencia de sus padres era difícil pero no imposible de sobrellevar. Dejó su mirar perderse varios minutos hasta que se posó en una de las mesitas llenas de polvo de la sala de su casa. Se levantó del sofá y tomó entre sus manos la foto que sobre una de ellas había. La miró con nostalgia por un largo rato. Reconocía claramente a la persona de la fotografía: era él, cuando aproximadamente tenía 8 años. Estaba sentado en un columpio hecho de un neumático de goma que colgaba de un árbol. Junto al pequeño Charlie, una niña sonriente enseñaba las huellas del cambio de su dentición.
Charles sonrió levemente y pasó un dedo sobre el rostro de aquella pequeña. Su cabello del color del chocolate estaba recogido con dos graciosas coletas, una a cada lado. Sus ojos eran profundamente azules y su rostro redondo era un tanto gracioso, pero a la vez muy inocente.
La pequeña niña era de la misma edad de Charles, de hecho, sus fechas de nacimiento diferían por apenas dos semanas. Charlie suspiró de manera triste al recordar los problemas que de pequeño lo hacía meter su traviesa vecina, la hija de los Sres. Davidson... La pequeña Zoe
- Debes seguir siendo tan hermosa como siempre - susurró nostálgico Charlie mientras dejaba la fotografía sobre la mesa. Desde que ingresó a la Academia en Seattle no había vuelto a ver a Zoe, sus padres estuvieron unos minutos en el funeral de los suyos y dejaron sus condolencias, pero no había señales de Zoe.
Durante sus años de adolescencia Charles y Zoe no solo fueron los mejores amigos sino también fueron novios por un par de años. Los padres de Zoe no estaban muy a gusto con la situación, ellos deseaban para su hija un futuro mejor de lo que podría ofrecerle el hijo de los Cooper
El último día del instituto fue para ellos el peor ya que sabían que era el último día que se verían. Zoe era exiliada a Florida por sus padres y Charles debía mudarse permanentemente a Seattle para su preparación en la Academia. Entre lágrimas y besos a escondidas juraron esperarse mutuamente y prometieron reencontrarse en Forks el último día del mes de agosto de aquel año para continuar la historia que tuvieron que poner en pausa.
Ese día al fin había llegado, Charles se levantó muy temprano y empezó su rutina diaria. Su trabajo en la estación de policía no empezaba hasta la primera semana de septiembre así que tenía algo de tiempo para adecentar su pequeño hogar. Todos los días recogía las hojas de los árboles, regaba las flores del jardín y preparaba una comida de microondas mientras recordaba a sus padres en fotos descoloridas que ellos guardaban en su habitación.
Impaciente porque la hora de su encuentro se aproximaba Charles se bañó al menos tres veces, escogió casi cuatro cambios de vestuario ya que ninguno le convencía y del jardín arrancó 3 margaritas que su madre cultivaba con cariño al ser su flor favorita.
Al dar el reloj las cuatro de la tarde Charles salió al encuentro con su adorada Zoe, caminó hasta el parquecito donde jugaban de niños y se sentó en el mismo columpio de neumático de goma. Nada le aseguraba que Zoe aparecería, habían pasado tres años sin noticias, llamadas o una simple carta, pero muy dentro de su corazón Charles sabía que Zoe aparecería.
Lentamente la tarde fue cayendo en Forks y de la pequeña de coletas graciosas no había señales, unas cuantas gotitas de lluvia comenzaron a caer cuando el sol se ocultó por completo. Charles suspiró decepcionado al ver la hora en su reloj, eran más de las siete de la noche y Zoe llevaba más de tres horas de retraso. Negó mientras grandes gotas comenzaron a empapar su chaqueta y echaban a perder las margaritas que había arrancado del jardín.
Su mirada se perdió en un pequeño charco de lodo por varios minutos, no podía creer que Zoe no haya aparecido. Su mente imaginó miles de posibles escenarios ¿Se habría casado? ¿Había olvidado la promesa? ¿Acaso Zoe habría muerto?
Un escalofrío extraño recorrió su cuerpo al imaginar aquel escenario, la adorable Zoe era su fortaleza, su locura y su tranquilidad a la vez y no imaginaba una vida sin su sonrisa... Sin su Zoe, Charles se sentiría perdido y solo... muy solo.
Unas pequeñas manos cubrieron sus ojos de manera veloz, al sentir el contacto con su piel Charles sintió que le habían devuelto el alma a su lugar. Ni siquiera debía voltear para saber quien estaba tapando sus ojos, la podría reconocer incluso estando muerto.
- Lamento el retraso - susurró con su delicada voz mientras quitaba las manos del rostro de Charles. Él volteó rápidamente y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
- Zoe! - dijo mientras la levantaba por los aires y soltaba una risa espontánea. A ninguno de los dos les importó estar completamente mojados por la lluvia, era su instante mágico de reencuentro y una simple lluvia no iba a estropear el momento.
- Aquí estoy Charles, volví para quedarme - fueron sus últimas palabras antes de estampar sus labios contra los de Charles. Esa noche Charles llevó a su Zoe a su casa, le preparó un chocolate caliente y le preparó unas frazadas. Hablaron por horas sin darse cuenta del tiempo, no había reloj para ellos, suficiente habían tenido viendo al inclemente aparatito marcar las horas que los mantuvieron alejados.
La primera vez de Zoe había sido con Charles dos días antes de su partida a Florida y no había cosa que anhelara más que unir su cuerpo al del hombre que había esperado pacientemente los últimos 36 meses. Unas caricias inocentes y unos besos furtivos fueron todo lo que necesitaron para encender el ambiente. Apenas unos pocos minutos después Charles y Zoe ya estaban haciendo el amor sobre la alfombra del piso de la sala. Se habían extrañado tanto que una sola vez no les fue suficiente, sus cuerpos estaban deseosos del calor del otro que repitieron aquel acto de amor al menos tres veces esa madrugada.
Casi al rayar el alba Zoe se quedó dormida sobre el regazo de Charles, él solo se dedicó a contemplarla por varios minutos más hasta que se quedó dormido junto a ella. Cerca del medio día unos fuertes golpes en la puerta los alertaron a ambos, se levantaron asustados por la insistencia de los golpes por lo que Charles pasando una mano por su cara se despabiló, se vistió rápidamente y abrió la puerta.
- ¡Sabía que te encontraría aquí! - Gritó con furia una mujer de mediana edad mientras entraba a la casa rápidamente y tomaba a Zoe del brazo para sacudirla con violencia, ella apenas había logrado envolverse en una sábana para cubrir su desnudez - No tienes ni 24 horas en Forks y ya viniste a meterte en este cuchitril con este policía de cuarta.
- ¡Suéltame mamá! - Fue la respuesta de la joven Zoe mientras intentaba librarse de su agarre - ¡No me voy a ir a ningún lado!
- Tu padre ni siquiera sabe que estas aquí, si se llega a enterar que viniste a buscar a Cooper te va a matar así que camina a la casa - dijo mientras la empujaba e intentaba sacarla a la fuerza de la sala. Charles estaba impávido ante la escena, no sabía que decir y mucho peor que hacer.
- ¿Acaso no me has escuchado mamá? ¡No me voy a ir! - volvió a decir Zoe, esta vez con una mirada envenenada a su madre.
- Muchacha insolente... ¿Esto es lo que quieres para ti? - Espetó mientras despectivamente señalaba la humilde casa de los Cooper - ¿Quieres ser la mujer de un don nadie? ¿De un policía mediocre?
- Ella podrá carecer de algunas cosas materiales a mi lado, pero escúcheme bien Sra. Davidson, a Zoe jamás le faltará amor... Porque yo la amo muchísimo y quiero que sea mi esposa - sentenció Charles mientras apartaba a Zoe del lado de su madre y la abrazaba de manera sobreprotectora.
- Siempre imaginé que harías algo como esto Zoe... - habló su madre - Debes saber que si escoges a este hombre sobre tu padre y sobre mí jamás volverás a saber de nosotros. Para la familia Davidson será como si jamás hubieses existido. Entonces escoge... ¿Te vas a quedar con este hombre aquí o vienes conmigo? - Su madre cruzó sus brazos sobre el pecho y su pie golpeteó incesante a la espera de una respuesta.
- Adiós madre - fue todo lo que pudo responder Zoe mientras escondía su cara en el pecho de Charles.
- Es lo que has querido Zoe, hasta nunca - respondió su madre mientras salía de la sala y cerraba la puerta con un golpe seco. Zoe no demoró en romper en lágrimas, Charles solo la consoló acariciando su espalda.
- Va a salir todo bien... Vamos a casarnos y vamos a tener una familia. Tranquila mi Zoe, yo te cuido... - susurró Charles mientras la abrazaba con fuerza.
Aquella promesa condujo a Charles a su recuerdo feliz numero dos: El día que Zoe dio el sí en una pequeña oficina frente a un juez convirtiéndola en la orgullosa esposa de Charles Cooper... la Sra. Zoe Cooper
Sus padres por lógicas razones se negaron a ir a la pequeña ceremonia por lo que sus únicos testigos fueron Harry y Susan Ramirez, vecinos de toda la vida de los padres de Charles. Unas cuantas fotos, una ligera lluvia de arroz y una hamburguesa en el restaurant más concurrido del pueblo fue toda la celebración del matrimonio de los jóvenes enamorados. No necesitaban de lujos, solo necesitaban el uno del otro para ser felices.
Tres meses de feliz matrimonio habían transcurrido ya cuando una tarde al regresar Charles de la estación de policía encontró a Zoe bailando contenta en la sala de la pequeña sala. Él se acercó sigilosamente y tomándola de la cintura la sorprendió.
- ¿A qué se debe tanta alegría? - le preguntó al oído.
- ¡Estoy embarazada! - gritó eufórica Zoe mientras alzaba sus brazos y los agitaba en el aire. El rostro de Charles dibujó una enorme sonrisa, su esposa estaba ahora esperando un hijo suyo y no había cosa que lo alegrara más que su pequeña familia feliz.
La pancita de Zoe comenzó a crecer con el paso de las semanas, según los controles el embarazo se desarrollaba con normalidad. Al llegar a la semana 25 una ecografía descubrió que los Cooper esperaban a una pequeña bebé. Una niña, su niña... Su recuerdo feliz número tres.
- Quiero que se llame Marianne - susurró una tarde Zoe mientras hacía una mantita para su bebé.
- Me gusta la elección... - respondió Charles con una leve sonrisa.
Y fue así como las semanas comenzaron a transcurrir, a la espera de la llegada de la pequeña Marianne quien según los cálculos debía venir la tercera semana del mes de Septiembre. La panza de Zoe creció tanto las últimas semanas que apenas si la dejaban ver sus pies, y aunque pudiera resultarle incomodo ella no se quejaba, estaba tan emocionada de conocer a su pequeña Marianne que podría aguantar unos días luciendo como un globo aerostático.
La mañana del 13 de septiembre empezó temprano en la casa de los Cooper, Charles preparó su desayuno y el de Zoe y lo compartieron tranquilamente en la cama. No es que fuera aquella una costumbre que le agradara a Charles, pero hoy era un día diferente. Cumplía un año de matrimonio con Zoe y se sentía en la obligación de mimar a la mamá de su pequeña bebé.
Con tristeza de dejar sola a Zoe en los días previos del parto, Charles fue a trabajar a la estación de policía. Como siempre fue un día tranquilo, Forks era un pueblo muy tranquilo y en el que los únicos disturbios que se registraban eran los pequeños traviesos que solían jugarles bromas a sus vecinos quemando papeles fuera de sus casas y echándoles a perder el césped.
Esa tarde Harry quien también trabajaba con Charles en la estación de policía lo cubrió para que pudiera salir temprano y le diera una sorpresa a su Zoe. Pasó por una florería de camino a casa y compró un hermoso bouquet de fresias, eran flores algo extrañas pero que atraparon rápidamente la atención de Charlie por su aroma muy parecido al de la piel de su Zoe.
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