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Claudia, una joven artista con grandes sueños, es raptada y subastada en un evento clandestino. Su comprador, Jonathan de Luca, un magnate con un oscuro pasado, la mantiene en un mundo de lujo y opresión, mostrando una naturaleza posesiva y dominante. Atrapada entre el miedo y una extraña atracción hacia él, Claudia lucha por mantener su identidad mientras intenta escapar de su control. A medida que descubre los demonios que atormentan a Jonathan, se enfrenta a una decisión crucial: someterse a su voluntad o luchar por su libertad.
La oscuridad envolvía el lugar, un sótano mal iluminado donde el aire estaba impregnado de un olor a humedad y miedo. Claudia, con las manos atadas y una venda cubriendo sus ojos, sentía cómo su corazón latía con fuerza. Había sido una noche normal, una exposición de arte que prometía ser el inicio de su carrera, pero ahora se encontraba atrapada en una pesadilla de la que no sabía si podría despertar.
Un murmullo de voces masculinas resonaba a su alrededor, y el sonido de un martillo golpeando una mesa la hizo estremecerse. La subasta había comenzado.
-¡Damas y caballeros! -gritó una voz grave, llena de autoridad-. Bienvenidos a la subasta más exclusiva de la noche. Hoy, tenemos una pieza única: una joven artista, capturada en su mejor momento. ¡Claudia!
La venda fue retirada de sus ojos, y la luz la deslumbró momentáneamente. Al abrirlos, vio un grupo de hombres en trajes oscuros, sus rostros ocultos en sombras, pero sus miradas eran claras: eran depredadores, y ella era su presa.
-¿Quién se atreve a ofrecer por ella? -preguntó el subastador, con una sonrisa que no prometía nada bueno.
Claudia sintió un nudo en el estómago. La idea de ser tratada como un objeto, como un mero artículo en una venta, la llenaba de horror. Intentó gritar, pero un hombre robusto la sujetó con fuerza, silenciando su voz.
-¡Mil dólares! -gritó un hombre desde el fondo de la sala.
-¡Mil dólares! -repitió el subastador, como si fuera un juego. La tensión en el aire era palpable.
-¡Dos mil! -respondió otro, con una risa burlona.
Claudia se sintió enferma. Cada oferta era un recordatorio de su impotencia, de su vulnerabilidad. La subasta continuó, y las cifras aumentaban. Tres mil, cinco mil, diez mil. Cada número era un golpe en su pecho, un recordatorio de que su vida estaba en manos de desconocidos.
-¡Quince mil! -gritó un hombre con voz profunda y autoritaria. Claudia no podía ver su rostro, pero la forma en que hablaba imponía respeto y miedo.
-¿Alguien ofrece más? -preguntó el subastador, mirando a su alrededor.
El silencio se hizo presente, y Claudia sintió que el tiempo se detenía. La tensión era insoportable. ¿Quién era ese hombre que había ofrecido tanto? ¿Qué quería de ella?
-¡Veinte mil! -gritó el mismo hombre, su voz resonando con una mezcla de poder y deseo.
El subastador sonrió, como si supiera que había atrapado a todos en su juego. Claudia sintió que su corazón se hundía. No podía permitir que esto sucediera. Tenía que luchar, tenía que encontrar una manera de escapar.
-¡Veinticinco mil! -gritó un nuevo postor, pero la voz del misterioso hombre resonó de nuevo.
-¡Un millón! -dijo, y el silencio se apoderó de la sala. Todos los ojos se volvieron hacia él, y Claudia sintió un escalofrío recorrer su espalda.
El subastador, sorprendido, miró a su alrededor. Nadie se atrevió a competir con esa oferta.
-¡Vendido! -anunció, y el eco de su voz resonó en el sótano como un veredicto de muerte.
Claudia sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. El hombre que había ofrecido más se acercó, y ella pudo ver su figura imponente. Era alto, con una presencia que intimidaba. Sus ojos, oscuros y profundos, la miraban con una mezcla de interés y posesión.
-Bienvenida a tu nueva vida, Claudia -dijo con una voz suave pero firme, como si ya la conociera.
Ella tragó saliva, sintiendo que su libertad se desvanecía. En ese momento, supo que su lucha apenas comenzaba. ¿Podría encontrar la fuerza para resistir a este hombre que la había comprado como si fuera un objeto? La respuesta estaba en su interior, y estaba decidida a descubrirla.
***
El aire en la sala se volvió denso, casi irrespirable. Claudia se sintió atrapada entre la desesperación y la furia. Se obligó a mirar a su captor, aquel hombre de mirada intensa que la había comprado por una suma exorbitante. Era un magnate, no había duda. Su porte era el de alguien que siempre había tenido el control, y ahora, ella era parte de su colección.
-¿Cómo te sientes, Claudia? -preguntó Jonathan, su voz resonando en el silencio. Había un tono en su pregunta que la hizo estremecer. Era una mezcla de curiosidad y posesión.
-¿Qué te importa cómo me siento? -respondió ella, tratando de ocultar su miedo tras una fachada de valentía. Las palabras salieron de su boca como un grito de desafío.
Jonathan sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de un depredador que había encontrado a su presa.
-Tienes razón, es una pregunta tonta. Pero, ¿sabes? A veces, me gusta escuchar la voz de mis posesiones. -El tono de sus palabras era inquietante, como si cada palabra que pronunciaba fuera un recordatorio de que ya no tenía control sobre su vida.
Claudia se sintió enferma. Esa palabra, "posesiones", la hizo temblar. No era un objeto, no era un trofeo. Era una artista, una soñadora, y estaba decidida a no dejar que su captor la definiera.
-No soy tu posesión -replicó con más firmeza de lo que se sentía. Su voz temblaba, pero su mirada era desafiante.
Jonathan dio un paso hacia ella, su figura oscura proyectándose sobre su pequeño cuerpo. La intensidad de su mirada la hizo retroceder, pero se obligó a mantenerse firme.
-Eso es lo que te gustaría creer. Pero, Claudia, en este momento, eres mía. Y te garantizo que haré lo que sea necesario para mantenerte a mi lado. -Su tono era amenazador, pero había algo más en su mirada, un destello de algo que podría ser vulnerabilidad. Claudia no estaba segura.
El subastador, observando la interacción, decidió intervenir. -Jonathan, deberíamos llevar a la joven a su nuevo hogar. -Los hombres a su alrededor se movieron, listos para ejecutar la orden.
Claudia sintió pánico. No podía dejar que la llevaran. Tenía que luchar, tenía que encontrar una salida. Con un movimiento rápido, se liberó de la mano de uno de los hombres que la sujetaban y corrió hacia la salida.
-¡Claudia, detente! -gritó Jonathan, su voz resonando en el sótano como un trueno.
Su corazón latía con fuerza mientras corría. La adrenalina la impulsaba, pero la oscuridad del lugar la rodeaba, y su escape parecía una ilusión. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, una mano fuerte la agarró del brazo y la detuvo.
-¿Creías que podrías escapar tan fácilmente? -preguntó él, acercándose. Su aliento era cálido y su presencia, intimidante.
Claudia miró hacia arriba, sus ojos llenos de desafío. -No voy a ser tu prisionera. No me conoces.
Jonathan inclinó la cabeza, como si considerara sus palabras.
-Tienes razón. No te conozco. Pero te conoceré, Claudia. Y te aseguro que, eventualmente, entenderás por qué estás aquí. -La soltó lentamente, pero su mirada no se apartó de ella.
Claudia sintió que su cuerpo se tensaba. ¿Qué quería decir con eso? ¿Qué clase de juego estaba jugando?
-No te equivoques, Jonathan. No me rendiré. -Su voz temblaba, pero la determinación en sus ojos era clara.
-Eso es lo que me gusta de ti. Esa chispa de rebeldía. Pero también es lo que te hará sufrir. -Su tono cambió, y por un momento, Claudia vio un destello de lo que podría ser una conexión genuina. Pero rápidamente se disipó, dejando en su lugar un aire de amenaza.
Los hombres la llevaron a una habitación decorada con lujo, pero todo el esplendor no podía ocultar la realidad de su situación. Era una prisionera en un palacio. Jonathan la siguió, cerrando la puerta detrás de él con un golpe que resonó en la habitación.
-Aquí es donde vivirás -dijo, sus ojos fijos en ella-. Tendrás lo que necesites, pero recuerda, las reglas son simples: no intentes escapar y sigue mis instrucciones. De lo contrario, las consecuencias serán severas.
Claudia se sintió atrapada en una red de miedo y confusión. ¿Era posible que, en medio de esta locura, pudiera encontrar la manera de liberarse?
-No te tengo miedo, Jonathan -declaró, aunque su voz temblaba.
-Deberías tenerlo -respondió él, acercándose. Su mirada era penetrante, como si pudiera ver a través de su fachada. -Porque el miedo puede ser un gran motivador. Y te prometo que haré que aprendas tu lugar en este mundo.
El desafío en su mirada se convirtió en un juego peligroso. Claudia sabía que estaba en un precipicio, pero en su interior, una chispa de lucha se encendía. No iba a dejar que su vida se convirtiera en una sombra de lo que había sido. Tenía que encontrar una forma de luchar, de resistir. La batalla apenas comenzaba, y aunque estaba atrapada, su espíritu seguía siendo libre. ¿Podría encontrar la manera de transformar su cautiverio en una oportunidad para recuperar su vida? Solo el tiempo lo diría.
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