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Sebastián Alarcón, un multimillonario con fama de rompecorazones, apuesta con su socio que puede conquistar a su nueva secretaria, Emma Ruiz, en menos de un mes. Lo que no esperaba era que Emma no fuera una mujer fácil de manipular. A medida que la seducción avanza, Sebastián se da cuenta de que sus sentimientos son reales. Pero cuando Emma descubre la verdad sobre la apuesta, el juego se convierte en una guerra de orgullo, pasión y redención.
El reloj de la oficina marcaba las 9:00 a.m. Sebastián Alarcón se encontraba en su despacho, mirando el paisaje desde el ventanal de su oficina en lo alto de uno de los edificios más imponentes de la ciudad. Desde allí, la vida parecía tan fácil como los negocios que él manejaba: rápidos, eficaces, sin complicaciones. Su empresa, Alarcón Enterprises, era un imperio de inversiones que dominaba varios sectores. A sus 32 años, había logrado todo lo que muchos solo podían soñar, incluyendo una reputación como el más codiciado y temido soltero de la ciudad.
Su fama de rompecorazones le precedía, pero eso no le preocupaba en lo más mínimo. Siempre había jugado con las mujeres como quien juega al ajedrez, moviendo las piezas con maestría, sin nunca perder. No era un hombre de relaciones serias, sino de conquistas rápidas, sin ataduras, solo diversión. Así había sido siempre, y no tenía intenciones de cambiarlo.
Ese día, sin embargo, algo era diferente. Sebastián se sentó en su escritorio, haciendo girar su bolígrafo entre los dedos mientras reflexionaba sobre la conversación que había tenido con su socio, Javier García, la tarde anterior.
"Te apuesto que no eres capaz de conquistar a la nueva secretaria que acaban de contratar", le había dicho Javier con una sonrisa desafiante. Sebastián había levantado una ceja, interesado.
"¿Qué quieres decir con 'conquistar'?", había preguntado Sebastián, con un toque de diversión en su voz.
"Que la hagas caer a tus pies, como siempre haces. Pero esta vez será diferente. Quiero ver si realmente eres tan bueno como dicen", había retado Javier.
"¿Y qué gano yo si acepto la apuesta?", había replicado Sebastián, un tanto intrigado.
"Si logras que se enamore de ti en menos de un mes, te pago una cena en el mejor restaurante de la ciudad y te dejo elegir cualquier cosa que desees. Si no, eres tú quien paga la cena y me debes un favor."
Sebastián había sonreído ante la propuesta. Un reto era algo que no podía resistir, y menos uno como este. No solo por el desafío en sí, sino por la idea de deslumbrar a una mujer nueva, alguien que no estuviera acostumbrada a sus encantos y juegos de seducción.
"Trato hecho", había dicho Sebastián, extendiendo la mano para sellar la apuesta. Y así fue como, sin saberlo, había entrado en un juego que cambiaría su vida de una manera que ni él imaginaba.
Esa misma mañana, Emma Ruiz entró en la oficina para su primer día de trabajo. Sebastián la observó desde su posición en el despacho, reconociendo inmediatamente su presencia sin siquiera tener que mirarla. Emma tenía una postura decidida, su caminar era firme, casi desafiante. No era la típica mujer que un hombre como Sebastián pudiera conquistar a la primera. Su rostro era hermoso, pero no de una belleza convencional. Tenía una mezcla de dulzura y seriedad en sus rasgos, una mirada decidida que parecía no temerle a nada, ni siquiera a él. Era joven, tal vez 25 o 26 años, pero la confianza con la que se movía hacía pensar que tenía muchos años más.
Sebastián sonrió para sí mismo. Este sería un reto interesante. No sería fácil, y eso solo hacía que la apuesta fuera aún más tentadora.
Cuando Emma entró en su oficina para entregarle los documentos que había solicitado, Sebastián no pudo evitar fijarse en su forma de vestir: discreta, elegante, pero sin esfuerzo. No era una mujer que intentara llamar la atención con su apariencia, lo que solo la hacía más intrigante para él.
"Buenos días, señor Alarcón", dijo Emma con voz clara, pero sin el tono sumiso que él esperaba de una nueva secretaria.
"Buenos días, Emma", respondió él, usando su nombre por primera vez. "¿Qué tal tu primer día?"
"Bastante bien, gracias. Estoy organizando algunos documentos y poniéndome al día con los procedimientos", contestó ella, sin tomarse el tiempo de sonreír o hacer cualquier tipo de comentario que pudiera ser considerado un intento de agradarlo.
Sebastián notó esa indiferencia, y eso le hizo sentir algo extraño, una mezcla de interés y frustración. Ninguna mujer, desde que había comenzado a jugar sus juegos de seducción, se le había mostrado tan imperturbable. Como si no le interesara en absoluto.
"Me alegra escuchar eso. No quiero que haya contratiempos. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo", dijo Sebastián, con un tono más suave que el habitual, pero sin mostrar demasiado interés. Sin embargo, su mente ya estaba pensando en cómo podría acercarse a ella.
"Gracias, lo tendré en cuenta", respondió Emma, antes de girarse y salir de la oficina sin darle una segunda mirada. Sebastián no pudo evitar quedarse con la sensación de que había algo diferente en ella. Algo que le despertaba una curiosidad que no estaba dispuesto a ignorar.
Los días pasaron, y el reto comenzó a volverse cada vez más intrigante para Sebastián. Cada mañana, Emma llegaba puntual, con su aire serio y profesional, pero con una mirada que, a veces, parecía esconder algo más profundo. No era fácil hacerla sonreír, ni mucho menos conseguir que cediera ante sus bromas o halagos. Lo que la hacía más atractiva a sus ojos era justamente esa resistencia. La mayoría de las mujeres caían ante él sin esfuerzo, pero Emma no parecía impresionada por su poder o su fama.
En su mente, la apuesta se convirtió en una guerra silenciosa, en la que sus avances parecían no tener efecto sobre ella. Sin embargo, Sebastián estaba decidido a ganar. La manera en que se comportaba, la manera en que evitaba sus juegos, solo lo hacía más determinado.
Una tarde, mientras ella salía de la oficina para ir a casa, Sebastián la detuvo en el pasillo.
"Emma, espera un momento", dijo con una sonrisa despreocupada.
Ella se detuvo, girándose para mirarlo, y Sebastián notó que sus ojos, normalmente tan firmes, mostraban un atisbo de sorpresa, como si no esperara que él la llamara por su nombre de esa manera.
"¿Algo en lo que pueda ayudarte, señor Alarcón?", preguntó, aunque su tono de voz seguía siendo firme y profesional.
"No te quedes tan formal, por favor", dijo él con una leve risa. "Estoy seguro de que te tomas todo muy en serio, pero la vida es más que solo trabajo. ¿Te gustaría tomar un café? Es una buena manera de terminar el día."
Emma lo miró detenidamente antes de responder. No parecía impresionada por su invitación, ni tampoco parecía dispuesta a aceptar un ofrecimiento de alguien como él tan fácilmente.
"Gracias, pero no, no es necesario", respondió de inmediato.
Sebastián, sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Sabía que ese tipo de mujeres solo se dejaban conquistar a través de la paciencia y la persistencia. Sonrió ligeramente, pero sin perder la compostura.
"Te lo ofrezco como una cortesía, Emma. Nos vemos mañana."
Mientras él se alejaba, Emma no pudo evitar sentir una extraña sensación en su estómago. Algo en su actitud le había hecho dudar, aunque solo fuera un instante. Pero rápidamente lo desechó. No importaba lo que él quisiera. Ella no estaba dispuesta a caer en su juego. No sería una más en la lista de mujeres que él conquistaba por diversión. No estaba allí para jugar.
Sin embargo, el desafío de Sebastián estaba solo comenzando. Y ella aún no sabía que, en este juego de seducción, su corazón sería la última pieza en caer.
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